Recuerdos

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En la cima de una montaña nevada, el viento gélido azotaba con fuerza, llevándose consigo el sonido de una risa desinhibida.

"¡Ja, ja, ja! ¡Hace frío aquí arriba, ¿no, Zein?" gritó un joven rubio, su risa resonando en el vacío helado mientras sus ojos chispeaban de alegría.

Detrás de él, el chico llamado Zein avanzaba trabajosamente, sus pasos hundiéndose en la nieve. Su cabello oscuro le caía sobre los hombros, y sus ojos plateados reflejaban el cielo apagado que se extendía sobre ellos. Cada respiración suya formaba una nube en el aire helado. "Recuérdame, huff... ¿recuérdame por qué terminé en este lugar contigo?" murmuró, sintiendo el peso del cansancio en cada palabra.

El joven rubio lo observó con una sonrisa divertida, mientras que caminaba hacia una gran roca saliente en una de las laderas de la montaña, sin mucha dificultad el chico subió a la con un salto, y tomo asiento en ella. "Porque te arrastré hasta aquí," respondió, acomodándose con una despreocupación envidiable mientras su mirada se perdía en el horizonte cubierto de niebla. "Si sigues en tu espantosa rutina de trabajo, estudio y más estudios, un día te encontrarán muerto de cansancio en cualquier escritorio."

Hubo un silencio entre ambos, Zein no quiso responder a la queja de su amiga, en cambio con algo de dificultad subió a la roca y se desparramos al lado del joven rubio.

"¿No es una vista hermosa, Zein?" La voz de su amigo se suavizó, y una paz casi palpable se reflejó en su rostro. Miraba el paisaje con una serenidad profunda, como si el momento fuera eterno.

Zein alzó la vista. Ante ellos, el paisaje nevado se extendía como un océano blanco, y las montañas, antiguas y majestuosas, se alineaban en la distancia, testigos de siglos y silencios. Pero, para Zein, el verdadero espectáculo no estaba en esas montañas. Era el cielo infinito sobre ellos, un manto vasto y despejado, que se extendía más allá de lo que la vista alcanzaba. Era el tipo de cielo que parecía invitar a volar.

"Ahora entiendo por qué el ser humano siempre ha querido volar... Al ver este cielo tan majestuoso, te sientes insignificante," murmuró Zein, su voz suave y apenas audible, como si hablara solo para él. Su mirada se perdía en la inmensidad azul, dejándose envolver por su vastedad. "Quizá... quizá solo al elevarse en él, el humano puede tener la ilusión de que lo ha dominado."

"¡Ja, ja, ja! ¿De dónde salió esa profundidad, mi gran Sócrates? ¡Ja, ja, ja!" El joven rubio soltó una carcajada estruendosa, sorprendido por el comentario filosófico de su amigo, normalmente tan reservado.

"Idiota," replicó Zein, algo avergonzado, mientras le daba un ligero golpe en el hombro.

Las risas del joven rubio resonaron un rato más, aunque Zein ya no estaba prestando atención, con la mirada de nuevo perdida en el vasto cielo.

"¡Ah, eso fue gracioso!" dijo el rubio, limpiándose las lágrimas de risa. Luego recuperó su expresión tranquila y, al igual que Zein, volvió a mirar el horizonte.

"Hey, Zein..."

"¿Mmm? ¿Qué pasa?"

El rubio se acomodó y giró su mirada hacia él, sus ojos volviéndose más serios y profundos. "Ya que estamos aquí, me gustaría hacerte una pregunta que llevo guardando desde hace tiempo."

Zein, levemente confundido ante el repentino tono serio de su amigo, asintió. "Puedes preguntarme lo que quieras."

"Zein... ¿Qué es lo que realmente deseas?" Los ojos del joven rubio brillaron, ansiosos y atentos, esperando su respuesta.

Zein sintió el viento frío acariciando su rostro mientras observaba la inmensidad azul. La pregunta lo tomó por sorpresa, y el silencio entre ambos volvió a establecerse, aunque esta vez se sentía cargado de significado.

Fragua y AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora