Un cambio...

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Arlette se encontraba investigando una ruina antigua, inspeccionando los grabados y buscando pistas sobre los restos de un tiempo olvidado. La quietud del lugar era inquietante, pero estaba absorta en su tarea. De repente, un destello de energía apareció desde las sombras, golpeándola con fuerza en el pecho. Un hechizo la impactó, dejándola sin aliento y sumiéndola en la oscuridad.


Cuando despertó, estaba rodeada de figuras que la observaban con cautela y desconfianza. Aún aturdida, se llevó una mano a la frente y miró a su alrededor, tratando de ubicarse.


Arlette: —¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes? —preguntó, incorporándose con esfuerzo.


Uno de los hombres la miró con desdén, entrecerrando los ojos como si midiera cada palabra.


Desconocido: —¿Dónde estás? Eso no importa. Lo que importa es quién eres tú. Eres Selena, la destructora... la que arrasó con este lugar.


Arlette: —Dioses... ¿Por qué rayos todos me llaman Selena? ¡No soy Selena! —replicó con frustración—. Soy Arlette Sullyvan.


La mención de su apellido generó un murmullo inquieto entre los presentes. Los desconocidos intercambiaron miradas y retrocedieron un paso, como si el nombre Sullyvan fuera una amenaza en sí mismo.


Desconocido: —Sullyvan... —murmuró, y su voz estaba cargada de desprecio—. ¿Eso es distinto acaso? Todos los Sullyvan son hechiceros corruptos, seres que hicieron pactos oscuros con el dios Thraegar, hermano de Draison. La misma energía maligna se ha transmitido en tu familia, generación tras generación.


Arlette: —No... entiendo. ¿Qué hicieron los Sullyvan para que nos odien tanto? —preguntó en un susurro, recordando en un parpadeo todas las veces en que había sido juzgada por su apellido. No podía recordar un momento de su vida sin que la sombra de su linaje pesara sobre ella.


El hombre, cuyo nombre era Erland, la miró con una mezcla de odio y compasión.


Erland: —Fue hace generaciones, cuando el Sullyvan llamado Alaric buscó a Thraegar, el hermano oscuro de Draison. Los dos hicieron un pacto, y Alaric obtuvo una energía oscura tan poderosa que contaminó su alma y la de toda su descendencia. Esta oscuridad... se convirtió en una marca, y así, los Sullyvan llevaban en sus venas la energía corrupta de Thraegar.


Arlette escuchaba en silencio, sintiendo cómo la historia de su familia caía sobre sus hombros con el peso de siglos.


Erland: —Y así, nacieron los hechiceros Sullyvan, capaces de grandes proezas, pero también... propensos al caos. De todos ellos, fue Selena la peor. Ella, donde caminaba, dejaba caos y ruina. Después de su desaparición, pensábamos que todo había terminado... pero llegó otro.


Arlette: —¿Otro? —preguntó, desconcertada—. ¿Quién es ese otro?


Antes de que Erland pudiera responder, un gruñido bajo y amenazante retumbó en el aire. Las miradas de todos se dirigieron a la sombra de una colina, donde un enorme oso humanoide emergía, sus ojos brillando con un odio inhumano. La criatura, con pelaje negro y espeso, llevaba brazaletes de hierro y una armadura ligera sobre su torso ancho y musculoso.

La Señora de La MagiaWhere stories live. Discover now