Patético

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Goteo

Goteo

En las oscuras calles de Orario, la figura de Zald, la pesadilla de la ciudad, avanzaba con pasos pesados, mientras el eco del goteo resonaba a su alrededor.

"Aghh... Maldita sea, ahora odio a los herreros y las espadas mágicas," Con un gruñido lleno de agonía la voz profunda del gran héroe Zald, resonó en la oscura noche.

A diferencia de su majestuosa apariencia habitual, ahora se veía extremadamente lamentable. Gran parte de su armadura estaba hecha pedazos, y por las grietas se dejaban ver enormes quemaduras y heridas abiertas, de las que aún brotaba sangre en espesas gotas.

Estaba claro que el daño causado por la espada mágica de Pyrion, junto con las toneladas de rocas que se le habían desplomado encima, lo habían dejado al borde del colapso.

Ughh...

Con otro gruñido de dolor, Zald se detuvo, apoyándose en una pared mientras su respiración se volvía pesada. Cada paso le cobraba factura, y el dolor de los huesos rotos lo hacía estremecer.

Respiró hondo, recobrando fuerzas, y reanudó su marcha hacia un lugar específico. Las calles y las residencias que lo rodeaban estaban en ruinas, casi desiertas; apenas se veían signos de vida en esta parte de la ciudad, un rincón abandonado y sombrío de Orario.

Después de avanzar con dificultad durante un rato más, Zald finalmente llegó a su aparente destino: una iglesia en ruinas.

Observando la iglesia por un momento, Zald dejó escapar un suspiro áspero y se dirigió a la gran puerta de madera. Con un último esfuerzo, empujó la puerta, que cedió con un crujido, y entró en el interior de la iglesia.

El interior de la iglesia, como el exterior, estaba desgastado y cubierto de polvo, con bancos rotos y paredes que parecían haber presenciado incontables inviernos. Sin embargo, en medio de esta decadencia, una figura destacaba. Frente a una estatua sin nombre, una hermosa mujer de cabello plateado permanecía en silencio, con las manos juntas en un gesto de contemplación.

Zald, que entro tambaleándose, rompió el silencio con un suspiro pesado. "Sigh... Alfia, deberías buscar alguna otra cosa que hacer. Si sigues plantada frente a esa estatua todos los días, quizá termines perdiendo la cabeza. Haz como el resto de las mujeres... no sé, ve a comprar ropa o algo así."

Después de quejarse exasperado, la cansada figura de Zald, camino con dificultad hacia uno de los bancos de la iglesia.

"Zald, recuerdo haberte dicho cientos de veces que me dejaras en paz mientras este aquí" Con un rostro indiferente pero con una leve irritación en su tono de voz, Alfia continuo contemplando la estatua, sin prestarle atención a Zald.

Zald, soltando un resoplido, dejó caer su agotado cuerpo en uno de los bancos, ignorando por completo el tono de advertencia en la voz de Alfia. Se recostó, estirando una pierna con un gesto de dolor evidente, y lanzó una mirada de fastidio hacia la estatua sin rostro frente a ella.

"Sí, sí, lo dices todo el tiempo... pero, ¿qué quieres que haga? Este lugar está muerto, igual que esa estatua a la que rezas. A veces pienso que tú también te estás convirtiendo en una reliquia aquí."

Irritada por el comentario de Zald, Alfia volvió a mirarlo con agudeza. Sin embargo, su expresión estoica fluctuó al observar el lamentable estado de su compañero; sus párpados, que normalmente permanecían siempre cerrados, se abrieron, revelando una leve sorpresa en sus hermosos ojos.

"Tú... te ves lamentable," murmuró Alfia, sus ojos recorriendo las heridas y los pedazos destrozados de la armadura de Zald. Por un instante, su calma característica cedió a una genuina sorpresa, una emoción rara en ella.

Fragua y AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora