• XIV ~ La manzana y la piedra •

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"Así que puedes lanzar unos cuantos hechizos... ¿Se supone que eso debería impresionarme?".

Guardias

Mert Al'Hassan
Morthal

Tras dormir lo que parecen solo unas pocas horas, ni hablar de las suficientes, un miembro de la liga vino a avisarnos que la mañana estaba próxima.

Evanna y yo nos encontramos en el camino fuera de los reductos rocosos que habíamos estado usando como habitáculos y nos unimos a un muy bien preparado Alvus en una de las áreas comunes de las ruinas de Ustengrav, cerca de la entrada, cada uno con un hatillo al hombro con nuestras pertenencias necesarias —entre las mías, mis armas, virotes de ballesta y otros menesteres—.

Allí nos esperaban algunos miembros de la liga, entre civiles y guerreros. Nos entregaron algunas provisiones para el camino, unas pocas pociones y medicinas, y nos despidieron de manera más fría o más cordial, dependiendo de con quienes habíamos tratado y en qué términos en nuestra corta estadía allí.

Karan, Vilkas y Farkas nos desearon un camino bienaventurado, mientras que Delphine solo nos recordó la importancia de nuestra misión y que no admitiría errores. Me sorprendió ver aparecer a Vishta-Kai para decir adiós a Evanna con un abrazo, mientras que de mí se despidió apenas con una leve cabeceada que respondí con sobriedad.

Pero, sin duda alguna, la persona más afectada por nuestra partida fue Olfina. Se reunió allí con su hijo y hubo de refrenar lo que adiviné que sería el instinto de una madre de echarse al cuello de su primogénito y sollozar allí de angustia ante la posibilidad de un no-retorno y en cambio resignarse a una corta y fría despedida que duró no más de unos pocos segundos; los que su hijo consintió en otorgarle a regañadientes mediante un abrazo tras el cual la apartó con los labios cerrados en una línea apretada y ojos indiferentes.

Una derrotada Olfina le dedicó las últimas palabras, una bendición maternal y la petición de regresar a salvo, mientras que, a la hora de ponernos en marcha escaleras arriba y despedirse por último de Evanna y yo, me susurró muy brevemente al oído, casi al paso:

—Recuerda la promesa que me has hecho, Mert...

«Si hubiese sabido lo difícil que sería cumplirla...»

El pequeño Eorl no estaba por ningún lado cuando emprendimos el ascenso, pero apareció al último minuto con una mata de cabello gris despeinado y ojos legañosos, pasó entre el bosque de piernas de los adultos y se arrojó contra las de su hermano mayor, sin conseguir moverlo ni  unos milímetros.

Todos observamos expectantes al joven Batallador. ¿Sería tan frío con su pequeño hermano lloroso como lo había sido con su madre?

Tal parecía ser el caso, pues apenas se inmuto cuando el muchachito enterró el rostro en su regazo y sollozó, apretando sus rodillas antes de que Olfina consiguiera llegar con él para cogerlo en brazos.

—Tienes que volver. Mamá dice que no veremos a papá en un largo tiempo, ¡no vayas con él, por favor! ¡Tú debes regresar pronto!

Se hizo un silencio transido.

Apreté los labios para frenarme de hacer comentario alguno a Alvus frente a su actitud indolente para con un niño pequeño, mas me silencio en el instante en que él mismo se agachó para recoger a su hermanito del suelo y lo alzó contra su pecho, a la altura de su rostro.

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