Extra.

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–¿Podría ver más?

–¿En serio, Chiara? –bufó Vio a mi lado.

La mujer me sonrió amablemente, dirigiéndose a la
trastienda para buscar algunos modelos más.

–Es la décima joyería en la que entramos. Yo soy la
mujer y te habría tirado los anillos a la cabeza hace
quince minutos –volvió a quejarse mi amiga.

–¿Qué quieres que haga si ninguno me convence?

Llevábamos literalmente todo el día ocupadas con
la búsqueda del anillo perfecto, nos habíamos
recorrido la ciudad casi entera de joyería en joyería.
Había visto algunos que me habían gustado, sí,
pero ninguno me había convencido lo suficiente
como para elegirlo. Sinceramente, estaba
comenzando a perder la esperanza.

–Como no te guste ninguno de los que saque
ahora, nos vamos. Ya seguiremos buscando otro
día –avisó Vio.

Asentí algo a regañadientes.

La dependienta salió del almacén portando una
caja de polipiel marrón, idéntica a las siete
anteriores que me había mostrado. En cuanto la
puso en la mesa frente a mí, la abrió. La cabeza de
Vio se asomó sobre mi hombro para poder ver.

Mordí el interior de mi mejilla mientras
repiqueteaba con los dedos en el cristal del
mostrador. Analicé la gran cantidad de anillos que
tenía delante, todos eran bastante similares a los
que había visto anteriormente y había descartado.
Algunos muy gruesos, otros muy finos. Había
anillos que tenían incrustado un pedrusco del
tamaño de mi uña que podrían dejarte KO de un
solo golpe. A todos les sacaba un defecto.

Analicé las distintas filas de izquierda a derecha,
deteniéndome lo que hiciera falta en cada uno.
Cambié de peso de mi cuerpo de pierna, cada vez
más convencida de que tampoco iba a encontrar lo
que estaba buscando.

Hasta que lo vi.

En una esquina había un anillo plateado –Rus
odiaba el dorado–, un poco finito que sus extremos
se cruzaban para sujetar una piedrecita blanca que
supuse que era un diamante. No me pude contener
en agarrarlo, sosteniéndolo frente a mi vista y
analizándolo al milímetro. Pude imaginarme
perfectamente a Rus llevándolo.

Giré mi cabeza para mirar a Vio. A pesar de que
sabía que era el anillo perfecto, necesitaba su
confirmación. Ella estaba mirándolo embobada y,
en cuanto reparó en que estaba aguardando su
respuesta, asintió energéticamente con la cabeza.

–Me lo quedo –informé a la mujer.

–Estupendo.

Tras asegurarnos de que era la talla correcta, se lo
di para que lo guardase en su correspondiente caja,
así que se marchó para prepararlo todo. Miré a Vio
para celebrar que, por fin, la búsqueda había
terminado, pero ella había vuelto a seguir mirando
los anillos con el ceño fruncido.

–Como Paul no me dé un anillo con un diamante
del tamaño de una piedra, no me caso.

–¿Por qué no se lo das tú? –me burlé.

–Porque yo le pedí salir. A él le toca pedir
matrimonio.

Interesante lógica.

La mujer volvió con la misma sonrisa que tenía
desde que habíamos entrado. Puso en el mostrador
una cajita de terciopelo granate que abrió para
mostrarme la alianza perfectamente colocada en el
interior. Por políticas de la tienda, pagué la mitad
en ese instante y el resto dentro de unos meses.

En cuanto volvimos a la calle no podía dejar de
mirar la nueva adquisición. Tenía una mezcla de
nervios, felicidad e incluso algo de náuseas por la
emoción.

Inevitable - ruski Donde viven las historias. Descúbrelo ahora