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Han pasado más de un año desde aquel momento en el restaurante, donde nuestras vidas cambiaron para siempre. Un año lleno de momentos que me hicieron reír, que me hicieron llorar, y que, a pesar de las dificultades, nos unieron de una forma que nunca imaginé. Daniel y yo habíamos pasado por mucho, como todas las parejas, claro, pero había algo entre nosotros que me decía que todo estaba bien, incluso cuando las cosas no eran perfectas.
La relación no había sido fácil. Ambos teníamos nuestras diferencias, nuestras inseguridades, y nuestros momentos de duda. Como todos, teníamos nuestras discusiones, nuestros desacuerdos. Pero lo que nos mantenía juntos era la capacidad de hablar, de aclararnos, de hacer que las cosas funcionaran a pesar de los tropiezos.
Hoy era un día importante para Daniel. Tenía un partido de fútbol muy importante. Era un torneo regional, y todos en su equipo estaban nerviosos. Daniel había estado entrenando durante semanas, y aunque su confianza nunca parecía desvanecerse, yo podía ver cómo la presión lo estaba afectando. No me lo había dicho directamente, pero se notaba en su comportamiento: la forma en que se mordía el labio cuando pensaba en el partido, cómo revisaba las jugadas una y otra vez, el brillo de su mirada que, aunque siempre estaba allí, hoy se veía más intenso, como si todo dependiera de esa única oportunidad.
Yo sabía lo mucho que significaba para él, y por eso había decidido ir a verlo. No solo porque quería apoyarlo, sino porque entendía que a veces, estar ahí era todo lo que necesitaba. Aunque en ocasiones nos encontráramos atrapados en nuestras pequeñas diferencias, en momentos como este, todo eso quedaba atrás. En esos momentos, mi prioridad era estar con él.
Me vestí con algo cómodo, pero con la esperanza de que también fuera adecuado para un partido. Opté por un suéter largo y unos jeans, y, aunque no era el estilo más adecuado para un evento deportivo, la verdad es que lo único que me importaba era que él me viera en las gradas y supiera que estaba allí. No tenía que ser nada perfecto, solo genuino.
Cuando llegué al estadio, el aire fresco me golpeó la cara. Había muchas personas ya, algunos jugadores calentando y otros en las gradas animando a sus equipos. Sentí una mezcla de emoción y nervios mientras me dirigía al lugar donde me habían dicho que me sentaría. Vi que algunos de sus amigos ya estaban ahí, animados, riendo y bromeando, pero, por encima de todo, estaba él. Daniel estaba en el campo, su camiseta con el número 7 destacando entre los demás. Su mirada concentrada mientras estiraba los músculos, su rostro serio pero determinado, me hizo sentir una ola de orgullo por él. Ese hombre que solía ser tan serio conmigo, tan desconfiado al principio, ahora se veía completamente diferente: más seguro, más en control, más abierto.
Me acomodé en el asiento, y al verlo por fin, sentí una conexión con él que no necesitaba palabras. Sabía lo mucho que se estaba jugando, lo importante que era ese partido para él, y de alguna manera, yo quería ser su apoyo incondicional. Él no lo sabía, pero en ese momento, era más que su novia. Era su fan número uno.
El partido comenzó, y mi atención se centró completamente en él. A medida que corría por el campo, lo veía moverse con una habilidad que siempre me sorprendía. Su forma de jugar era agresiva, pero calculada, cada paso que daba en el campo estaba lleno de propósito. Yo sabía que la competencia era dura, pero también sabía que él podía hacerlo. Siempre lo había creído.
A mitad del primer tiempo, el marcador estaba empatado. Yo me sentía nerviosa, aunque trataba de no dejar que mi ansiedad se notara demasiado. Miraba a Daniel, quien estaba con su equipo, dándose instrucciones, y me di cuenta de lo mucho que había crecido. De cómo había pasado de ser ese chico al que apenas conocía a alguien que, con el tiempo, había llegado a ser parte fundamental de mi vida.
En los tiempos de descanso, cuando él se sentó en el banco de suplentes, le envié un mensaje rápido.
"Vamos, Dani, sé que puedes hacerlo. Estoy tan orgullosa de ti, sin importar lo que pase."
Minutos después, vi cómo sacó su teléfono y sonrió al leer mi mensaje. Me devolvió una mirada a la distancia y me mandó un beso con la mano. Algo tan pequeño, pero que para mí significaba mucho.
En el segundo tiempo, las cosas se pusieron intensas. El equipo rival estaba jugando muy bien, y Daniel se veía aún más enfocado. Yo sentía que mi corazón latía más rápido por él, como si la presión del juego se transmitiera directamente a mí. Miraba cómo se movía, cómo intentaba hacer jugadas, cómo no se detenía. Fue entonces cuando una jugada clave ocurrió: Daniel corrió hacia la portería contraria, esquivó a dos jugadores y, con un movimiento impresionante, disparó al arco.
El estadio enmudeció por un segundo, y luego el balón entró al fondo de la red.
¡Gol!
El grito de alegría se escuchó por todo el estadio, y los aplausos comenzaron a sonar. Pero lo más impresionante fue ver la expresión de Daniel, como si finalmente todo ese esfuerzo valiera la pena. Vi cómo se giró hacia la grada, buscando mi rostro, y, al encontrarnos la mirada, pude ver el alivio y la satisfacción en sus ojos. Él había hecho lo que tanto deseaba: el gol que los llevaría a la victoria.
El resto del partido fue una mezcla de emociones, pero el equipo de Daniel logró ganar por 2-1. Cuando el árbitro pitó el final, la multitud estalló en aplausos y vítores, pero yo solo podía sonreír como una tonta, con el corazón lleno de felicidad por él.
Al final, cuando Daniel vino a la zona de gradas, se acercó a mí, aún con la camiseta empapada en sudor, pero con una sonrisa en su rostro que no podría borrar por nada.
—Lo logré, Sofía —dijo, tomándome de las manos mientras yo le devolvía una mirada llena de orgullo.
—Lo hiciste increíble —respondí, mis palabras sinceras—. Sabía que lo harías.
Y en ese momento, entre las risas y las celebraciones del equipo, sentí que todo estaba bien. Las pequeñas discusiones, los momentos de inseguridad, las diferencias, todo eso quedaba en segundo plano. Porque lo que realmente importaba era ese momento, el aquí y ahora, donde Daniel y yo compartíamos algo que iba más allá de los partidos o las dificultades. En ese momento, solo éramos él y yo, y nada más importaba.
Al final, me besó en la mejilla, rodeado de sus amigos, pero a mí eso no me importaba. Porque, por primera vez, sentí que nuestra historia estaba justo donde debía estar.
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Entre dos corazones
RomanceSofía es una chica tímida y sentimental que siempre ha sido muy sensible, aunque intenta ocultarlo tras una fachada de confianza y seguridad, no es su verdadera personalidad y ha logrado que Daniel, su novio, la vea como una persona fuerte e indepen...