2:03 pm {Brenner}

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Recuerdo que una vez, durante mis años de universidad leí un libro sobre una tragedia estadounidense. El partido Donner. Este intentó atravesar el país en carretas para llegar a una mejor tierra, pero pronto se vieron atrapados por el invierno y tuvieron que cometer canibalismo para sobrevivir hasta ser rescatados.

No fue una lectura bonita.

Pero ahora sentía que Amy me miraba como si me quisiera comer. Y no lo decía en el mal sentido. Literalmente me miraba como si fuera un gran trozo de pizza con queso y hongos.

—¿Estás bien Amy? —pregunté alzando las cejas.

Ella parpadeó un par de veces.

—Solo te imaginaba como un gran trozo de pizza—puso una mano en su estómago—. Estoy muerta de hambre.

La barrita de fresa había sido buena. Pero eso no llenaba el vacío que generalmente llenaban una gran ración de papas fritas y sándwich de pollo de Friday's. Me pregunté que estaría haciendo mi incompetente asistente. Tal vez estaría con su novia, comiendo a gusto nuestra típica comida.

O tal vez estuviera celebrando por mi aprisionamiento en el elevador.

Nuestra relación empleado-empleador se basaba generalmente en discusiones, peleas y muchos minutos sin hablarnos. Amy tenía un punto. A veces parecíamos una pareja gay.

¿Y si todos pensaban lo mismo que ella? Tendría que aclarar todo cuando me librara de la maldita caja de metal potencialmente mortal.

Mientras intentaba no pensar en las paredes cerrándose el teléfono de emergencias empezó a sonar.

Amy, Sr. James—llamó la voz de Artie—. ¡Invoco vuestra presencia!

Antes de que pudiera decir algo, Amy se abalanzó hacia allí y descolgó el teléfono.

—¡ARTIEEEEE! —chilló como si fuera un gato en agonía—. ¡Olvida sacarnos por un momento! ¡Necesito comida! ¡Rápido! O si no terminaré mutilando y comiéndome a Brenner.

Ella me miró de reojo y sonrió. Enseguida sentí escalofríos.

—¿Amy? —reconocí la voz ronca de inmediato.

—¿Sr. Graham? ¿Es usted?—preguntó casi en un murmullo.

Y Gabriel —dijo mi incompetente asistente—. ¿Cómo terminaste encerrado con una caníbal Bren?

Me hacía la misma pregunta.

—Un golpe de suerte supongo.

Amy, estuve a punto de despedirte por no llegar a la reunión fijada—dijo Roger muy serio—. ¿Por qué no me llamaste?

—El teléfono se quedó sin batería —dijo haciendo un puchero—. Será mejor que mi seguro cubra esto.

— ¿Brenner?—preguntó Gabriel en tono preocupado—. ¿Estás bien? ¿Estás calmado? ¿Te rompiste algo? ¿Tienes fiebre? ¿Cómo...?

Dios. Este estaba peor que mi propia madre.

—Tranquilo incompetente, estoy bien, calmado, la caníbal me ayudó a calmarme —Amy alzó sus cejas—. Bueno, Amy me ayudó a calmarme.

Desde aquí pude escuchar el suspiro de alivio de Gabriel. Rodé los ojos como de costumbre.

—¿Cuánto tardarán en sacarlo? —preguntó mientras (estaba seguro) movía sus manos nerviosamente.

A pesar de todo, Gabriel se preocupaba bastante por mí y yo lo hacía por él.

Artie suspiró cerca del micrófono

—No lo sé, tal vez en unas dos horas.

Escuché una carcajada de Roger. Naturalmente fruncí el ceño. Ya se había vuelto una costumbre en todas las reuniones.

—Seguro la pobre Amy debe de estar a punto de matar al malnacido de Brenner—dijo mientras seguía riendo.

Todos en la sala rieron. Incluido Gabriel. No me molestaba. Generalmente se la pasaba molestándome. El solo recordarle que yo era más rico que él lo hacía callar. Y de la nada empezaron a contar anécdotas de mí. Se habían olvidado de que yo estaba escuchándolos (o tal vez lo sabían pero preferían disfrutar el momento). Artie empezó.

Sí, Brenner es un total hijo de puta, ¿Recuerdan cuando despidió a Tomás solo por llegar un minuto tarde?

—O cuando inició un despido masivo porque tenía resaca de la fiesta anterior.

Otras me hicieron pensar.

—También está esa vez que despidió a Maggie por quedar embarazada—ese había sido Roger—. La pobre estaba casi llorando.

Seguía sin entender por qué la gente seguía contando esa historia. Maggie renunció porque quería dedicarse a tiempo completo a su futuro bebé y su esposo había conseguido un trabajo bien remunerado. La razón por la que salió llorando de la oficina fue porque le di un bono de dos mil dólares.

Pero ellos se echaron a reír como si fueran amigos bebiendo rememorando viejos tiempos.

Amy me dio una mirada de reojo. Me sentía mal al escuchar lo que opinaban de mí. Es decir, sabía muy bien que eso era lo que pensaban, pero una cosa muy diferente era escucharlo de sus propias bocas. Había tratado toda mi vida de hacer oídos sordos a todas las críticas que sopesaban sobre mí.

—Solo... solo olvídalo, ya estoy acostum...

Ni siquiera me dejó terminar la frase. Tomó el teléfono.

—Miren ustedes pedazos de idiotas —advirtió furiosa—. Antes de juzgar a las personas tienen que conocerlas y apuesto que ninguno de ustedes conocen a Brenner. Es una persona maravillosa que no merece estar con ustedes y será mejor que se callen y me manden comida a mí y a Brenner porque si no juro que me lo comeré. 

El ElevadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora