El comienzo

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Hace 1 año atrás.

Me levanté esa mañana como cualquier otra, sin pensar en que mi vida cambiaría para siempre. Me desperté con el sonido suave de mi alarma, la luz del sol entrando por la ventana y el sonido distante de la calle. Todo parecía normal, todo parecía estar en su lugar. Pero ese día, algo en el aire estaba diferente. No sabía qué exactamente, pero tenía la sensación de que algo importante iba a pasar.

Me levanté de la cama, me arreglé con mi ropa más cómoda, algo simple, nada de lo que me hiciera destacar. Siempre fui de esas chicas que preferían pasar desapercibidas, y me sentía cómoda en mi propio mundo. Mi madre siempre me decía que debía ser más extrovertida, que no tenía que esconderme tanto. Pero yo, sencillamente, no podía cambiar mi forma de ser. No era inseguridad, no era miedo, solo era que no sabía cómo ser diferente. Era más fácil esconderme tras mi timidez.

Al llegar al colegio, lo primero que noté fue que había algo en el ambiente. Los pasillos estaban llenos de murmullos y risas, pero, al mismo tiempo, todo parecía estar ocurriendo a un ritmo más lento. Fue en ese momento que lo vi por primera vez, sin saber que mi vida iba a dar un giro de 180 grados.

Daniel estaba apoyado contra una de las paredes del pasillo, hablando con un grupo de chicos. Él no lo sabía, pero sus ojos, esa mirada tan intensa y segura, fueron lo primero que me atrajo. No es que no lo hubiera visto antes, porque todos lo veían. Era imposible no notarlo. Alto, de cabellera oscura y despeinada, con esa sonrisa un tanto arrogante que en otros chicos podría haber sido molesta, pero en él era... diferente. Parecía estar en su propio mundo, ajeno a los murmullos a su alrededor. No era como los demás chicos que iban buscando atención o popularidad, era como si ya tuviera todo lo que necesitaba.

Al principio, pensé que era solo uno de esos chicos que me observaba de lejos y que solo compartía bromas con su grupo de amigos. Pero, mientras iba caminando hacia mi salón, sentí que alguien me estaba mirando. Me detuve un momento, sin saber qué hacer. Miré a mi alrededor y, para mi sorpresa, Daniel me estaba mirando fijamente. No era un vistazo fugaz ni nada por el estilo. Era una mirada profunda, que me hizo sentir como si el tiempo se detuviera por un segundo. No supe cómo reaccionar, así que solo aparté la vista rápidamente y seguí caminando hacia mi clase, con el corazón latiendo rápido en mi pecho.

Nunca me había pasado algo así. ¿Él me había mirado? ¿Realmente me había mirado a mí? Pensé que era un error, que tal vez solo estaba mirando el pasillo o algo que había detrás de mí. Pero, en mi cabeza, esa imagen quedó grabada. Sentí una chispa de algo extraño y, al mismo tiempo, un leve nerviosismo.

Esa misma tarde, durante el receso, mis amigas y yo nos sentamos como siempre en el mismo rincón del patio. Estábamos conversando, pero yo no podía dejar de pensar en lo que había sucedido esa mañana. Me sentía extraña, como si algo hubiera cambiado sin que yo me diera cuenta. Y fue entonces cuando, mientras hablábamos, escuché mi nombre.

—Sofía.

Miré hacia atrás, confundida. Era él. Daniel. Estaba allí, de pie, mirándome directamente. El ruido de los demás estudiantes pareció desvanecerse por un momento, y el mundo alrededor se redujo solo a él.

—¿Puedo hablar contigo un momento? —preguntó con una sonrisa que, en lugar de hacerme sentir más nerviosa, me tranquilizó de alguna forma. Parecía tan natural, como si estuviera hablando con alguien más, alguien que conociera desde siempre.

Mi mente se quedó en blanco, pero asentí sin pensarlo demasiado. Mis amigas me miraron sorprendidas, pero yo apenas pude notar su reacción. Mi cuerpo ya estaba en movimiento, siguiendo a Daniel, sin saber realmente qué iba a decir o qué íbamos a hablar.

Fuimos hasta un lugar tranquilo, detrás del gimnasio, donde no había tanta gente. Estaba tan nerviosa que no sabía si debía hablar primero o dejar que él comenzara.

—Soy Daniel —dijo, con esa sonrisa relajada que siempre tenía—. Creo que tenemos que trabajar juntos en el proyecto de la escuela.

Oh, claro. Eso. El proyecto de ciencias. Me había olvidado completamente de eso, pero ahora que lo mencionaba, tenía sentido. Estaba tan distraída con todo lo que había pasado que ni siquiera me había dado cuenta de lo que venía. Mi cerebro trató de concentrarse en lo que me estaba diciendo, pero mi corazón seguía latiendo rápido.

—Sí, claro, el proyecto —respondí, sintiéndome algo torpe.

Daniel parecía notar mi incomodidad, pero no pareció importarle. De alguna manera, eso me relajó un poco. No se veía como esos chicos populares que tenían la costumbre de hacer sentir mal a los demás. Él solo era... él. Y algo en su actitud me hacía sentir menos nerviosa, menos insegura.

—¿Quieres que empecemos a trabajar en eso ahora, o prefieres hacerlo después? —preguntó, y por un momento me sentí como si estuviéramos hablando de cualquier cosa, como si fuera algo normal, como si todo estuviera en su lugar.

—Podemos hacerlo ahora —respondí, finalmente sintiéndome más tranquila.

La charla fluyó de manera inesperada. En lugar de centrarnos solo en el proyecto, terminamos hablando de todo. De la escuela, de nuestros gustos, de nuestras ideas sobre la vida. A medida que avanzaba la conversación, me di cuenta de que Daniel no era el chico superficial que todos pensaban que era. Era alguien curioso, con ideas propias y una forma de ver las cosas que me sorprendió. Empecé a sentir que, tal vez, lo conocía más de lo que pensaba.

El sol comenzaba a ponerse y, al mirarlo, sentí una extraña sensación de conexión. Cuando me di cuenta, estábamos tan absorbidos en la charla que ni siquiera había notado que habíamos perdido la noción del tiempo.

—Oye, Sofía —dijo, de repente—, ¿te gustaría salir a tomar un café este fin de semana?

Mi estómago dio un vuelco. No podía creer lo que estaba escuchando. Daniel, el chico popular, el que parecía tener todo bajo control, quería salir conmigo. Por un momento, no sabía si estaba soñando, pero cuando lo miré, su expresión no dejaba lugar a dudas. Lo decía en serio.

Asentí, con una sonrisa que ni siquiera yo entendía. En ese momento, sentí que mi vida comenzaba a cambiar de una manera que no había planeado, que no esperaba. Y, aunque mi timidez seguía ahí, algo en mí me decía que quizás valiera la pena arriesgarse.

Ese fue el comienzo de todo. Sin saberlo, había comenzado una historia que cambiaría todo lo que había conocido sobre mí misma, sobre el amor, y sobre lo que realmente quería en la vida.

Entre dos corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora