No dejaran de buscarme hasta matarme...

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Arlette avanzaba entre las sombras del bosque, sus pasos firmes y el bastón en mano, mientras su respiración y su determinación permanecían inquebrantables. Había combatido contra criaturas oscuras que intentaban disuadirla en cada tramo del camino, y aunque sentía la tentación de recurrir a los hechizos de tiempo y energía que Selena le había enseñado, se recordó a sí misma las palabras de su maestra:


Selena: —No te hagas dependiente de un solo ataque, Arlette. La magia Sullyvan no te ofrece talentos innatos. o beneficios o mejoras en ti. Con solo tenerlas... debes tu misma crear tus talentos, tus beneficios y tus mejoras


Arlette cerró el puño y asintió para sí misma. Este viaje no sería un desafío verdadero si dependía de hechizos ya aprendidos. Tenía que descubrirse a sí misma, ser capaz de crear soluciones propias frente a cada obstáculo.


A medida que avanzaba por el bosque, un escalofrío recorrió su espalda. Un crujido resonó detrás de ella, y cuando giró, un hombre imponente, de más de tres metros de altura, emergió de entre los árboles. Su figura estaba envuelta en un manto oscuro que apenas dejaba entrever su cuerpo musculoso y robusto, y sus ojos relucían con una mezcla de malicia y diversión. En sus manos sostenía un largo bastón de madera tallada que terminaba en una afilada espada.


Arlette: —¿Qué... quién eres tú? —preguntó, poniéndose instintivamente en guardia.


El hombre sonrió, y su voz resonó como un eco áspero, llena de desprecio.


Hombre: —Soy Eirikr, guardián de este bosque y juez de quienes intentan transitar el camino de Selena. Otra mujer intentando seguir los pasos de la diosa, ¿eh? —Su tono estaba cargado de ironía—. Baja tu arma y te mostraré cuán misericordiosos pueden ser los jueces.


Arlette apretó los dientes, su cuerpo listo para el combate. La figura imponente de Eirikr no la amedrentaría tan fácilmente.


Arlette: —Lástima, Eirikr.. No me rendiré con solo verte. —Adoptó una posición de combate, sus pies firmes en el suelo y el bastón preparado.


Eirikr soltó una risa gutural y golpeó el suelo con el extremo de su bastón, creando una columna de llamas que lo rodeó. La magia ancestral del bosque pareció avivarse a su alrededor mientras alzaba el bastón con la espada en su punta, las llamas ondulando con fuerza y velocidad.

Eirikr: —Entonces, mortal, ¡veremos cuánto tiempo duras!


Se lanzó hacia ella con una velocidad sorprendente para su tamaño, la espada encendida de fuego buscando abrirse paso hacia Arlette. Ella retrocedió ágilmente, esquivando el primer ataque y contraatacando con un golpe rápido de su bastón hacia las piernas de Eirikr. Este esquivó y, con un giro brusco, envió una onda de calor que la obligó a cubrirse.


Arlette: (pensando) —Es rápido, pero no invencible. Solo tengo que aprovechar su peso en mi favor.


Arlette mantuvo la guardia, observando cada movimiento del enorme juez. Eirikr blandía el bastón con fuerza, y cuando ella se acercaba, lanzaba estocadas de su espada en llamas. Arlette se movía con cautela, girando a su alrededor para no permitirle tomar la ofensiva completamente. De repente, él lanzó un tajo hacia ella, y Arlette, en un movimiento calculado, giró sobre sí misma y deslizó su bastón hacia la mano de Eirikr, golpeándolo con un hechizo de dispersión que desestabilizó momentáneamente sus llamas.

La Señora de La MagiaWhere stories live. Discover now