Alexander

4 1 0
                                    

Sofia

Llego a casa sintiéndome agotada, como si el peso de todos estos días me cayera de golpe. Subo directamente a mi habitación, sin detenerme ni siquiera a saludar, y cierro la puerta detrás de mí. Me recuesto en la cama, mirando el techo, dejando que el silencio de la habitación me envuelva. Intento procesar todo lo que está pasando, pero mi mente sigue dando vueltas sin cesar, atrapada en pensamientos confusos sobre Daniel y la distancia que cada día se vuelve más palpable.

Mientras reviso mi teléfono, veo el mensaje de Daniel, que llegó hace unos minutos: "Hola, ¿todo bien?". Una parte de mí quiere responderle, decirle que no, que nada está bien, pero otra parte está cansada de ser siempre yo quien intenta arreglar las cosas. Decido ignorarlo. Deslizo el dedo por la pantalla, buscando una canción que traduzca lo que siento sin tener que decirlo. Cuando empieza a sonar "When the Party's Over" de Billie Eilish, cierro los ojos y dejo que la letra me envuelva. Es como si alguien entendiera perfectamente todo lo que no puedo expresar.

Estoy a punto de cerrar los ojos y perderme en la música cuando noto que me entra otro mensaje. Miro la pantalla y, para mi sorpresa, es Alexander.

    "Estoy afuera de tu casa. ¿Te animas a dar una vuelta en moto?"

Levanto las cejas, sorprendida. La última vez que hablamos apenas habíamos acordado vernos mañana para trabajar en el proyecto de matemáticas, y ahora... ¿me está esperando afuera? No puedo evitar sonreír un poco, divertida por su audacia. Mi primer impulso es decir que no, que no puedo, pero otra parte de mí siente que necesita escapar por un rato, dejar atrás todo lo que me está pesando.

Contesto rápidamente, con el corazón acelerado.

    "Dame un segundo."

Apago la música, me pongo una chaqueta y salgo de mi habitación lo más silenciosa posible. Al abrir la puerta de la casa, ahí está él, esperando apoyado en su moto, con una expresión seria y ese aire misterioso que siempre lleva. Su chaqueta de cuero oscura y su postura relajada lo hacen ver como alguien sacado de una película, y no puedo evitar sentir una mezcla de emoción y nerviosismo. Me acerco y él me observa, con una leve sonrisa, pero no dice nada al principio.

—¿Así que te gustan las motos? —le pregunto, intentando sonar casual.

Él se limita a mirarme, con esa mirada intensa que siempre parece saber más de lo que dice.

—Sube y lo descubrirás —responde, con un tono despreocupado, pero con una chispa de desafío en los ojos.

No lo pienso dos veces. Me pongo el casco que me ofrece y me acomodo detrás de él, sintiendo la adrenalina correr por mis venas mientras mis manos se aferran a su chaqueta. Al arrancar, siento el motor vibrar bajo nosotros y, por primera vez en mucho tiempo, siento que estoy dejando todo atrás, aunque sea solo por un rato.

Luego de una tarde complicada y agotadora, al fin llego a casa. Me encierro en mi habitación, tratando de encontrar un momento de paz. Pero justo cuando cierro los ojos, el teléfono vibra, y veo un mensaje de Daniel: "¿Podemos hablar?". Lo miro sin saber qué hacer, pero una extraña mezcla de tristeza y orgullo me impide responder.

En lugar de eso, conecto mis audífonos y pongo música. Billie Eilish suena en el fondo, capturando perfectamente el caos de emociones que siento. No quiero pensar en Daniel, no quiero pensar en Camila. Quiero simplemente escapar de todo esto.

Justo en ese momento, otro mensaje llega, pero esta vez de Alexander: "Estoy afuera. ¿Te animas a dar una vuelta?" Me sorprende, pero sin pensarlo demasiado, me levanto, agarro mi chaqueta, y bajo corriendo las escaleras. Cuando salgo, ahí está, apoyado en su moto, esperándome. Me lanza una mirada seria, casi desafiante.

—¿Lista? —me pregunta, sin darle demasiadas vueltas.

Asiento, y él me lanza un casco. Me lo pongo y subo detrás de él, aferrándome a su chaqueta de cuero mientras arrancamos. A medida que aceleramos, el viento me envuelve, y siento cómo toda la tensión empieza a disiparse. Nos dirigimos hacia el límite de la ciudad, donde los edificios desaparecen y el camino se vuelve más tranquilo. Me doy cuenta de que no me importa a dónde vamos; lo único que importa es que, por primera vez en mucho tiempo, me siento libre.

Finalmente, tras varios minutos de viaje, un destello de azul se asoma a lo lejos. La playa se extiende frente a nosotros, serena y brillante bajo el cielo anaranjado. Alexander desacelera y se desvía por un camino de arena que bordea la costa, hasta que llega a una zona apartada donde finalmente detiene la moto. Se baja primero y, con esa misma mirada seria, me ayuda a bajar.

—¿Por qué aquí? —le pregunto, sin saber bien qué decir.

Él se encoge de hombros, mirando hacia el horizonte—. Pensé que te haría bien ver algo diferente.

Nos quedamos en silencio, con el sonido de las olas rompiendo suavemente en la orilla. El aire salado y fresco llena mis pulmones, y el sol empieza a esconderse en el horizonte, tiñendo todo de un dorado cálido. Me siento extrañamente segura y tranquila, como si aquí todo lo demás no importara.

—Gracias por traerme —digo finalmente, esbozando una pequeña sonrisa.

Alexander asiente, y por un instante parece que va a decir algo, pero en cambio, mira de nuevo hacia el mar. La luz dorada ilumina su rostro, dándole un aire serio y misterioso que, de alguna manera, hace que me sienta más a gusto, más libre de ser quien soy, sin pretensiones.

Pasan los minutos, y simplemente nos quedamos ahí, compartiendo la vista y el sonido de las olas, dejando que el silencio diga todo lo que no podemos expresar con palabras. En ese momento, entiendo que, por ahora, esto es suficiente.

Alexander me lleva a su casa en la moto, y en el camino no puedo evitar sentirme intrigada. No solo por él y su actitud enigmática, sino por el lugar al que me está llevando. Cuando finalmente llegamos, me doy cuenta de que su casa es perfecta para él: apartada, cerca del mar, con una vista que corta la respiración. No es grande, pero tiene algo que lo hace sentir acogedor y único, con grandes ventanales que dan hacia la playa y paredes de madera que se ven desgastadas por el viento y el sol.

—Bueno, aquí es donde vivo. ¿Quieres entrar? —dice Alexander, con su tono serio de siempre, aunque detecto una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios.

Entramos, y el interior es tan encantador como el exterior. Es un lugar sencillo, pero lleno de detalles personales que me hacen sentir que estoy conociendo una parte de él que no muestra a nadie más. Hay algunos dibujos enmarcados en las paredes, una pequeña colección de vinilos en una esquina, y un sofá que parece cómodo, con mantas desparramadas encima.

—¿Vamos a trabajar aquí? —pregunto, algo distraída, observando su espacio.

—Claro. Si necesitas algo, solo dime. —Alexander se acomoda en el sofá y saca su cuaderno de matemáticas. Yo hago lo mismo, y comenzamos a trabajar en silencio, cada uno concentrado en sus cálculos.

El tiempo pasa sin que lo note, hasta que Alexander se levanta y desaparece por un momento. Escucho ruidos en la cocina, y poco después vuelve con una bandeja de comida. Me ofrece un plato de pasta y una botella de agua sin decir nada, solo me hace un gesto para que lo tome.

—Gracias. No esperaba esto —le digo, sorprendida.

Él se encoge de hombros—. Pensé que tenías hambre. Además, trabajar con el estómago vacío no es lo mejor.

Comemos en silencio, y me doy cuenta de que, a pesar de su actitud seria y ruda, Alexander tiene una forma de cuidarme que no había experimentado antes. Hay algo en él que me hace sentir tranquila, como si en su silencio encontrara una seguridad inesperada. Nos reímos de algunos errores en los ejercicios y compartimos comentarios sarcásticos sobre lo complicadas que son las matemáticas.

Sin darme cuenta, el cansancio empieza a vencerme. La sala se ha vuelto un espacio acogedor y cálido, y la brisa que entra por la ventana me relaja aún más. Después de un rato, me acomodo en el sofá, y antes de darme cuenta, mis ojos se cierran.

Entre dos corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora