La noche avanzaba lenta y tranquila mientras Orm se encontraba en el centro del salón, rodeada por las cosas que había adquirido esa tarde. Frente a ella, sobre una elegante mesa de madera, reposaba el tocadiscos antiguo que había encontrado en una tienda de antigüedades junto con unos diez discos de vinilo cuidadosamente apilados a un lado. No sabía exactamente qué la había llevado a comprarlos, pero desde el momento en que vio el tocadiscos, quedo cautivada y decidió comprarlo.
El salón estaba iluminado por una suave luz blanca que descendía desde las lámparas de techo y de pared, bañando cada rincón donde la luz plateada de la luna no podía llegar. Orm suspiró mientras observaba el tocadiscos ya había quitado los rastros de polvo y lo había limpiado correctamente, tomó su teléfono y comenzó a buscar tutoriales sobre cómo funcionaba, deslizando el dedo por la pantalla y observando atentamente cada paso.
Con una concentración tranquila, siguió las instrucciones, verificando que la aguja estuviera en su sitio y que la velocidad del plato fuera la correcta.
Levantó uno de los discos, examinando la etiqueta antes de colocarlo con cuidado sobre el plato. Con una mezcla de emoción y nerviosismo, bajó la aguja y esperó. Cuando el primer crujido del vinilo llenó el salón, Orm se quedó en silencio mientras el sonido cobraba vida.
Only you, can make all this world seem right
Only you, can make the darkness bright
Only you and you alone, can thrill me like you do
And fill my heart with love for only you
De repente, los acordes suaves y románticos de Only You, de The Platters, comenzaron a flotar en el aire, transformando el salón en un espacio íntimo y nostálgico.
Orm soltó un pequeño grito de emoción y dio un brinco, llevándose las manos a la boca con una sonrisa que iluminaba su rostro. No podía creer que había logrado que el tocadiscos funcionara y, sobre todo, que estuviera escuchando una canción tan hermosa. No la reconocía, pero había algo mágico en esa melodía, la calidez del sonido comenzó a envolver cada rincón de la casa.
Sin pensarlo mucho, Orm empezó a balancearse, siguiendo el ritmo de la canción. Al principio, sus movimientos eran tímidos, pequeños pasos al compás de la música, pero luego, atrapada por la atmósfera y el momento, comenzó a girar suavemente sobre el suelo de madera. La luz de las lámparas, combinada con el resplandor plateado de la luna, creaba un ambiente perfecto, y Orm se sentía como si estuviera en una escena sacada de una serie romántica, sola, bailando bajo un cielo estrellado en la intimidad de su hogar.
Con delicadeza, Orm levantó una mano, imaginándola descansando en el hombro de Ling, mientras la otra la deslizaba suavemente hasta su cintura. La música, cálida y envolvente, parecía guiar sus movimientos, y pronto Orm empezó a balancearse, moviéndose al ritmo de la canción como si Ling realmente estuviera allí, frente a ella, con una sonrisa hermosa y esa mirada intensa que tanto la volvía loca.
Con los ojos aún cerrados, empezó a moverse con más soltura, dejándose llevar por la música que llenaba el salón. Giraba, y se deslizaba lentamente hacia los lados, como si el ritmo la guiara por cada rincón del espacio.
Ling se apoyó en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y una sonrisa que aunque suave, achicaba sus ojos. Desde allí, observaba a Orm, que se movía con una gracia tan natural que parecía flotar al ritmo de la música. La suave luz del salón acentuaba el resplandor de su piel blanca y hacía brillar su cabello castaño, que seguía el compás de cada giro, de cada paso. Orm estaba tan absorta en la melodía que ni siquiera se había dado cuenta de la presencia de Ling.
Ling, sin embargo, no podía apartar la mirada. Aunque llevaba años a su lado, el corazón le latía con fuerza, con la misma intensidad que antes. Había algo en Orm, en su belleza y en la autenticidad de sus gestos, que nunca dejaba de emocionarla. Desde la entrada, Ling observaba cada detalle: los delicados labios rosados de Orm, ligeramente entreabiertos mientras se dejaba llevar por la música, sus ojos cerrados, su alegría y su gracia al moverse,