Habían pasado tres años desde mi reencarnación en este mundo. En todo ese tiempo, finalmente logré aprender algunas palabras básicas como "mamá" y "papá". Aún me costaba hablar con claridad: mis cuerdas vocales no estaban del todo desarrolladas, pero cada día mejoraba un poco más.
También me dejaban salir al jardín, y fue ahí donde descubrí algo curioso.
—¡Señorito Hyuran, por favor no corra! ¡Podría caerse!
Una joven elfa me atrapó desde atrás y me alzó en brazos con facilidad. Su aroma era dulce, como el de las flores que regaba mamá por las mañanas. Ella era Lira, una de las sirvientas de la casa... o al menos eso pensaba yo.
—Poh favoh... Lila... jua... gah más...
Intenté protestar, balbuceando como podía, pero mi lengua se enredaba y mis palabras salían torpes, incompletas. Aun así, Lira sonrió como si me hubiera entendido perfectamente.
Aun mi pronunciacion era brusca, Pero definitivamente ya hablaba el idioma local.
Mi cara estaba llena de tierra y raspones, ya que aún no caminaba firmemente y tendía a caerme mucho, Lira no tuvo más remedio que sanarme y bajarme, a lo cual yo aproveché y miré fijamente el paisaje...
"O-ohhh..."
No pude evitar mostrar mi asombro... Un lugar que jamás había visto en mi vida anterior se desplegaba ante mí: vastas montañas e islas flotantes se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Cascadas interminables caían hacia la tierra, y el cielo azul estrellado creaba un paisaje incomparablemente hermoso.
—¡Hyuran, a comer!
La voz de mi madre me trajo de vuelta al presente. Lira me levantó con cuidado y me llevó al comedor. Aún no me acostumbraba del todo a esta nueva vida... y mucho menos a lo que significaba algo tan simple como sentarse a la mesa con una familia.
En mi vida anterior, las comidas eran silenciosas, tensas... o inexistentes. La calidez de un hogar se había vuelto un recuerdo borroso tras los años en los que mi padre se ahogó en el alcohol y mi hermana trataba de llenar los vacíos con su ternura.
Ahora, en cambio, el aroma del pan recién horneado y las risas suaves llenaban la estancia. El contraste era tan abrumador que, sin notarlo, las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas.
—¿Qué sucede, amor? —preguntó mi madre con dulzura—. ¿No tienes hambre?
Me llevé la mano al pecho. El nudo que sentía no era de tristeza, sino de algo mucho más difícil de procesar: gratitud. Recordé aquellas noches donde mi hermana me esperaba despierta solo para cenar a mi lado, para que no me sintiera solo...
—Vaya, vaya... —dijo mi padre con una sonrisa, inclinándose hacia mí—. Si no te gustan las verduras, papá se las comerá por ti, ¿sí? No llores, pequeño Hyu~
Él no parecía tener más de veinte años. Su cabello plateado y sus ojos rubí lo hacían ver imponente, casi inalcanzable, pero cada gesto suyo desmentía esa impresión. Detrás de sus lentes, había una calidez que desarmaba cualquier barrera.
—Papá... Mamá... Gracias...
No pude contenerlo más. Me rendí.
Estas personas eran demasiado amables, demasiado cálidas... No podía evitar amarlos. No podía evitar sentir que debía algo, que tenía que devolverles cada gesto, cada sonrisa.
Cuando crezca... haré todo lo que esté en mis manos para proteger esta felicidad. Lo prometo.
—Jajaja, ¿por qué nos agradeces, cariño? —rió mi madre con dulzura, acariciándome la cabeza—. Es lo normal. Queremos lo mejor para ti.

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Kegare no Yuusha
RomanceKamazuki Reiji, un joven que perdió a sus padres a una edad muy temprana, halló en su hermana la única razón para seguir adelante a pesar de una vida llena de sufrimiento. Sin embargo, su vida terminó abruptamente en un trágico accidente de tráfico...