Deseos ebrios

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Sofia

La música seguía retumbando en la fiesta, pero Sofía ya se sentía fuera de lugar. Había estado bailando y riendo con sus amigas, disfrutando a ratos, pero aún notaba la mirada de Alexander desde la zona VIP, que parecía posarse en ella con una intensidad imperturbable. Luego de la partida de Daniel, había intentado ignorarlo, y quizá por eso decidió seguir tomando. Con cada trago, el resentimiento y las dudas se iban disolviendo, reemplazados por una mezcla de aturdimiento y esa molesta confusión que ni siquiera el alcohol lograba borrar del todo.

Sofía miró a sus amigas, que aún bailaban emocionadas y sin planes de irse pronto. Por alguna razón, ella sentía la necesidad de escapar de ahí, como si algo en la noche la estuviera sofocando. Las luces, el ruido, todo se volvía borroso mientras caminaba hacia la salida tambaleante. Levantó la mano para llamar un taxi, decidida a irse.

Sin embargo, apenas había salido cuando escuchó una voz firme detrás de ella.

—No piensas irte sola, ¿verdad?

Sofía se dio la vuelta y vio a Alexander, quien la miraba con el ceño fruncido. Con la cabeza algo nublada, solo atinó a soltar una risa suave y encogerse de hombros, como si no le importara. Pero él ya la había alcanzado.

—No vas a irte sola —repitió, y antes de que pudiera replicar, tomó suavemente su brazo y la guió hacia su auto.

Sofía apenas era consciente del camino; el cansancio y el mareo aumentaban, y en algún punto del viaje, apenas sintió el nudo en su estómago, supo lo que iba a pasar. Antes de poder advertirlo, apenas alcanzó a girarse antes de vomitar, para horror suyo y, seguramente, de Alexander. Quiso disculparse, pero las palabras se le enredaban en la lengua.

Finalmente, llegaron a un lugar que parecía familiar, aunque no estaba completamente segura. Alexander la ayudó a salir y, en cuestión de minutos, estaba en lo que parecía ser su habitación, donde él le trajo ropa limpia y la ayudó a cambiarse con seriedad, sin decir una sola palabra. Ella lo observó entre sus pestañas, agradecida de que no hiciera comentarios al respecto, de que no pareciera molesto.

Después de ayudarla a recostarse y cubrirla con una manta, Alexander se dio la vuelta para marcharse.

—No te vayas —murmuró Sofía, sin pensarlo dos veces.

Él se detuvo, girándose para mirarla, con una expresión de sorpresa mezclada con incertidumbre. Sus ojos serios la observaron un momento, y por un segundo pensó que iba a negarse.

—Quiero que te quedes... aquí —añadió Sofía, sintiéndose vulnerable, pero sabiendo que, en ese momento, quería esa sensación de seguridad que solo él parecía darle.

Alexander la miró en silencio, y tras un suspiro leve, pareció ceder. Caminó de regreso hacia la cama y se sentó en una esquina, a una distancia respetuosa, sin decir nada. Ella sonrió ligeramente, sus párpados cerrándose mientras el cansancio finalmente la vencía. La última imagen que tuvo antes de caer dormida fue la de él, con su rostro serio y protector, velando en la oscuridad, y la extraña calma de sentirse a salvo.

Entre dos corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora