Capítulo-1

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  Haiden levantó la vista, sus ojos cansados recorriendo las paredes del pequeño apartamento que compartía con su madre. Las manchas de humedad en el techo parecían crecer con cada día que pasaba, como una sombra constante que le recordaba lo que no podía cambiar. Su madre estaba en la cocina, trabajando en lo poco que podían permitirse para la cena. Él sabía que le preocupaba su futuro más que nada, pero lo único que podía hacer era seguir adelante, soportar la carga y seguir corriendo, aunque sus pies estuvieran al borde del colapso.

—¿Volverás tarde esta noche? —preguntó su madre desde la cocina, con una voz dulce que nunca dejaba de sentirse como un bálsamo en medio de todo.

—No lo sé, depende de cuántas mesas haya en el turno —respondió él, mientras guardaba la billetera vacía en su bolsillo.

Sus dedos rozaron el papel arrugado de una factura sin pagar y apretó la mandíbula. Había dejado de contar los días en que el dinero parecía evaporarse antes de siquiera tocarlo. Pero en medio de su frustración, siempre estaba esa chispa de orgullo. No necesitaba caridad ni lástima. Todo lo que había conseguido, lo había hecho con sus propias manos, y no planeaba cambiar eso.

Mientras tanto, a kilómetros de distancia, Valentina se preparaba para lo que sería una noche más de la misma rutina vacía. El vestido de diseñador que colgaba sobre su cuerpo perfectamente moldeado no hacía más que recordarle lo ajena que se sentía en su propio mundo. Su madre y su padre se desvivían por asegurarse de que su imagen fuera impecable, porque en su mundo, la apariencia lo era todo. Pero a medida que los años pasaban, el brillo de las fiestas y las conversaciones superficiales empezaba a desaparecer.

—Esta noche es importante Valentina— le dijo su madre con voz severa mientras le entregaba una joya de diamantes—. Los Ruiz estarán ahí. Sabes lo que eso significa.

"Sí, lo sé", pensó ella, aunque no le importara en lo más mínimo. Sabía perfectamente lo que significaba: otra noche de sonrisas vacías y de fingir que le importaba lo que esos hombres de negocios y sus hijos presumidos decían. El mundo en el que había crecido la asfixiaba, y cada vez le costaba más respirar.

Mientras los eventos de la noche se preparaban, el destino ya había decidido jugar su mano.

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Haiden bajó del autobús justo frente al restaurante donde trabajaba, apretó el paso mientras las luces de la ciudad parpadeaban sobre su cabeza. La mochila colgaba pesada en su espalda, no por los libros viejos que llevaba, sino por el cansancio acumulado tras una larga jornada. Sabía que debía llegar a tiempo al trabajo, ese restaurante en el que se deslizaba entre mesas cargando bandejas que jamás podría permitirse.

Cada noche era igual: el sonido de los cubiertos tintineando en platos de porcelana, las risas de personas que nunca habían conocido el peso de una deuda. Pero él, con diecinueve años y una familia que dependía de su salario, conocía demasiado bien la lucha de contar cada centavo.

Se detuvo frente al escaparate de una tienda de lujo, donde los maniquíes llevaban trajes que costaban más que su alquiler de tres meses. Sus ojos recorrieron el reflejo del vidrio y, por un segundo, imaginó cómo sería estar del otro lado. Tener una vida en la que las preocupaciones no lo ahogaran y sus sueños no se sintieran tan lejanos. Pero solo fue un pensamiento fugaz, porque sabía bien que la realidad no cambiaba con deseos.

—¡Haiden! —gritó una voz desde la puerta del restaurante—. ¡Llega tarde de nuevo y esta vez no te lo perdono!

Suspiros. —Otro día, otra lucha.

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Mientras tanto Valentina bajaba las escaleras de mármol de su casa, su vestido de diseñador rozando el suelo de forma impecable. Afuera, un coche deportivo la esperaba, con su chofer ya listo para llevarla a la "gran fiesta" . Su vida era una constante rutina de eventos glamorosos, cada uno más ostentoso que el anterior. Pero últimamente, todo se sentía vacío.

Mientras el motor del coche rugía, iba mirando por la ventana, viendo las calles que pasaban rápidas a su alrededor. En alguna parte de esa enorme ciudad, alguien vivía una vida completamente diferente a la suya. Lo que ella no sabía es que esa vida, y ese alguien, estaban más cerca de lo que jamás habría imaginado.

