Capitulo 64: El Murmullo del Umbral

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El Murmullo del Umbral

Había un rincón en tu casa que siempre evitabas. No podías explicar por qué, pero cada vez que pasabas junto a esa puerta que daba al sótano, un escalofrío te recorría la espalda. La madera vieja parecía vibrar con un susurro imperceptible, apenas audible, como si algo al otro lado esperara. Tus amigos se burlaban cuando mencionabas tu incomodidad, pero tú lo sabías: algo no estaba bien allí.

Una noche, la curiosidad venció al miedo. Armado con una linterna y tu teléfono, bajaste los escalones crujientes del sótano. El aire era denso y húmedo, con un olor metálico que te recordaba a óxido y sangre seca. La linterna parpadeó, y el débil haz de luz se extendió sobre cajas polvorientas, herramientas oxidadas y sombras alargadas. Entonces, en un rincón, algo se movió.

Tu corazón se detuvo cuando el destello de tus ojos se encontró con algo que no debía estar allí. Una figura enorme, retorcida, parecía surgir de las sombras. Su forma no era del todo clara, como si la luz misma evitara tocarla, pero sus ojos —si es que eran ojos— brillaban con un amarillo apagado, hambrientos y fijos en ti. Levantaste tu teléfono instintivamente, tomando una foto mientras retrocedías con el pulso desbocado.

El flash iluminó por un segundo la criatura. Era algo que desafiaba la lógica. Una boca torcida con colmillos irregulares, alas descomunales que parecían hechas de humo sólido, y un cuerpo que parecía fundirse con el espacio mismo. Pero lo peor no era su forma. Era la sensación. En su presencia, eras un insecto, una nada, un intruso en su dominio.

Saliste corriendo, dejando caer la linterna en el camino. Pero cuando subiste los escalones y cerraste la puerta de golpe, no te sentiste a salvo. A cada paso que dabas en tu casa, sentías que algo te seguía, aunque no podías verlo. Abriste tu teléfono, temblando, y miraste la foto.

La imagen era borrosa, confusa, pero ahí estaba, esa cosa, más cerca de lo que recordabas. Y entonces notaste algo más: no estaba mirando al sótano. Sus ojos estaban enfocados en el lente. En ti.

Desde esa noche, el susurro detrás de la puerta ya no es imperceptible. Es constante, un murmullo que se mezcla con tu respiración. Y cuando apagas las luces, sientes el peso de algo agazapado en la oscuridad, esperando a que abras los ojos para verlo de nuevo.

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