La Nieve y la nieve templada....

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Mientras Arlette se preparaba para continuar su viaje hacia lo desconocido, el Bardo de las Mil Arenas se acercó por detrás de ella, sus pisadas ligeras en la arena y su guitarra descansando a un lado. Se detuvo a unos pasos de ella, mirándola con una mezcla de sabiduría y orgullo en sus ojos.

Bardo: —Arlette, tu viaje es solo el comienzo, pero ya estás dejando una huella... Tus acciones aquí serán recordadas en esta cosmología, como un hilo entre las estrellas y los mundos. Sigue adelante, pues tu destino no solo es el tuyo... es el de muchos.

Arlette asintió, procesando sus palabras, y se giró para agradecerle, pero algo sorprendente ocurrió. Una luz dorada rodeó al bardo, envolviéndolo en una niebla suave y brillante que parecía alterarlo. Su figura comenzó a cambiar, sus ropas de bardo se transformaron en una túnica simple y modesta. La guitarra se desvaneció, y en su lugar apareció un báculo rústico. Su rostro se llenó de paz, y ante Arlette se reveló un monje de semblante apacible, sus ojos transmitían una profunda calma.

Monje: —Tu camino está dando frutos, Arlette. Lo que tú comienzas aquí será un futuro para toda esta cosmología. —Le dijo con voz suave, llena de una sabiduría tranquila.

Arlette cerró los ojos un instante, tratando de asimilar aquella transformación tan inesperada. Al abrirlos, una visión comenzó a desplegarse ante ella, como si las palabras del monje la llevaran a explorar un recuerdo lejano.



La visión la transportó a un lugar de paz, un bosque lleno de verdes intensos y aromas frescos, bajo el suave resplandor de un amanecer que iluminaba cada rincón. Allí, el monje caminaba lentamente, en su tiempo de juventud, buscando hierbas medicinales en el bosque. De pronto, escuchó un pequeño quejido y se detuvo. Sus ojos descubrieron algo atrapado en una trampa oxidada entre los arbustos: un pequeño zorro, de pelaje anaranjado y brillante, que forcejeaba, su pata atrapada en las mandíbulas de hierro.


Compadeciéndose de la criatura, el monje se acercó con cuidado y abrió la trampa con manos firmes pero amables, liberando al pequeño zorro. Este intentó huir, pero al ver que no podía caminar por la herida en su pata, se dejó caer. Con ternura, el monje se agachó y recogió al animal con cuidado, acariciando su pelaje suavemente mientras lo llevaba en brazos hasta el monasterio.


Durante los días siguientes, el monje cuidó del zorro, alimentándolo y tratándolo hasta que sanó. El pequeño animal parecía confiar en él cada vez más, y el monje le susurraba palabras de aliento mientras lo curaba, como si lo animara a recuperarse y ser libre. Pronto, el zorro se volvió su sombra, siguiéndolo dondequiera que iba, un compañero leal que le daba compañía en su vida solitaria de contemplación y devoción.


Pero una noche, algo extraño sucedió. El monje estaba en su pequeña cabaña en el bosque, junto al fuego, cuando notó que el zorro comenzó a cambiar. Su pelaje anaranjado y sus patas finas empezaron a alargarse y transformarse, y ante sus ojos asombrados, el zorro se convirtió en una mujer de belleza sobrenatural, de cabello rojo y ojos que parecían contener todo el misterio del bosque.


Zorra: —Soy una Kitsune, un espíritu del bosque. Has cuidado de mí sin esperar nada a cambio, y ahora me presento ante ti como realmente soy. Mi nombre es Yūko, y deseo darte algo a cambio de tu bondad.


El monje, sorprendido pero sintiendo una profunda paz, inclinó la cabeza, respetando la presencia de aquella mujer que ahora estaba delante de él.

La Señora de La MagiaWhere stories live. Discover now