Daniel
Los meses siguieron pasando con una suavidad que me sorprendía. Cada día me encontraba más cómodo en la compañía de Sofía, y no sabía exactamente cuándo había dejado de ser solo una amiga o una conocida para convertirse en alguien que realmente ocupaba un lugar importante en mi vida. Y lo peor —o mejor— era que ni siquiera me importaba definir lo que sentía, porque me sentía feliz así, en la incertidumbre, pero con una sensación agradable que no había experimentado en mucho tiempo.
Una tarde de otoño, decidí invitarla a dar un paseo. Había algo en la brisa fresca y el cielo gris que me hacía querer compartir ese momento con ella. Así que, sin pensarlo mucho, la llamé.
—¿Te gustaría salir un rato? —le pregunté, mientras caminaba por la calle, mirando el paisaje de la ciudad que se volvía más cálido con la llegada de la temporada.
Sofía, como siempre, aceptó sin dudar. La respuesta fue simple, pero la felicidad que sentí al escucharla me hizo sonreír más de lo que esperaba. Me gustaba su espontaneidad, su forma de ser, cómo todo parecía tan sencillo con ella. En un mundo que a veces se complicaba demasiado, Sofía era un soplo de aire fresco.
Nos encontramos en un centro comercial cercano, uno pequeño, pero acogedor, sin la multitud de gente que solía abrumarme. Los locales estaban tranquilos, y el lugar era perfecto para pasear sin preocupaciones.
Mientras caminábamos, charlábamos sobre cosas que no parecían importarle a nadie más. Hablábamos de todo y de nada al mismo tiempo: nuestras canciones favoritas, películas que queríamos ver, libros que aún no habíamos leído. De vez en cuando nos reíamos de algo tonto, y esa ligereza que compartíamos se convirtió en uno de los mayores placeres de esos días. A veces, sentía como si el tiempo se detuviera a nuestro alrededor, y todo lo que importaba era esa conexión silenciosa, pero intensa, que se tejía entre nosotros.
En un momento dado, mientras paseábamos por un pasillo del centro comercial, mis amigos aparecieron. Marcos, Javier y Felipe. Habían estado cerca, probablemente burlándose de alguien, como siempre hacían. Cuando me vieron, no pudieron evitar acercarse con sus típicas sonrisas traviesas.
—Mira a quién tenemos aquí, ¿el gran Daniel en su cita? —dijo Marcos, con una sonrisa burlona. Sabía que, como siempre, iban a buscar algo con lo que divertirse.
Sofía, sin embargo, se mostró tranquila. No había nerviosismo en su voz ni en su postura. De alguna manera, parecía no importarle. Miró a los tres chicos, sonrió con amabilidad y les extendió la mano.
—Hola, soy Sofía. Un placer conocerlos —dijo con una voz suave pero firme. No había timidez en ella, y eso me sorprendió gratamente. Siempre había pensado que los amigos de Daniel serían intimidantes, pero Sofía los enfrentaba con una serenidad que me dejaba sin palabras.
Los chicos se quedaron quietos por un momento, observándola, y luego comenzaron a reírse entre ellos, aunque sin malicia. Era como si Sofía hubiera hecho que todo cambiara con solo unas palabras, rompiendo el hielo con su sencillez.
—Vaya, Daniel, no esperaba que trajeras a tu chica a pasear con nosotros —comentó Felipe con una sonrisa traviesa. —¿Qué tal va eso de estar "enamorado"? ¿Cómo es vivir con el corazón fuera de control?
Por alguna razón, esa última parte me hizo sentir incómodo. Sabía que bromeaban, pero había algo en su tono que me hizo preguntarme si realmente sabían algo de lo que sentía. En lugar de sentirme molesto o avergonzado, me di cuenta de que Sofía era completamente diferente a las personas que solían burlarse de mí. Ella no necesitaba confirmaciones de nadie. No estaba preocupada por lo que pensaran.
—Gracias por la bienvenida —respondió ella con una sonrisa abierta y franca—. Pero, la verdad, solo quiero disfrutar de un buen paseo.
Marcos levantó las manos, como si fuera un árbitro que había perdido la partida.
—Bueno, bueno —dijo, mirándome con una sonrisa socarrona—. Te dejamos en paz, Daniel. Por ahora.
Felipe y Javier se despidieron rápidamente, y antes de que me diera cuenta, se fueron caminando, lanzando comentarios sobre un partido de fútbol o algo similar. Mientras se alejaban, Sofía me miró, y por un segundo me pregunté qué estaba pensando.
—¿Te molestan siempre así? —preguntó, mientras seguimos caminando juntos, como si nada hubiera pasado.
La tranquilidad en su voz me hizo sentir algo diferente, algo nuevo. Ya no sentía esa presión que a veces me imponían mis amigos. Sofía estaba tan natural, tan tranquila, que me hizo darme cuenta de que probablemente estaba sobrepensando las cosas. Tal vez era hora de ser sincero con lo que sentía.
—La verdad... no me molestan tanto. Es solo que me conocen muy bien —le respondí, intentando restarle importancia. —A veces me hacen sentir... como si no supieran nada sobre mí.
Sofía asintió con comprensión, y no dijo nada más al respecto. Simplemente sonrió y continuó caminando a mi lado, como si esas palabras no fueran necesarias para el momento. Me hizo sentir bien, como si realmente pudiera ser yo mismo sin tener que dar explicaciones. Era algo que me costaba entender, pero me gustaba.
Pasaron los días, y nuestra relación comenzó a tomar un giro inesperado. Nos vimos más seguido, a veces sin un plan fijo. En otras ocasiones, solo pasábamos tiempo juntos, compartiendo una tarde en un parque, tomando algo en un café o viendo una película en mi casa. Pero lo que realmente me sorprendió fue cómo cada momento con ella se sentía más real, más... profundo.
Una tarde de principios de diciembre, Sofía y yo decidimos hacer algo diferente. Un paseo por la ciudad, sin rumbo fijo. Solo queríamos caminar y disfrutar del aire fresco de la tarde. Mientras avanzábamos por las calles, me di cuenta de lo fácil que era estar con ella, como si no hubiera barreras ni expectativas. Sofía me hacía sentir que no tenía que ser alguien que no era. Y eso, en sí mismo, era algo único.
—¿Te has dado cuenta de lo fácil que es estar aquí, sin tener que hacer nada? —le dije, mientras miraba al frente, sintiendo que era cierto.
Sofía se detuvo, me miró a los ojos y sonrió suavemente.
—Lo he notado. No es necesario hacer nada extra para que el momento sea especial. A veces, solo el estar juntos ya lo es.
Esa frase me tocó profundamente. Y fue en ese instante que supe, con claridad, que estaba empezando a enamorarme de ella.
No lo había dicho en voz alta, pero algo dentro de mí lo sentía con tanta intensidad que ya no importaba cuánto tiempo pasara. Ella era todo lo que necesitaba, y más. Sin siquiera pedirlo, había logrado hacer que me olvidara del dolor que me había causado Camila. Ya no pensaba en ella ni en los recuerdos amargos que había dejado. Sofía, sin saberlo, me estaba ayudando a sanar.
Al final de ese día, mientras la dejaba en su casa, sentí una calidez en el pecho que no había sentido en mucho tiempo. Algo había cambiado en mí. Algo había crecido. Y no sabía exactamente qué pasaría
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Entre dos corazones
RomanceSofía es una chica tímida y sentimental que siempre ha sido muy sensible, aunque intenta ocultarlo tras una fachada de confianza y seguridad, no es su verdadera personalidad y ha logrado que Daniel, su novio, la vea como una persona fuerte e indepen...