Hyuran Levasdier
Un mes ha transcurrido desde que luchamos contra el culto dragón. Huimos sin mirar atrás, dejando que las ruinas de Draconis se desvanecieran en la lejanía. El reino de Vesperia nos acogió, pero la culpa y la impotencia me carcomían día tras día. Se aferraban a mi mente, como un peso invisible que no podía soltar. Cada día era una lucha interna, atrapado entre las decisiones que no podía cambiar y los fantasmas de aquellos que no pudimos salvar. El palacio, con sus lujosos pasillos y majestuosos muros, se sentía como una prisión. La elegancia de la corte no hacía más que recordarme mi fracaso, mi incapacidad para proteger lo que más amaba.
Hoy, la Reina —mi abuela— me citó en sus aposentos. Estaba allí, en la puerta, con las manos vendadas, los cabellos desordenados y más largos de lo que me gustaría admitir. Mi reflejo en el espejo del pasillo me devolvía la imagen de alguien que ya no era el mismo. Con un suspiro que no traté de contener, cruzó mi mente la imagen de la batalla, el sacrificio de tantos, y la dura realidad de lo que había dejado atrás.
La Reina me esperaba. Sus aposentos, siempre adornados con una opulencia que contrastaba con la austeridad que siempre había preferido, eran hoy un refugio de silencio. Al entrar, un cálido aroma a ocalito me invadió, envolviéndome como una manta protectora, aunque mi alma estaba demasiado desgarrada para aceptarlo. La luz suave que se filtraba por las cortinas doradas acariciaba los cuadros que adornaban las paredes. Cada uno mostraba a la Reina, siempre rodeada de niños, sus sonrisas perfectas congeladas en el tiempo, pero algo en sus ojos me decía que detrás de esas imágenes había secretos que nunca me habían revelado.
—Hyuran... pasa —dijo mi abuela, su voz cálida pero cargada con la presión de su posición. Me miró con esa mirada que siempre tenía, una mezcla de amor y desaprobación, como si hubiera vivido demasiados años entre las sombras de su propia familia. Sus labios se curvaron en una sonrisa que intentaba ser reconfortante, pero no pude evitar notar el peso detrás de sus palabras—. Espero que me perdones por mi apretada agenda, he esperado verte desde hace días...
—Su majes... digo, abuela... —tartamudeo, el nombre saliendo a trompicones, como si no pudiera pronunciarlo sin recordar la distancia entre nosotros.
Ella está allí, sentada con la serenidad de siempre frente a un piano antiguo, las manos descansando cerca de las teclas, como si pudiera tocarlas sin esfuerzo, acariciándolas con la mirada. Su postura es casual, pero al mismo tiempo, hay algo en la manera en que las observa que denota una concentración profunda, un amor callado que ha estado guardado durante años. Finalmente, su mirada se vuelve hacia mí, y una sonrisa suave, casi nostálgica, cruza su rostro.
—No hace falta que te fuerces, cariño —su voz es cálida, pero su tono tiene una suavidad melancólica, como si estuviera leyendo mis pensamientos—. Sé bien que nunca me viste en tu niñez... y lo entiendo perfectamente...
Sus palabras caen en el aire entre nosotros como una niebla densa. No son solo un consuelo, sino también una verdad dolorosa que me golpea con fuerza. La distancia que siempre ha existido entre nosotros no puede borrarse con una sonrisa, ni con palabras bien intencionadas. Pero, a pesar de todo, algo en su mirada me dice que, de alguna manera, aún me ve como su nieto, aunque nuestras vidas hayan sido tan diferentes, tan distantes.
—Ven, toma asiento, Hyuran —su voz suena suave, pero al mismo tiempo firme, como una invitación que no se puede rechazar—. Quiero que me cuentes... ¿por qué has intentado ir tras el Culto Dragón tú solo? Y además, ¿por qué tantas veces?
De repente, su tono cambia. Se vuelve severo, cortante, como si hubiera algo en su interior que ya no puede ocultar. La atmósfera en la sala se tensa al instante, como si las paredes mismas estuvieran escuchando. Sin previo aviso, una silla se materializa detrás de mí, y mis piernas, que hasta ese momento parecían moverse por cuenta propia, sienten una presión repentina. La sensación me recorre todo el cuerpo, como un cosquilleo nervioso, y, antes de que pueda evitarlo, me encuentro sentado frente a ella, como si mis propios músculos hubieran obedecido a una orden no dicha.
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kegare no yuusha
RomansaKamazuki Reiji, un joven que perdió a sus padres a una edad muy temprana, halló en su hermana la única razón para seguir adelante a pesar de una vida llena de sufrimiento. Sin embargo, su vida terminó abruptamente en un trágico accidente de tráfico...