Realidad (21)

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El fuerte olor a ropa sucia y desperdicios me despertó de golpe. Maldición, me había quedado dormida otra vez. Si no me apuro, volverán a regañarme, y no puedo permitirme eso.

Al mirarme en el espejo, vi que mi cabello estaba hecho un desastre y las ojeras solo empeoraban el cuadro. Sin perder tiempo, me di una ducha rápida y me preparé para ir al trabajo, echando un último vistazo a lo que solía ser nuestra casa, un lugar donde Reiji y yo crecimos. Ahora, el estado de la casa me era indiferente; ya no tenía valor para mí.

La noche en que Reiji murió se quedó grabada en mi memoria para siempre. Apenas había llegado del trabajo cuando recibí esa llamada desesperada del hospital. No teníamos a nadie más en el mundo; solo éramos él y yo, y ahora todo había cambiado.

—Reiji y yo... —las palabras escaparon de mis labios secos, como un susurro perdido en el aire.

Intenté esbozar una sonrisa, aunque fuera para calmarme un poco, para no sucumbir a la desesperación que me consumía cada día. Lo único que me mantenía en pie era la idea de darle a mi hermano una sepultura digna.

—¡Bien! Ya estoy lista! —me dije a mí misma, dándome unas palmaditas en las mejillas en un intento de centrarme. Solo un poco más, Kamazuki Sana. Resiste un poco más.

La ciudad no parecía haber cambiado en absoluto; seguía siendo tan gris y fría como siempre. Ya fuera de día o de noche, ese frío que calaba los huesos permanecía inmutable. El vapor salía de mis labios con cada exhalación, mientras un ligero temblor recorría mi cuerpo. Me apresuré a subirme a la moto, encendí el motor y salí rápidamente, intentando escapar de esa helada que parecía perseguirme.

Al llegar a mi trabajo, una pizzería muy reconocida en la ciudad, noté que los ojos de mis compañeros se posaron en mí con desdén y burla, y aunque no sabía exactamente qué había hecho, tampoco venía aquí a hacer amigos.

Comencé a trabajar en este lugar desde que Reiji entró a la preparatoria. Mi única motivación era poder asistir a la universidad y darle una vida digna a mi hermano, pero todo eso se fue al traste con su ausencia. Ya nada tenía valor.

—Disculpe, ¿es usted la señorita Kamazuki Sana? ¿Podría darnos un momento de su tiempo? —dijo uno de los policías que parecían estar esperándome.

Era la duodécima vez en el mes que venían. Suspiré, me quité el casco y dejé que mi cabello cayera libremente mientras me detenía frente a ellos.

—No sé si lo han olvidado, pero ya se los he dicho antes: mi hermano no fue asesinado, ¡ni nada por el estilo! Así que, ¿pueden dejarme en paz de una vez?

Ambos se miraron con seriedad, asintiendo al unísono. Ninguno parecía dispuesto a dar marcha atrás esta vez. ¿Habrían descubierto algo que yo ignoraba?

—Está bajo arresto por homicidio agravado y terrorismo.

Las palabras me golpearon como un balde de agua fría. ¿Yo? ¿Homicidio? ¿Terrorismo? ¡Debía ser una broma!

—¿Qué? ¿Homicidio? ¿Terrorismo? ¡¿Yo?!

Antes de poder procesarlo, sentí el impacto en mi rostro al estrellarme contra el suelo. Alguien me había derribado. El dolor era intenso... y real.

—¡Por favor, no se resista! Todo lo que diga será usado en su contra.

Sentí el frío metálico de las esposas apretando mis muñecas. Bajé la mirada, intentando encontrar una explicación, una razón, un "por qué" y un "cómo" para esta situación. Pero, por más que buscaba en mi mente, no lograba hallar una respuesta.

—¡P-por favor! ¡Yo no he hecho nada!

Mi voz, temblorosa y quebrada, escapó involuntariamente de mis labios mientras me esposaban. A mi alrededor, mis compañeros me observaban en silencio. Todos... ¿por qué? ¿Por qué me estaba pasando esto?

kegare no yuushaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora