"Largo tiempo ha languidecido la Corona de Tormenta, sin un rey digno sobre el que posarse. Por nuestro aliento te la otorgamos hoy en nombre de Kyne, en nombre de Shor y en nombre de la antigua Atmora. Ahora eres Ysmir, el Dragón del Norte; escucha estas palabras con atención."
Saludo de los Barbas Grises
Evanna Orsirian
Carrera Blanca, La Yegua AbanderadaAcostumbrada a dormir en una habitación con aroma a uvas de jazbay, cuya planta cultivo en una pequeña maceta, y sobre sábanas suaves pero, sobre todo, limpias, el catre del cuarto de Carrera Blanca solo puede ser descrito como "aceptable". Es la tercera noche que paso en posadas, fuertes y tabernas del camino y no puedo hacer otra cosa que echar de menos mi cama blandita en el Colegio. El olor a sudor de las rasposas sábanas no es que me haya ayudado mucho a descansar. O, tal vez, haya sido ese extraño sueño de una espiral de fuego que se asemejaba a un rostro de ojos ocres que parecía dirigirse hacia mí.
Me despierta el vocerío proveniente del piso de abajo que se cuela entre las tablas de madera del suelo de la posada, obligándome a volver a la vigilia y al presente. No tiene sentido intentar dormir más y, cuanto antes parta de Carrera Blanca, más horas de luz tendré para llegar a Paraje de Ivar. Me levanto y me visto, echándome la capa azul del Colegio por encima y, tras esto, compruebo que el pendiente está correctamente colocado. No me lo quito ni para dormir. Por último, cuando estoy a punto de salir, abro el baúl a los pies de la cama y echo un vistazo a su interior en el que todavía reposan las pertenencias del guardia rojo.
Ayer apenas les presté atención; dado que estaban guardadas no tenía mayor interés en ellas ni me molestaban. Pero ahora me suscitan curiosidad. Entre ellas distingo dos espadas curvas, hojas tradicionales de Páramo del Martillo, envainadas en dos fundas de cuero decoradas con cuerdas y pequeñas monedas de cobre. No parecen muy caras. Las empuñaduras, algo más largas de las que uno cabría esperar en un sable normal, están también cubiertas de cuero y la plata de los extremos refleja la luz matinal que se cuela por la ventana. Sin poder evitarlo, comienzo a desenvainar una de ellas, solo para contemplar mi propio reflejo en el acero de la hoja. Esta hoja ha acabado con la vida de osos, lobos y varias bestias más. ¿Quizá también de personas? El sentimiento me estremece y la vuelvo a envainar enseguida. Junto a las espadas hay también un pequeño zurrón de viaje, pero decido no abrirlo. No me gustaría que invadieran mi intimidad así que prefiero no invadir la suya. Tomo el zurrón, las dos espadas y una capa de viaje demasiado raída, sucia y vieja como para realmente abrigar algo, y salgo de la habitación cerrando la puerta.
La estancia principal no está tan concurrida como anoche pero tampoco vacía. Imagino que todas las personas que anoche bebieron y se pelearon más de la cuenta estarán pagando las consecuencias en sus dormitorios. Un par de hombres desayunan en una mesa y, cuando se quedan parados y callados y me contemplan cruzar la habitación, deduzco que fueron conscientes de mi gran actuación la noche anterior. Trato de ignorarles y me dirijo hacia la barra, tras la cual Ysolda limpia unos pichels con un trapo. Al llegar a ella, dejo todas las cosas encima. La posadera me contempla con una fina ceja levantada.
— Solo acepto dinero – me dice, con una voz que claramente muestra su desagrado hacia mí. Al menos ahora entiendo por qué.
— Son las cosas del guardia rojo – le informo –. Para que se las guardes hasta que vuelva hoy a por ellas.
— ¿Hoy? – repite Ysolda. – ¿Qué quieres decir? – pregunta. Está claro que ya no me habla con el respeto que exige mi posición. Tampoco puedo reprochárselo.
ESTÁS LEYENDO
• SKYRIM: El Legado •
FantasyUn nuevo Dominio de Aldmer se ha apoderado de la región de Skyrim y el poder de los Thalmor crece sin parar. Los dragones han desaparecido hasta convertirse nuevamente en un mito, dejando como única pista un enigmático mensaje que unirá el camino de...