Capitulo 58: El Carcelero

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En las profundidades de una realidad rota, donde el tiempo y el espacio se entrelazan en un caos interminable, un ser conocido solo como "El Carcelero" emerge. Este ser posee un cuerpo retorcido y demacrado, cada una de sus extremidades alargadas, cargando con cadenas pesadas que sostienen jaulas. Dentro de cada jaula, algo se mueve, susurrando en un idioma que solo los condenados entienden.

Cada noche, el Carcelero vaga por campos desolados y pueblos abandonados, buscando almas perdidas para aprisionar en sus jaulas. Los habitantes de los pueblos cuentan historias de personas que desaparecen sin dejar rastro, solo para volver como sombras atrapadas en esas jaulas, prisioneros eternos de un monstruo cuya misión es coleccionar la miseria y el dolor humano. Se dice que el Carcelero no solo captura a sus víctimas, sino que se alimenta de sus miedos, nutriéndose del pavor que cada prisionero siente al saber que jamás
verán la luz de nuevo.

Se cuenta que en tiempos antiguos, cuando la oscuridad aún no había sido domada por la luz del mundo, existía un ser conocido solo como El Carcelero de las Sombras. Nadie sabía de dónde venía ni quién lo había creado, pero los ancianos siempre susurraban que había surgido de los lamentos de las almas atormentadas. Algunos decían que fue un castigo de los dioses a un espíritu cruel; otros aseguraban que él era, en realidad, el castigo encarnado.

La leyenda dice que el Carcelero vaga en la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos, una dimensión donde las sombras toman forma y los susurros son tan palpables como el aire. En sus manos, el Carcelero carga dos jaulas colgantes, cada una hecha de hierro oscuro y envuelta en cadenas. Cada noche, cuando el velo entre los mundos se vuelve más delgado, este ser camina por los campos solitarios, buscando almas que hayan caído en el desespero o el remordimiento. Su poder es tal que puede ver más allá de la carne y el hueso, detectando los miedos y las culpas en cada corazón humano.

Las personas en los pueblos cercanos saben que no deben permanecer despiertas cuando cae la noche. Se cierran puertas y ventanas, se apagan las velas, y las familias se refugian en un silencio reverente, esperando que el Carcelero no encuentre a nadie despierto en su paso. Se dice que si alguien lo ve, es incapaz de moverse, como si su mirada, vacía y fría, congelara el alma de su víctima. Nadie puede huir del Carcelero, y nadie que haya cruzado su camino vuelve a ser el mismo.

Las jaulas que sostiene, cuentan las historias, no están vacías. Dentro de cada una de ellas, puede verse una sombra que, al principio, se mueve lentamente, como un reflejo distorsionado de quien alguna vez fue. Son las almas que él ha recolectado, almas que deambulan dentro de su prisión, destinadas a acompañarlo por toda la eternidad. Dicen que el Carcelero se alimenta de sus miedos y que cada susurro y lamento que brota de esas jaulas es lo que le da vida y fuerza para seguir cazando.

A lo largo de los años, el Carcelero ha ido recogiendo almas por todos los rincones del mundo, dejando a su paso una estela de silencio y vacío. Aquellos que han escuchado las cadenas arrastrándose en la noche saben que es una advertencia, una última oportunidad de ocultarse y rezar para que no sea su alma la próxima en ser encerrada.

En los pueblos antiguos, aún persiste un rito para ahuyentar al Carcelero: se coloca una vela encendida en la ventana y se murmura una plegaria en voz baja, una plegaria para recordar a las almas errantes que el Carcelero ha atrapado y ofrecerles una breve paz. Quizás, si suficientes personas recuerdan, las almas encuentren algún día el descanso que se les ha negado. Pero el Carcelero no se detiene, y la noche siempre cae de nuevo, trayendo consigo el eco de cadenas y el frío de un castigo eterno.

Así que, si alguna vez oyes el sonido de cadenas arrastrándose en la oscuridad, recuerda: no debes mirar, no debes moverte. Porque, si el Carcelero te encuentra, serás una sombra en sus jaulas para siempre.

Aquellos que se han cruzado en su camino y han sobrevivido, hablan de sus ojos vacíos y de una voz que es como el eco de los peores temores de la humanidad. Nadie sabe cómo detenerlo, ni siquiera si es posible, pero todos saben una cosa: cuando escuchas el sonido de cadenas arrastrándose, es demasiado tarde.

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