Al llegar al lugar la música clásica, los olores a Chanel, y el brillo en el suelo podían hacer revivir a los dioses, pero a Valentina eso le daba morbo cansada de las sonrisas forzadas y las conversaciones vacías de sus padres solo hablando de dinero y presentándola a ella como un trofeo.
—Señorita Valentina —escuchó esa voz inconfundible.

Dió vuelta y ahí estaba Mía, su mejor amiga. Caminaron la dos a saludarse y en un abrazo, con una sonrisa medio fingida
—Nos escapamos de esta mierda. —Valentina le susurra a su amiga.

—Pues vámonos.

Mía sigue a saludar a los padres de Valentina:
—Señor Max Lombardi y Señora Sofía Lombardi— inclinado su mano la estrechan.

—Mía, y esa formalidad, si eres prácticamente de la familia —La señora Sofía sonriéndole le deja un beso en la mejilla.

Las personas comenzaba a irse, todos los que estaban ahí era por contratos de trabajo y acuerdos, una vez firmaban se marchan.

—Iremos a cenar algo, a ese restaurante de comida china —Mia con una dulce voz casi suplicante le dice a los Lombardi— Es que mis padres reservaron y ellos no pudieron venir.

Las miradas entre Valentina y sus padres marcaron un momento de tensión

—¿Puede Vale venir conmigo? —entre casi un susurro suplicante rompió ese momento tan tenso.

—Es muy una buena opción, un restaurante de comida china. —Sofia indecisa mira a Max— Pero que Gregor las lleve, y no tarden —clavando la mirada en Valentina.

Saliendo del evento se despiden y Gregor abre las puertas del Lamborghini. Las miradas de Mía y Valentina decían todo

—Restaurante de comida china, jajajaj, no jodas Mía —los ojos de Vale dieron un giro en blanco— Vamos a otro lugar más tranquilo, estoy que muero de hambre.

—A dos cuadra de aquí queda el Don, es de comida rápida, calmado y muy buen servicio —Gregor les comenta en los que arranca el carro.

—Pues nos vamos para el Don. —Afirma Vale.

Necesitaban aire, espacio, algo que la alejara de ese mundo perfecto.

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Haiden entró al restaurante, poniéndose su delantal sin decir una palabra, y comenzó su turno. Las horas pasaban lentamente, y entre cada plato qui e llevaba, se sentía más agotado, más atrapado en una vida que no le dejaba ninguna salida.
Los autos lujosos aparcaban constantemente, descargando a personas que nunca sabrían lo que era vivir como él, pero eso ya no le molestaba. Había aprendido a ignorar esas diferencias. O al menos eso se repetía cada día. El sonido de su celular hizo que volviera a la realidad, al revisarlo era un mensaje de Marco —Hoy corremos. Vienes?

El desespero y la frustración invadieron su mente, desde hace meses ese mensaje llegaba a la misma hora, pero él nunca le respondía. Metió el teléfono en su bolsillo y suspiró fuertemente.

Ya había sonado el timbre, su turno había acabado, recogió sus cosas y al salir, Nico, su compañero lo detiene:
—Llegaron unos clientes importantes, atiéndelos, aquí tiene el menú —le da la carta encorbando los hombros— Órdenes de Don.

Puso los ojos en blanco y lanzó sus cosas encima de la mesa:
—Siempre es lo mismo, esa gente no sabrá leer, el cartel dice que cerramos a las 11, y mira. —le señalaba hacia el reloj con su dedo— ya son las 11:10.

A esa hora el aire del restaurante era pesado, cargado con el olor de las comidas caras y las conversaciones vacías. Caminaba entre las mesas atender los clientes con paso firme, tratando de ignorar las risas y las voces de aquellos que jamás conocerían su lucha. Pero algo lo inquietaba. Desde el momento en que sus ojos habían encontrado los de esa chica, no podía sacarla de su mente.

Valentina, sentada en una esquina discreta, jugueteaba con el borde de la copa de vino que había pedido. Sus pensamientos estaban lejos, muy lejos de donde debería estar. No podía regresar a la fiesta, no soportaba más esas conversaciones banales sobre inversiones, mansiones y futuros arreglados. Quería escapar de todo, aunque fuera solo por unas horas. Y fue en ese instante cuando lo vio de nuevo, acercándose con su libreta en mano, listo para tomar su orden.

—¿Qué desea? —preguntó Haiden, sin levantar del todo la vista, manteniendo su profesionalismo.

"Entre dos mundos"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora