Los cambios

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Sofia

La luz del sol se filtraba tímidamente entre las cortinas de mi habitación. Era temprano, pero mi mente ya estaba en marcha, atrapada en los recuerdos de lo sucedido la noche anterior. El eco de las risas, el bullicio de la fiesta, las miradas furtivas que Daniel y yo compartimos... todo parecía ser una especie de déjà vu. Algo había cambiado, algo que no podía explicar pero que sentía en cada fibra de mi ser.

Habían pasado solo unos días desde la fiesta, pero para mí había sido suficiente para que la brecha entre Daniel y yo comenzara a ensancharse. La forma en que él me trataba, las veces que me dejaba esperando mientras hablaba con sus amigos o, como la última vez, aquella chica con la que pasó tanto tiempo, me había dejado una sensación de vacío. Daniel había cambiado, o tal vez, yo lo veía de manera diferente. Ya no sentía esa cercanía que solíamos compartir. Y eso me aterraba.

Me levanté de la cama, intentando sacudirme los pensamientos negativos. Quizás solo estaba siendo paranoica. Después de todo, todo parecía estar bien entre nosotros, ¿verdad? O al menos eso pensaba yo. Me acerqué al espejo del baño, vi mi reflejo cansado y me obligué a sonreír, aunque en el fondo sabía que nada era tan simple. Salí a la cocina, y ahí estaba él, sentado en la mesa, con su celular en las manos, absorto en algo que no parecía ser yo. Su café estaba a medio tomar, y su mirada, perdida en la pantalla, me hizo sentir invisible.

Era como si estuviera esperando algo, o tal vez simplemente ya no le importaba.

—Daniel... —dije con voz suave, tratando de captar su atención, pero nada. No levantó la mirada.

Carraspeé y repetí su nombre, esta vez con más firmeza.

—¿Sí? —respondió sin mirarme, su tono más frío de lo normal. Ni siquiera me había notado.

—Podemos hablar un momento... —Mi voz salió débil, como si el miedo de lo que podría suceder me paralizara.

Finalmente, levantó los ojos. Me miró por unos segundos antes de suspirar.

—¿De qué quieres hablar ahora? —dijo con un tono impaciente, como si estar conmigo fuera una obligación.

Mis manos comenzaron a temblar, pero me forcé a mantener la calma. No podía dejar que todo esto me derrumbara sin luchar.

—Anoche... —empecé, pero mi voz se quebró. Miré hacia el suelo, intentando encontrar las palabras correctas. —¿Quién era la chica con la que hablabas tanto?

El silencio se hizo pesado entre nosotros. Daniel frunció el ceño, dejando el celular a un lado, pero no parecía sorprendido. Como si ya supiera por dónde iba la conversación.

—Sofía, ¿en serio vas a hacer un escándalo por esto? —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho, con una expresión de cansancio. —Era una amiga. No pasa nada.

Eso me dolió. Claro, lo decía como si fuera tan sencillo. Pero yo lo había visto. La forma en que se reía con ella, cómo se acercaba. La forma en que ella lo miraba, como si el resto del mundo no existiera. ¿Era tan difícil para él entender por qué me molestaba? ¿Por qué me sentía desplazada?

—No pasa nada, Daniel... —repetí, pero ahora mi tono era más frío, más firme, aunque el nudo en mi garganta me costaba controlarlo. —¿Eso crees? Estuviste toda la noche ignorándome, mientras ella estaba ahí, riendo y tocándote. ¿No te parece que debería preocuparme?

Él frunció el ceño y se levantó de la silla, alejándose unos pasos. No me miraba. Solo miraba hacia la ventana, como si lo que le estaba diciendo fuera insignificante.

—Sofía, en serio. Te lo dije, no hay nada entre nosotros. Solo es una amiga. Ya basta de hacer un problema por todo. Si no confías en mí, no sé qué hacer.

Sus palabras me hirieron más de lo que pensaba. Todo lo que había construido en mi mente sobre nosotros, todo lo que creía que era cierto, parecía desmoronarse en cuestión de minutos.

—¿No confías en mí? —repetí, en un susurro. —Tú fuiste el que me dejó de lado, el que decidió darle toda tu atención a otra. Y ahora, me dices que no confío en ti. ¿De verdad crees que eso es justo?

Daniel se cruzó de brazos y soltó un suspiro de frustración, como si yo estuviera siendo la que hacía todo mal.

—No me estés reclamando todo el tiempo, Sofía. ¿No entiendes que estás exagerando? No es para tanto.

Fue entonces cuando algo se rompió dentro de mí. Las palabras de Daniel sonaban como un eco lejano, como si estuviera hablando con alguien más, no conmigo. Sentí cómo una brecha, cada vez más grande, se formaba entre nosotros. No era solo la chica de la fiesta, no era solo un mal día. Era la constante indiferencia, la distancia emocional que sentía en cada conversación, en cada gesto. Ya no éramos los mismos.

—Está bien, Daniel. —mi voz tembló, pero no iba a dejar que viera lo que estaba pasando por mi mente. Me di la vuelta y comencé a caminar hacia la puerta. —Si eso es lo que piensas, no tengo nada más que decir.

Salí de la casa sin mirar atrás. Necesitaba despejarme, necesitaba estar sola. Los recuerdos de todos esos momentos felices juntos parecían desvanecerse con cada paso que daba. Estaba perdida. Estaba confundida.

No supe cuánto caminé, pero mis pies me llevaron hasta el restaurante que Daniel y yo solíamos frecuentar. El mismo lugar donde me había llevado para pedirme que fuera su novia. La misma mesa junto a la ventana, la misma música suave de fondo. Pero algo estaba terriblemente fuera de lugar. No era el ambiente lo que había cambiado, sino la sensación que recorría mi cuerpo al ver a Daniel sentado allí, no solo con sus amigos, sino también con ella.

La chica de la fiesta. La misma chica con la que él había hablado tanto, con la que había compartido tantas risas. Y en ese momento, el dolor me golpeó con fuerza. Camila. Su ex. La que había estado en su vida antes que yo. La que había sido tan importante, la que lo había dejado marcado.

Estuve allí, observando desde lejos, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Daniel reía, Camila lo miraba con esos ojos que ya conocía tan bien, y ellos se veían tan cómodos, tan cercanos. Como si nada hubiera cambiado, como si yo no estuviera allí. Como si todo lo que habíamos compartido fuera solo una mentira.

Mi mente se nubló. No podía quedarme más tiempo allí. No podía ver cómo él sonreía a otra, cómo su atención ya no era mía. Así que, sin pensarlo, sin explicaciones, di media vuelta y me fui. No quería hablar, no quería gritar, no quería preguntar por qué. Simplemente me fui. No podía enfrentarlo, no podía escuchar sus mentiras.

Esa noche, las horas pasaron lentamente. No podía dejar de pensar en lo que había visto. En lo que había oído. En lo que había sentido. Daniel no me había buscado. No había tratado de explicarse. Y el silencio entre nosotros me dolió más que cualquier palabra.

Pero algo cambió esa noche. Mi corazón, aunque roto, comenzó a entender algo que hasta ese momento había ignorado. Las promesas de amor que había escuchado de él ya no sonaban sinceras. Las palabras que había creído, los momentos que había valorado, se estaban convirtiendo en un recuerdo lejano. La verdad estaba ahí, frente a mí, y aunque doliera, ya no podía ignorarla más.

Entre dos corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora