Luz de la mañana

3 1 0
                                    

Sofia

El sol se filtraba suavemente por la ventana cuando Sofía abrió los ojos, apenas pudiendo entrecerrarlos ante el brillo. Una punzada de dolor le atravesó la cabeza, obligándola a cerrar los ojos nuevamente. Se sentía aturdida, y su mente intentaba recordar los detalles de la noche anterior. Al abrir los ojos de nuevo, notó que la habitación era extraña para ella; las paredes, los muebles, y el suave olor a madera y a sal marina... nada era suyo.

Con una sensación de alarma creciente, se dio cuenta de que llevaba puesta una polera de hombre, amplia y cómoda, pero definitivamente no suya. El recuerdo de haberse desmayado en la fiesta, luego en el auto y, finalmente, de la amable ayuda de Alexander, empezaba a hacer eco en su mente, mientras intentaba procesar lo que había pasado.

Sofía se sentó de golpe en la cama, el dolor de cabeza intensificándose. En ese momento, la puerta se abrió y Alexander entró, sosteniendo un vaso de agua y un par de pastillas.

—Te hará bien para el dolor de cabeza —dijo con tono serio, tendiéndole el vaso y las pastillas.

—Gracias —murmuró ella, tomando el vaso y las pastillas con manos temblorosas, su rostro enrojecido de vergüenza—. Lo siento mucho, Alexander... por todo.

Él la miró con una media sonrisa comprensiva—. No te preocupes. Pasan esas cosas. Solo me aseguré de que llegaras bien.

Sofía respiró aliviada y, después de unos segundos de incomodidad, decidió tomar su teléfono para enviarle un mensaje rápido a su madre, avisándole que estaba bien y que volvería pronto. El sonido del mensaje enviado rompió la tensión entre ambos, y Alexander la observó en silencio antes de hablar.

—Mi madre preparó algo de desayuno. Te ayudará a sentirte mejor antes de irte —dijo, haciendo un gesto hacia la puerta.

Agradecida, Sofía asintió y se levantó, siguiendo a Alexander hacia la cocina. La madre de Alexander los recibió con una cálida sonrisa y les sirvió una comida sencilla pero reconfortante. Sofía agradeció en voz baja, tratando de ignorar el leve rubor en sus mejillas mientras comía en silencio, aún avergonzada por la situación.

Luego de comer y de agradecer a la madre de Alexander por su hospitalidad, Alexander la miró de reojo con una expresión algo despreocupada.

—¿Te gustaría caminar por la playa un rato? —preguntó, con las manos en los bolsillos, evitando mirarla directamente.

La invitación la tomó por sorpresa, pero asintió con una pequeña sonrisa. Se sentía agradecida de que Alexander la tratara con calma, como si todo lo de la noche anterior fuera algo normal y sin importancia. Caminando juntos hacia la orilla, el sonido de las olas y la brisa salada la hicieron sentirse extrañamente en paz.

El silencio entre ellos no era incómodo; parecía natural, como si las palabras no fueran necesarias. Mientras avanzaban, Alexander miraba el horizonte, y ella se encontró observándolo de reojo. Su apariencia distante y enigmática seguía siendo un misterio para ella, pero ahora notaba una faceta más, algo protector y amable bajo la dureza de su carácter.

—Gracias por cuidarme —dijo finalmente, rompiendo el silencio.

Alexander solo la miró y asintió levemente, sin añadir palabras, pero con una ligera sonrisa que parecía decir "de nada". Los dos siguieron caminando en silencio, dejando que el murmullo de las olas y la tranquilidad del lugar llenaran el espacio entre ellos.

Mientras caminaban por la orilla, el sol ya estaba en lo alto, reflejándose en el agua y proyectando destellos dorados sobre la arena. Sofía y Alexander avanzaban en silencio, con el sonido de las olas como única compañía, hasta que llegaron a un lugar apartado, donde el ruido de la gente era un eco lejano.

Sin decir nada, Alexander se sentó en la arena, y Sofía lo imitó, acomodándose a su lado, tan cerca que apenas unos centímetros separaban sus hombros. Se quedaron mirando hacia el océano por un momento, ambos envueltos en una mezcla de calma e incertidumbre. De vez en cuando, Alexander la miraba de reojo, y Sofía fingía no notarlo, aunque el pulso le latía con fuerza.

—A veces es bueno desconectarse de todo —dijo él, rompiendo el silencio, con la vista fija en el horizonte.

Sofía asintió lentamente, sin apartar la vista del agua. Había algo en la serenidad de la escena, en el suave ritmo del mar, que la hacía sentir segura, a pesar de la tensión que iba creciendo entre ellos. Sus miradas finalmente se encontraron, y de pronto, ninguno de los dos apartó la vista.

Un impulso la llevó a inclinarse un poco hacia él, y Alexander hizo lo mismo, hasta que sus rostros estaban tan cerca que podía sentir su respiración. Por un instante, sus labios se encontraron en un beso suave, como un susurro, breve pero intenso. El contacto fue apenas un segundo, y ambos se apartaron rápidamente, con los rostros enrojecidos, como si ese atrevimiento les hubiese tomado por sorpresa.

Sofía miró hacia otro lado, el corazón latiendo con fuerza. Ni ella ni Alexander dijeron nada, pero compartían una pequeña sonrisa, y la atmósfera entre ellos había cambiado. Sin decir una palabra más, ambos volvieron a mirar el océano, con una nueva complicidad que llenaba el espacio entre ellos.

Entre dos corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora