La familia que se elige.

26 2 0
                                    

Y aquí estoy yo, en la sala de espera de mi centro de salud, para que en unos minutos mi ya conocida médica me revise el tratamiento nuevo.

Estoy nerviosa.

Nerviosa por la decisión que voy a tomar.

Ingresar.

Siento que esta no me de el tiempo suficiente para poder asimilarlo, ya que yo quería esperar a la nueva revisión de psiquiatría.

Y aquí estoy yo, sentada en estas sillas de madera unidas entre sí por una barra metálica, tan incómodas como molestas.

Molestas por el ruido que hacen al tener mi conocido vaivén de piernas.

Estas de madera chirrían. Y al moverme yo, hago que todo el que esté sentado en la misma línea, se muevan conmigo.
Eso me incomoda, pero no soy capaz de parar este gesto nervioso.

Me siento muy observada en esta sala.

La gente me examina de arriba a abajo.

¿Por qué? Yo estoy aquí al igual que ustedes por estar enferma.

Y aquí estoy yo, en la cafetería de enfrente, donde me decidí a escribir por primera vez.

Tras las palabras que me dijo el psiquiatra, las cuales, fueron remitidas a esa mujer de bata blanca.

Me parece una opción maravillosa Ana, obviamente no te podemos obligar a un ingreso- parecía feliz con esa recomendación.

Tengo miedo- la confesé con demasiada angustia, imaginándome allí dentro.

Me miró sorprendida -¿Miedo a qué? Allí dentro todo irá más rápido, aunque no salgas bien al 100%, saldrás mucho mejor, ya lo verás -me animó a tomar está decisión tan difícil.

Mira, vamos a esperar a la próxima revisión de tu psiquiatra privado, para que puedas pensarlo bien- esa respuesta me calmó, es justo lo que necesitaba escuchar.

Y aquí estoy yo, en la misma mesa, tomándome una tila para intentar calmar mis nervios.
Como si estos hierbajos consiguieran algo en mi organismo.

Incoherente.

Tantas pastillas sin efecto alguno para esta ansiedad, y yo creyendo en milagros con una simple infusión.

Y aquí estoy de nuevo, observando a la gente. Esta es una cafetería de enfermos, como yo la he bautizado, aquí suele venir la gente que espera a su cita médica, o tras salir de ella.

Yo ya me he creado la rutina de venir aquí, es una de las pocas, -dentro de todas las que hay en esta ciudad- que me siento mínimamente "cómoda".

Hoy he rechazado amablemente el mini bocadillo, o el trozo de bizcocho que suelen ofrecer, total, los nervios conseguirían que no llegase ni siquiera a mí estómago.

Y aquí estoy yo, pensando en el mensaje de mi amigo Jorge el cuál recibí anoche.

El cuál me hizo llorar y replantearme muchas cosas.

Me pedía disculpas por no entenderme.

Oficialmente, desde aquí, te las pido yo a ti, por no saber expresarme y cerrarme en banda. Sin ninguna intención de dejarme ayudar.

También pienso en las conversaciones con Alana y Jimena, en las cuales, esta primera me emocionó.

Deberíamos ser tu Kintsukuroi- me dijo tras leer uno de estos capitulos de mi vida.

Escucha; no soy partidaria de los cortes, se que es una vía de escape, pero deja que nosotras pintemos de dorado estos cortes- me emocionó tanto esa frase que aún no soy capaz de reaccionar.

Al final, a nosotras más que a nadie nos gusta el vino, y si tú eres una copa frágil, por mucho que te rompas, volveremos a recomponerte- siguió tras haber leído mi vida en verso.

<Kintsukuroi, el arte japonés de recomponer algo que se ha roto>.

Más que este arte, necesitarían un milagro para poder conseguirlo.

Pero aquí, sentada en esta silla de madera, mientras espero que temple un poco esta infusión, para poder tomarmela sin quemarme la boca en el intento, pienso en qué tengo unos amigos -ya familia- que no me merezco.

La gente suele decir que <Los amigos son la familia que uno elige>.

Yo no sé si les he elegido yo, si han sido ellos los que me eligieron a mí, o por cosas del destino nos hemos encontrado en el momento y punto exactos.

<Dios los cría, y ellos se juntan>.

Realmente siento que no me los merezco.

A Jorge le conocí hace ya tantos años que no puedo ni siquiera contar, y aunque tuvimos una temporada en la que perdimos el contacto, aquí está, ahora.

Cuando más le necesito.

Me quedo con los momentos tan buenos que hemos vivido juntos, que han sido demasiados.

A Jimena la conocí hace ya casi 10 años, de misma forma, una manera realmente tonta e inesperada.

En la autoescuela. ¿Quién va a sacarse el carnet de conducir, y pensar en conocer a una amiga íntima?.

Pues así fue.

Y está aquí, ahora, de la misma forma, cuando más la necesito.

Es la típica persona de polos opuestos.

No te va a permitir llorar, y va a llenarte la cabeza de fantasías. Pero en el momento que ve la cosa chunga, es el hombro más bonito y cómodo en el que puedo llorar.

Ella, es una de las pocas personas que me ha tratado una crisis de ansiedad, he tenido varias con ella, -para nuestra desgracia-, pero sabe cómo salvarme de cada una de ellas la muy cabrona.

Y por último Alana, la conocí este verano, cuando todo mi mundo estaba patas arriba, y aún así, se quedó.

Gracias Alana por ser la anestesia en este verano de tanto dolor.

Finalmente pienso, que gracias a ellos estoy consiguiendo ver esa luz, la cual anoche le hice ver a Jorge que esta era imaginaria.

Gracias por recomponer algo que vosotros no habéis roto.

Gracias a los tres, por leer esta historia.

Mi historia.

Gracias por tratar de entenderme y así saber cómo manejarme.

Siento no poder expresarme con vosotros de la misma forma en la cual aquí, me sale sola.

Siento estos momentos tan malos, y como insisto, no soy la mejor compañía en estos momentos.

Y sobre todo, gracias por estar.

Y por intentar ayudarme.

Al final, os debo mi vida.

Ya que sois vosotros quienes lucháis por mí, cuando ni siquiera yo tengo fuerzas ya de hacerlo.

No podía no hacer un mínimo homenaje a estas personas por las cuales sigo escribiendo como me siento.

Les quiero tanto que no se pueden llegar a hacer una idea.

Y aquí estás tú. En mi mente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora