• IV ~ Qostiid •

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"Tachar de imposible lo que no tiene cabida en la propia experiencia es una señal inequívoca de estupidez."

Farengar Fuego Secreto


Evanna Orsirian
Alto Hrothgar

Desde el otro lado de la sala, en un rincón, quieto y sin moverse, sumido en un silencio sepulcral, prácticamente como una sombra, nos observa un hombre. Viste con una antigua y sucia túnica oscura, cuya capucha le oculta parcialmente el rostro, dejando únicamente a la vista una larga, descuidada y canosa barba que, aunque parezca un cliché, lo identifica como aquello que veníamos a buscar: un miembro de los Barbas Grises.

— ¡Eh! – lo llama Mert, sin una pizca de respeto.

Yo lo chisto mientras su voz reverbera en la estancia. El hombre no se mueve y no aparta sus ojos de nosotros.

— Buenas tardes – lo saludo. – Soy Evanna Orsirian, Segunda Aprendiz del Colegio de Magos de Hibernalia y Embajadora de los Thalmor en Skyrim – me presento. Luego hago un gesto de la mano hacia mi compañero. – Él es Mert.

El anciano nos contempla sin decir una palabra.

— No le des el discursito, por favor – me pide Mert, a lo que pongo los ojos en blanco con un suspiro. Él se dirige al hombre. – ¿Eres miembro de los Barbas Grises?

No hay respuesta ni movimiento por su parte.

— ¿Por qué no habla? – me pregunta Mert entre dientes para evitar que el hombre le oiga, aunque en ese inmenso silencio, dudo que no lo haya hecho.

No respondo, porque no lo sé. En vez de eso, me dirijo al anciano una vez más.

— Hemos... – empiezo, pero me corrijo. – He venido por... – "La profecía". Pero no puedo decirlo, no con Mert a mi lado.

Le miro de refilón, y me encuentro con que él también me está mirando, como si se debatiera la misma situación que yo. Volvemos a contemplar al hombre, y es entonces cuando él se mueve. Apenas una leve inclinación de cabeza hacia un lado. De repente, el suelo y las paredes tiemblan levemente, levantando volutas de polvo, al tiempo que un susurro invade la habitación, provocándome un estremecimiento.

Qostiid...

Ahogo un jadeo cuando todo vuelve a la calma, sin saber de dónde ha venido ese susurro, y sin poder evitarlo miro a Mert. Él parece igualmente sorprendido.

— ¿Qué ha sido eso? – pregunta.

— ¿También lo has oído? – pregunto yo a mi vez.

— Claro que lo he oído. ¿Qos...tiid? – repite.

Arrugo la frente sin entender ni la palabra ni por qué la hemos escuchado los dos. Nos giramos hacia el anciano, buscando respuestas. Y es entonces cuando él se da la vuelta y echa a andar alejándose de nosotros, hacia el interior penumbroso del monasterio.

— ¡Eh! ¡Quieto ahí! – exclama Mert, echando a andar detrás de él en una carrera.

No pierdo tiempo y les sigo. Poco tardamos en alcanzar al hombre y Mert le corta el paso poniéndose delante de él.

— No tan rápido, lengua dormida. Queremos respuestas – exige.

Sin decir nada y con toda la tranquilidad del mundo, el anciano lo rodea y sigue su camino. Ni siquiera se molesta en correr. Mert me contempla, y en cualquier otra ocasión hubiera encontrado la situación divertida, pero estoy demasiado nerviosa e intrigada como para reaccionar.

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