Capítulo-26

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La atmósfera en la mansión Lombardi estaba cargada de tensión tras la confrontación de Valentina con sus padres. Sin embargo, la preocupación por Haiden ocupaba la mayor parte de su mente. Desde que se enteró de la conexión entre los Lombardi y la muerte de Víctor, un profundo sentimiento de culpa la consumía. Ella había mantenido un secreto que no solo la afectaba a ella, sino que había devastado a Haiden.

Los días se convirtieron en semanas, y Haiden se distanció cada vez más. Sus mensajes fueron escasos y fríos; a veces, solo un emoji o un “estoy ocupado”. Cada vez que Valentina miraba su teléfono, un nudo en su estómago se hacía más apretado. Intentó llamarlo varias veces, pero sus intentos siempre eran en vano. Su corazón se hundía cada vez que el tono de la llamada se convertía en un eco vacío. Sentía que algo dentro de ella se rompía, como un cristal frágil que caía al suelo.

Una noche, abrumada por la angustia y la necesidad de verlo, Valentina decidió que no podía seguir esperando. Sabía que Haiden estaría en una de las carreras clandestinas y no podía dejarlo solo en ese mundo oscuro. Tenía que disculparse, tenía que explicarle que nunca fue su intención herirlo.

Cuando llegó al lugar de la carrera, el sonido de los motores rugientes y la adrenalina en el aire la envolvieron, pero la emoción de la multitud se sentía lejana y distante. La ansiedad la hizo sentir mareada. Buscó a Haiden entre las caras, pero no lo vio por ninguna parte. Su corazón latía con fuerza mientras se movía entre los espectadores, tratando de encontrarlo.

Finalmente, lo vio. Estaba al lado de su moto, con una expresión de concentración que Valentina nunca había visto antes. Era como si estuviera decidido a no dejar que nada lo distrajera. Pero cuando sus miradas se encontraron, ella sintió un dolor punzante. La tristeza en su corazón se intensificó al ver la distancia que había crecido entre ellos.

—¡Haiden! —gritó, tratando de hacerse oír en medio del bullicio.

Él la miró, pero su expresión no mostraba alegría ni sorpresa. Era una mezcla de frustración y desdén. Valentina sintió que la tierra se desmoronaba bajo sus pies.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él, sus palabras frías como el acero.

—Necesitamos hablar —dijo ella, intentando que su voz sonara firme a pesar de que su corazón se rompía.

—No es el momento, Valentina —respondió, y su tono era como un puñal, afilado y doloroso.

—¡No puedes evitarme así! —insistió—. ¡Debemos hablar sobre lo que pasó! No quise lastimarte, nunca fue mi intención.

El silencio se hizo pesado entre ellos. Las motos comenzaron a rugir en la pista, el sonido resonando como un recordatorio de la vida que ambos llevaban. Haiden no respondió. En cambio, miró hacia la pista, como si allí pudiera encontrar respuestas a sus preguntas sin resolver.

—Te necesito, Haiden —susurró Valentina, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos—. Necesito que entiendas que no te mentí a propósito.

Pero él simplemente se dio la vuelta, su mirada fija en la pista, y el mundo de Valentina se derrumbó un poco más.

—Es mejor que te vayas —dijo él con un tono que sonaba a despedida.

—No puedo hacer eso. —Las palabras se le atragantaron, y la desesperación comenzó a nublar su mente. —¡No! ¡No lo hagas! —gritó, pero el ruido de los motores ahogó su voz.

Los pilotos se alinearon, y Valentina sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Sabía que estaba a punto de perderlo, que las palabras que nunca tuvo la oportunidad de decir quedarían atrapadas en su garganta. Miró cómo Haiden se subía a su moto, el motor rugiendo bajo él, como una bestia esperando ser liberada.

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