Nuestro propio paraíso

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ROSÉ


Han pasado dos días desde ese reencuentro con Jisoo. Dos días desde que volvimos a conectar, y aunque ninguna de las dos ha dicho explícitamente en qué términos estamos, sé que amigas no somos. Las amigas no hacen lo que estuvimos a punto de hacer, ni se miran de esa manera tan intensa, con palabras a medias que parecen decir todo.

Desde entonces, hemos seguido hablando por mensajes, casi todo el tiempo. Ella me dijo que no piensa volver a Texas, al menos no para quedarse. Quizás tenga que regresar por algunas cosas, o tal vez mande a alguien a recogerlas. Me contó que Susan no está muy segura de querer quedarse aquí, en Corea. No es que le desagrade, pero ha pasado toda su vida en Texas, y es difícil dejar atrás algo tan familiar.

Lo que me sorprende es la generosidad de Jisoo. No solo está considerando dejarle la casa a Susan; parece que ya está decidida a hacerlo. Han compartido esa casa los últimos cuatro meses, y aunque ella me explicó hasta el cansancio que no tienen ningún vínculo romántico, no puedo evitar sentir una punzada de celos al imaginarla siendo tan generosa con otra mujer. Sé que es irracional, pero la idea de que alguien más tenga algo tan importante de Jisoo, algo tan permanente… me incomoda.

Es como si, por más que sé que estoy en su corazón, una parte de mí no pudiera soportar que alguien más tuviera acceso a otra parte de su vida. Susan, por ejemplo, ha compartido momentos con ella que yo no pude vivir. Claro, también están sus hermanas y su madre, y eso lo entiendo. Pero una amiga… alguien que fue casi como una “compañera de vida” durante esos meses difíciles… Eso me hace sentir vulnerable, aunque intente no demostrarlo, pero bueno.

Estoy en mi apartamento, terminando de limpiar la cocina después de cenar. Coloco cada cosa en su lugar, apago la luz y me dirijo hacia la entrada, donde dejé el correo al llegar. Comienzo a revisar los sobres distraídamente, hasta que escucho un ruido fuera de la puerta, como si alguien estuviera sacando unas llaves. La mano se me congela en un sobre a medio abrir, y el silencio de la habitación parece hacerse más denso.

Apago la luz del pasillo, y la sombra de alguien moviéndose se hace visible del otro lado. Contengo la respiración mientras observo cómo la llave se introduce en el cerrojo y, en un segundo, la puerta se abre. Estaba lista para gritar, para defenderme… pero el grito se me queda atrapado en la garganta.

La persona que entra lleva un enorme ramo de rosas blancas, tanto que casi le cubren el rostro. Pero lo que sí veo, inconfundibles, son esos viejos converse sucios y esos jeans que llevan su huella. Es imposible no reconocerla.

— ¡Sorpresa! —espeta con esa voz llena de energía, bajando un poco el ramo para mirarme.

— ¡Jisoo! —chillo, medio asustada, medio emocionada, mientras tomo el ramo en mis brazos.

Ella sonríe y se rasca la nuca, con una pizca de arrepentimiento.

— Lo siento, quería sorprenderte —explica, mirándome con ojos brillantes—. Supuse que no habrías cambiado la cerradura, así que… usé mis llaves. Nunca las devolví cuando me fui.

Siento una calidez en el pecho que no había sentido en mucho tiempo. La miro, incapaz de evitar sonreír, y susurro.

—No las devuelvas jamás. Este es tu hogar… nuestro hogar.

La expresión de Jisoo cambia por un instante, y puedo ver la intensidad de sus emociones reflejada en sus ojos. Entonces, sin aviso, sus labios se curvan en una sonrisa nerviosa.

— Rosé, cásate conmigo.

El mundo se detiene. Me quedo helada, procesando sus palabras, tratando de entender si las escuché bien, dejo el enorme ramo en el mueble de a lado de la puerta.

La búsqueda y la venganza. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora