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"¡Juro que no es tan malo! Si lo miras desde cierto ángulo, definitivamente lo logras", intentas razonar con tu malhumorado novio frente a ti. Tus palabras caen en oídos sordos mientras él solo se concentra en cómo tu rostro se arruga como si estuvieras tratando de no estallar de risa, por cortesía hacia él, por supuesto. Aunque aprecia el gesto, preferiría que le dijeras la cruda y fría verdad.
Se había jodido el peinado... fatal.
—Quiero decir... ¿qué esperabas al cortarte el pelo con tijeras de manualidades? —dices, ahuecando su pelo en un intento de salvarlo. No ayudó. En todo caso, lo hizo parecer un gato callejero al que le hubiera caído un rayo.
—¿Vas a ayudar o sólo vas a burlarte? —espeta, conteniéndose para no salir furioso de la sala de estar y entrar al baño para comprobar su dilema por enésima vez. Aunque no lo parezca, tenías un don especial para cortar el pelo. Cada vez que ibas al baño, salías con un nuevo peinado que te quedaba perfecto. Esto le daba la impresión de que era una tarea sencilla. Oh, qué equivocado estaba.
Debería haber esperado a que volvieras a casa.
—¿No puedo simplemente adorar lo lindo que te ves por un segundo? Voy a extrañar este peinado —le dices, apretando sus mejillas y forzando sus labios a hacer un puchero. Sus cejas se fruncen hacia abajo y sus ojos se entrecierran, formando lo que parece un intento de fulminarlo con la mirada. No lo has visto tan expresivo en un tiempo. Es casi ridículo lo nervioso que se ha puesto esto.
Le sacas una foto rápida antes de tirar tu teléfono fuera de tu alcance. "Voy a ponerlo como fondo de pantalla", declaras, agarrando sus manos y llevándolo al baño.
—Será mejor que no lo hagas, o haré de ESA mi imagen de fondo de pantalla —sonríe. Sabes exactamente a qué se refiere. Es una foto que te tomó cuando estabas completamente borracha después de una noche de fiesta con amigos. Te encontró tirada en el suelo, con la ropa decorada con vómito. En cuanto lo viste, te aferraste a su pierna al costado de la carretera, atrayendo la atención no deseada de los transeúntes mientras le rogabas que te llevara a casa.
—¡Vale, vale, está bien, no lo haré! —resoplas, considerando brevemente si arruinarle aún más el peinado por despecho—. Solo ponte en esta silla para que pueda apurarme y terminar esto.
Tus manos deben haber estado hechas de magia, porque cuando terminas, él sale luciendo como una persona completamente diferente.
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