Locuras consumidas....

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Arlette abrió los ojos lentamente, sintiendo el dolor punzante en su costado. Una lanza estaba enterrada en el suelo junto a ella, con rastros de su propia sangre. Apenas lograba recordar los últimos momentos de la batalla que la habían dejado así. A su alrededor, todo era árido y desolado: un vasto desierto cubierto de arena rojiza y piedras caídas, esparcidas entre ruinas y columnas derrumbadas, los restos de un reino que alguna vez debió haber sido grandioso. La atmósfera era densa y sofocante, y el viento levantaba nubes de polvo que parecían murmurar historias olvidadas.


A pocos metros de ella, la figura de un hombre se perfilaba contra la luz crepuscular. Era un bardo de aspecto misterioso, con ropajes desgastados y una guitarra antigua colgada al hombro, cubierta de grabados que parecían símbolos antiguos. Cantaba suavemente una balada que parecía fundirse con el viento, sus palabras hablaban de una lucha épica, una guerra entre una diosa y un ejército divino. Cuando terminó su canción, bajó la mirada hacia Arlette, que intentaba sentarse, y se acercó a ella con cuidado.


Bardo: —Ah, parece que has tenido un mal encuentro en este mundo solitario... —murmuró con una voz suave y cálida mientras extendía la mano hacia ella.


Con destreza, el bardo aplicó un ungüento sobre las heridas de Arlette y las cubrió con un trozo de tela fina. Un leve resplandor emergió de sus manos, y el dolor en el costado de Arlette se fue desvaneciendo, lo suficiente para que ella pudiera incorporarse y respirar sin dificultad.


Arlette: —¿Quién eres? —preguntó con la voz áspera por la sed y el cansancio.


El bardo sonrió y se inclinó en una reverencia teatral, sus ojos destellando con una mezcla de sabiduría y picardía.


Bardo: —Soy conocido como el Bardo de las Mil Arenas. Canto lo que la arena proyecta, lo que el viento susurra y lo que las ruinas recuerdan. Este desierto es mi hogar, y en su silencio encuentro las historias que otros han olvidado.


Arlette lo miró con curiosidad y luego bajó la vista, notando cómo las ruinas a su alrededor parecían cargadas de un dolor antiguo, una desolación que casi podía palparse.


Arlette: —Esta tierra... parece maldita. ¿Qué ocurrió aquí?


El bardo suspiró, desviando la mirada hacia las ruinas y el horizonte vacío. Lentamente, comenzó a tocar una melodía suave y sombría en su guitarra, dejando que las notas flotaran en el aire antes de responder.


Bardo: —Esta era una tierra fértil, un reino en donde las arenas danzaban con la brisa y los ríos serpenteaban entre las rocas. Pero entonces llegó tu maestra, Selena, inmadura y desafiante, con el poder de los planos en sus manos y una sed de caos en su corazón. —Su tono se volvió sombrío—. Desafió al ejército divino aquí mismo, y sus batallas, sus hechizos, fueron tan potentes que sacudieron hasta la misma estructura de este reino. Cuando terminó, la tierra era estéril, y los pocos que sobrevivieron... perdieron la razón.


Arlette: —No sabía que el daño había sido tan grande... —murmuró, conmovida, recordando los fragmentos de historia que había aprendido sobre Selena.

La Señora de La MagiaWhere stories live. Discover now