1:15 pm {Amy}

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Brenner se quedó dormido en menos de lo que pensé.

Y sentí algo de alivio porque eso significaba no más hiperventilaciones por el momento. Aunque si estaba sorprendida de que durmiera. Había visto a Gabriel, su asistente llevarle hasta cinco vasos de café por día.

Demasiada cafeína, me sorprendía mucho que no anduviera tembloroso todo el día.

Pensé que tal vez había olvidado el café. No había visto a Gabriel corriendo hacia el elevador con el café cuando llegué o cuando bajé a la cocina de la oficina, aunque también había llegado tarde esa mañana.

Fuese como fuese, Brenner estaba dormido frente a mí y lucía muy distinto a su estirada imagen del día a día.

Su cabello castaño estaba alborotado por ese pequeño ataque que casi acaba con su paciencia, la expresión en su rostro era pacífica y sus labios estaban entreabiertos. Por lo menos no roncaba, su esposa era muy afortunada... claro, si tenía.

Un momento... ¿Por qué estaba pensando en eso? ¿Y si tenía qué?

Bien, tal vez era un poco curiosa en las relaciones personales de las personas. Brenner no parecía tener anillo de casado y su ropa cara solo era símbolo de que tenía mucho dinero.

Suficiente como para costear cosas de Brioni y corbatas de seda del Himalaya.

Así que lo más probable era que no tuviera esposa. Tampoco lucia exactamente como un hombre casado, esas cosas pueden llegarse a notar. Así que esa no era una posibilidad.

¿Por qué estaba analizándolo? Pues, porque era una metiche. Y además él era guapo.

Sí. Un director ejecutivo odioso, irritante y guapo.

¿Desde cuándo mi vida se había convertido en una novela contemporánea adulta?

Aunque también había otra posibilidad...

Podía ser gay.

Y así fue como terminé con dos teorías en mi cabeza.

Dejé caer mi cabeza contra el espejo y le di un vistazo a la luz del techo. Esa mañana había olvidado mi reloj, mi teléfono estaba apagado porque había olvidado cargarlo la noche anterior y mi única guía para medir el tiempo era el rugido de mi estómago.

Necesitaba saber al menos cuantas horas exactas habían pasado para calcular cuantas me quedaban antes de sucumbir hacia la locura.

Eché un vistazo a mi alrededor hasta que reparé en el saco negro que descansaba cerca de Brenner o, mejor dicho, en el teléfono que sobresalía del mismo. Creo que en medio de sus ataques lo había olvidado y como yo solo quería ver la hora...

Con cuidado de no hacer ruido me acerqué y saqué el teléfono de allí. Era un iPhone nuevo. Yo apenas tenía el de hace dos años.

Presioné el botón de encendido y lo primero que vi fue uno de esos fondos de bloqueo básicos. Era la una y quince, eso significaba que apenas habíamos pasado cera de cuatro horas encerrados en la caja de metal mortal.

Y lo que faltaba pensé.

Estuve a punto de devolver el teléfono a su lugar cuando accidentalmente deslicé mi dedo por la pantalla del teléfono y...

Se desbloqueó.

Brenner no tenía contraseña.

Definitivamente no estaba casado. Ningún hombre casado en su sano juicio tendría un teléfono sin contraseña. Era como meterse en una piscina llena de tiburones hambrientos sin una jaula con la cual protegerse.

La pantalla de inicio era en sí era todo un desastre, incluso más que la mía. Con esas galerías de fotos que transitaba solas, atajos a playlist de música y un montón de aplicaciones básicas a las que no pensaba meterme porque eso ya era pasarse de la raya.

Pero lo que llamó mi atención en esos momentos fue el fondo de pantalla.

Cabello brillante, ojos azules y rostros que fácilmente podrían estar en la portada de alguna revista de moda. Uno de ellos guardaba un fuerte parecido con Brenner, por lo que supuse que debía ser su hermano. Al igual que otra chica más joven que estaba a la izquierda de Brenner y que era innegablemente guapa.

También había una mujer pelinegra que sostenía la mano del hermano y pude adivinar que debía ser su esposa.

Pero lo que más me impresionó fue ver a Brenner cargando en sus brazos a una niña con la misma combinación de cabello castaño y ojos azules. Esta tenía una sonrisa demasiado tierna y Brenner la miraba como si fuera la niña de sus ojos.

Era demasiado grande para ser su hija, así que supuse que era su sobrina.

Le di una mirada al hombre que intentaba dormir sobre el duro suelo del elevador. Era una bolita de ternura debajo de todo ese aspecto de cabrón al que todo mundo le tenía miedo y eso me hizo preguntarme que tanto daño le habrían hecho como para que se ocultara debajo de toda esa mala reputación y apodos despectivos.

Bloqueé el teléfono y lo regresé a su lugar antes que despertara.

En definitiva, ahora sabía algunas cosas más del odioso de Brenner.

Por lo menos compartíamos gustos musicales. 

El ElevadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora