Respirar. Respirar. Respirar.
Esas eran las palabras que me ayudaban a mantenerme a flote. No iba a morir en un maldito elevador. Tenía que ir a la fiesta de cumpleaños de Cathy a las cinco de la tarde.
Aun cuando no tenía ni el pastel ni su regalo de cumpleaños. Nunca había faltado a uno de sus cumpleaños, ni siquiera aquella vez cuando había estado enfermo por una terrible gripa que casi me hospitaliza.
Y no pensaba dejar que una puta caja de metal mortal me hiciera faltarle a su promesa.
—¿Hola? —La misma voz del tipo que reconocí como Artie vino de las bocinas del elevador.
Amy rápidamente se digirió hacia donde estaba el teléfono de emergencia.
—¡Artie! ¡Por fin! —dijo como si hubiera pasado las peores dos horas de su vida conmigo—. ¡Sálvame!
Artie rio con tono jocoso.
—Pensé que a estas alturas ya se habían enrollado como en una película porno.
Las mejillas de Amy se encendieron de un rojo completo y yo me quedé sin palabras.
—Por favor, no puedo creer que pienses esas cosas de mí.
No quería que las cosas se pusieran incómodas entre ambos, en especial porque aun no sabíamos cuántas horas nos quedaban en esa caja de metal mortal.
Y bueno, no todos los días quedabas atrapado en un elevador con una chica parlanchina y molesta.
Bonita también, pero eso no pensaba decirlo en voz alta.
—Aquí está es capitán Lucas. —Se escuchó como le pasaba el micrófono a otra persona.
—¿Capitán? —preguntó Amy como si fuera una niña de diez años.
—Aquí el capitán Lucas —dijo un hombre con una voz profunda—. Bien, tenemos buenas y malas noticias.
Rápidamente mis sentidos se activaron.
—¿¡CÓMO QUE MALAS NOTICIAS!?
Amy rodó los ojos por mi paranoia, pero ella no entendía cómo me sentía. Como sentía las paredes cerrándose en torno a mí.
—Dígalas mi capitán.
—Muy bien —dijo el capitán Lucas—. Primero las malas noticias, pues en primer lugar es que el mecanismo del elevador se atoró por falta de mantenimiento. También está el hecho de que quedaron atrapados entre el piso treinta y tres y treinta y dos. Así que va a ser un poco difícil sacarlos.
—¿¡Y la buenas!? —pregunté a punto de perder los estribos y arrancarme el cabello.
—Bueno, es que podemos desatascar el elevador y sacarlos. Pero tal vez tardemos un poco.
—¿Cómo cuánto?
—Tal vez desde este momento hasta tres de la tarde—dijo sin estar muy seguro de sus propias palabras.
Amy asintió.
—Entendido capitán. —Luego colgó el teléfono y me miró—Fuiste exagerado, ya verás que saldremos de aquí y da gracias al que inventó el mecanismo para evitar que el elevador se desplomara.
—Bien... solo es la claustrofobia.
Ella no parecía muy convencida de mi respuesta.
—Tu claustrofobia...
—Sí.
Amy ladeó la cabeza.
—¿Me contarás el origen de tu claustrofobia?
Negué y ella solo levantó su mano en forma de puño. Con la otra hizo un tipo de palanca como esas de las cajas sorpresa y a medida que hacia ese movimiento su dedo del medio subía. Sí. Muy madura la chica.
—Ahora si pienso que eres un cabrón —dijo mientras mascullaba un par de palabras que no entendí.
Tomé el saco y me acurruqué en la esquina con él para intentar dormir un poco.
—Por lo menos yo no soy conejofóbico.
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El Elevador
Short Story«¿Es posible enamorarse en siete horas?» *** Brenner está estresado, cansado y sin su dosis diaria de cafeína. Lo único que le faltaba era quedar atrapado en un elevador con una total desconocida. ¿Y adivinen que pasó? Lo está. Amy suele tener ma...