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Sus manos suben hasta tus mejillas y las sostienen, mirando, más bien mirando fijamente tu alma. Sonríes y tus mejillas en sus manos se aplastan haciéndolas parecer más regordetas.
"Quiero morderte", dice él, todavía manteniendo un intenso contacto visual. Te ríes y una leve sonrisa aparece en su rostro. "Te extrañé". Su cabeza cae sobre tu hombro y respira profundamente tu perfume.
"Yo también te extrañé." Pusiste tu cabeza en la de él, como si no hubiera pasado menos de un día completo desde la última vez que se vieron. Él agradece a los dueños del lugar por la tenue iluminación azul en la habitación oscura, ya que oculta el rubor que comienza a hacerse notar en su rostro.
Sus manos que abrazan tu figura viajan hacia abajo y hacia abajo hasta llegar a tu cintura y se cuelan bajo tu top para acariciar tu suave piel. Cada centímetro que sus dedos tocan arde de emoción y deja la piel de gallina en su camino.
"Te extrañé muchísimo " , suspira en tu hombro y te da un pequeño beso, moviéndose lentamente hacia arriba en tu cuello. Te abres a él y echas la cabeza hacia atrás, disfrutando de sus actos. Sus manos rascan suavemente tu espalda mientras sigue besando y mordisqueando tu piel.
"Muéstrame cuánto me extrañaste entonces", susurras cerca de su oído y le besas el lóbulo, sabiendo que le debilitas las rodillas cada vez que lo haces. Su atención ahora se desvía a tu barbilla, mordiéndola tiernamente. "Bebé", te quejas cuando él lame la parte que mordió para calmar el dolor que causó.
"Mi cosa linda. Toda mía ". Mirándote a los ojos otra vez, toca tu nariz juguetonamente con su dedo índice. Cierras los ojos y te inclinas hacia él, dejando que tus labios se toquen suavemente al principio. No pasa mucho tiempo hasta que él está explorando tu boca febrilmente, los dientes castañeteando y las lenguas rozándose una contra otra con lujuria.
Lo empujas lejos de ti por un segundo para tomar aire, pero él persigue tus labios y no te deja ir. Puedes sentir el sabor de la bebida que tenía anteriormente en su lengua y se mezcla con el sabor a menta que tus Altoids dejaron en tu boca. Él cree que ha encontrado el paraíso, aquí mismo, en tus brazos.
Cuando finalmente se aparta, no puedes evitar reírte de todas las manchas de lápiz labial en la mitad inferior de su rostro. (Y confía en mi palabra, lo usa con orgullo hasta que lo obligas a lavarlo, lo que conduce a otra sesión de besos, esta vez en el baño).
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