• V ~ El camino a elegir •

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"Nosotros podemos mostrarte el camino pero no dónde acaba."

Arngeir

Mert Al-Hassan
Alto Hrothgar

Sin más que pudiera decirse después de las inquietantes revelaciones del tal Paarthurnax, emprendí mi camino montaña abajo dejando atrás a Evanna, quien se quedó para despedirse amablemente del dragón, como si se tratase de un distinguido caballero y no una bestia legendaria de proporciones colosales. Esta me alcanzó poco después, comunicándome que el dragón le había recomendado pasar la noche en el monasterio.

Después de la fallida demostración de Evanna del famoso Thu'um, tengo cierta certeza de que debe haber algún error y no somos quienes dice el dragón. O al menos... quiero creer que la tengo y de ello he estado intentando convencerme las últimas dos horas en lo que paseo de aquí para allá por las afueras del fuerte de Alto Hrothgar intentando decidir qué haré a continuación mientras me congelo el trasero gratuitamente sin haberme animado a entrar por miedo a ponerme demasiado cómodo.

Me detengo sobre mis pasos en mitad de mi ansiosa caminata e inhalo el aire nocturno, el cual se cuela tan frío por mis fosas nasales que me hace arder el interior de la nariz. Contemplo entretanto la negrura que constituye el paisaje al pie de la montaña, resguardado por la penumbra de la noche haciendo parecer el precipicio como un gran vacío donde no hay absolutamente nada. Evanna parece encontrarse cómoda entre ancianos sabios, magia, dragones, castillos y el frío inclemente; pero yo no hago más que sentirme como un intruso; completamente fuera de lugar.

Estoy exhausto y muy hambriento, pero no puedo permanecer aquí un momento más. Este no es mi sitio; y con quedarme sólo estaría aceptando mi papel en esta gran farsa.

Inspirando un último aliento para armarme de valor, me echo el equipaje al hombro, me cierro la capa sobre el pecho y emprendo la caminata que me aleja de las puertas de Alto Hrothgar.

Camino en silencio hendiendo la noche a pasos presurosos, amortiguados en la nieve; pero en el momento en que me creo libre al poner el pie en el primero de los escalones que bajan por la montaña, me detiene una mano sobre el hombro. Me sobresalta de tal manera que casi me provoca dar un brinco en mi sitio. Ver el rostro pálido de Evanna al dar un cuarto de vuelta convierte mi sobresalto en fastidio y suspiro profundamente:

—¿Ahora qué? ¿Las niñas buenas no duermen a esta hora?

—¿A dónde vas? —inquiere, pasando por alto mi comentario.

—¿A dónde te parece que voy? Me largo de aquí.

—¡No puedes hacer eso! —me detiene una segunda vez cuando hago el intento de avanzar, crispando los dedos alrededor de mi hombro.

Me libro de ella de una sacudida poco amable.

—Escucha, niña: si tu autoridad Thalmor me importaba un bledo y medio a ras del suelo; no creas que aquí arriba, a varios metros por encima de las nubes, hará alguna diferencia favorable. Ahora da media vuelta y piérdete.

—No te lo estoy ordenando de parte de los Thalmor —rebate, ofuscada—; te lo estoy pidiendo como alguien que está en tu misma posición. ¿No escuchaste nada de lo que dijo Paarthurnax?

—¿Te parece que una bestia extinta con poderes mágicos tendría que haber estado hablando con nosotros para empezar? —le increpo, perdiendo la paciencia—. Y no estamos en la misma posición; nunca lo hemos estado. ¿Olvidas cómo fue que llegaste aquí? Se te fue concedido el permiso de manera lícita por tus amigos los elfos; mientras que yo tuve que escabullirme y trepar rocas para abrirme camino. ¿Y si hubiese sido menos terco? ¿Y si nunca hubiese subido aquí? No estaríamos teniendo esta conversación. Estaría ahora mismo en una taberna en algún sitio lejano, con la barriga llena y una jarra de aguamiel en la mano sin enterarme de nada y no aquí perdiendo el tiempo contigo. Ahí hubiese terminado mi parte en la dichosa profecía.

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