Mientras el auto recorría las calles, Valentina miró por la ventana, observando cómo la ciudad se despertaba con el tráfico y la vida diaria. Respiró hondo, decidida a no dejar que sus emociones la controlaran. Si algo había aprendido de sus experiencias pasadas, era que ella tenía el control sobre su propia vida. Y esta vez, no dejaría que Haiden, ni nadie más, tomara decisiones por ella.
El día apenas comenzaba, y aunque el peso de lo ocurrido seguía sobre sus hombros, estaba lista para lo que viniera.
Los días pasaron lentamente para Valentina. Cada mañana se levantaba con la misma sensación de vacío que Haiden había dejado tras su mensaje. A pesar de eso, intentaba mantener su vida en marcha. Las clases en la universidad seguían como siempre, y Mía se había convertido en su mayor apoyo. Cada tarde, después de las clases, ambas se encontraban en una cafetería cercana, donde Mía la animaba a no darle demasiada importancia a lo que había sucedido con Haiden.
—Es solo un chico, Vale. Tienes que seguir adelante, hay mil más por ahí —le decía Mía con su típica confianza, intentando distraerla con anécdotas divertidas.
Valentina asentía, fingiendo que las palabras de su amiga lograban aligerar la carga, aunque por dentro seguía pensando en él. Pero Haiden, por su parte, había encontrado refugio en el trabajo. Pasaba largas horas en la construcción, enfocándose en su curso de arquitectura, intentando distraerse de los sentimientos que luchaban por salir a la superficie. Pero por mucho que lo intentara, la imagen de Valentina seguía rondando su mente.
Una tarde, después de clases, Valentina decidió hacer algo diferente. En lugar de ir a la cafetería con Mía, sintió la necesidad de ver a su madre. La relación entre ellas siempre había sido cercana, pero últimamente no había tenido tiempo de hablar con ella sobre todo lo que le preocupaba. Además, necesitaba distraerse de todo lo que había pasado con Haiden.
Tomó su teléfono y le envió un mensaje a su madre:
**"Mamá, ¿estás en la oficina? Quiero pasar a verte."**
Sofía le respondió casi al instante:
**"Claro, hija. Ven cuando quieras, estoy en mi despacho."**
Valentina sonrió ante la rapidez de la respuesta. Había algo reconfortante en saber que su madre siempre estaba disponible para ella, incluso cuando su padre estaba tan envuelto en los negocios que apenas la veía. Subió al coche y, en poco tiempo, llegó al imponente edificio donde Sofía trabajaba como directora de una importante fundación.
Al entrar al elegante despacho de su madre, fue recibida con un abrazo cálido y un aroma suave a flores que siempre caracterizaba a Sofía.
—Mi amor, ¿qué te trae por aquí? —preguntó Sofía, sonriendo mientras se sentaban en los sillones de su oficina.
Valentina suspiró, dejando que el cansancio de los últimos días se deslizara en su voz.
—Solo necesitaba verte. He estado algo... desorientada estos días.
Sofía la observó con esa mirada que solo las madres tienen, capaz de ver más allá de las palabras.
—¿Desorientada? ¿Por la universidad o es algo más? —preguntó, cruzando las piernas con elegancia y fijando su atención en Valentina.
Valentina sabía que no podía mentirle. Decidió hablar, aunque no quería contarle demasiado sobre Haiden.
—Un poco de todo. Pero, en realidad, quería hablar contigo sobre papá.
Sofía pareció sorprendida por el tema. Siempre era difícil hablar de Max. Él estaba tan enfocado en los negocios, en mantener su imperio intacto, que a veces parecía que la relación familiar quedaba en segundo plano.
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"Entre dos mundos"
أدب المراهقينEn un mundo donde el dinero dicta el destino, Valentina lo tenía todo: belleza, poder y una vida bañada en lujos que muchos solo podían soñar. Sin embargo, detrás de cada sonrisa perfecta y de las fiestas exclusivas, se ocultaba un vacío que ni la r...