3:25pm {Amy}

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De repente lo sentí. Llegó de golpe e inundó todos mis sentidos. Olía a algo crujiente, lleno de grasa... ¡Olía a pollo frito! ¡Pollo frito!

—Amy ¿Sientes ese...?

Tomé de los hombros a Brenner y empecé a sacudirlo emocionada.

—¡POLLO! ¡HUELE A POLLO!

Brenner, un poco choqueado por mis sacudidas asintió lo más que pudo. Mis sacudidas le habían revuelto el cabello al punto de dejárselo como Albert Einstein.

—Amy... por favor —me sostuvo de los brazos—. Guarda la calma.

—Pero tengo hambre... —gemí mientras mi estómago corroboraba con un ruidito.

Entonces un ruido sonó sobre nosotros y la pequeña rejilla de la parte de arriba del elevador cayó. Brenner y yo nos miramos y luego volvimos la mirada hacia el agujero del techo. Entonces algo empezó a bajar. El olor se hacía más fuerte.

Cuando la bandeja cayó al suelo vi dos órdenes de pollo frito con papas y cuatro botellas de agua. A pesar de que era yo la que se moría de hambre y llevaba quejándose un buen rato, Brenner se lanzó hacia la primera orden de pollo y bebió como loco de la botella haciendo que su camisa quedara totalmente empapada.

—Falta la salsa de tomate —dijo con la boca llena de papas.

Y así fue como toda la faceta de hombre de negocios serio, malvado y manipulador se fue a la basura. Parecía un niño de cinco años comiendo en su restaurante favorito.

Demonios...

Revisé las órdenes y le lancé un paquetito de salsa de tomate.

—Bon apetit.

Al final terminé lo suficientemente satisfecha como para que mi estómago no hiciera ruiditos extraños. Y eso que no terminé mi comida. Brenner se había comido la mitad de mi pollo (sin preguntarme aunque no me opuse).

— ¿Terminaste? —pregunté riendo.

Brenner pareció volver en sí mismo y retomó su faceta de empresario serio, responsable y amargado de siempre. Con todo y pequeñas manchas de kétchup encima de la camisa.

—Sí —su mirada bajó de repente—. Me estás mirando raro.

Elevé una ceja.

—¿Te pongo incómodo?

—En el exterior no tendrías el derecho de mirarme de esa forma —dijo con tono egocéntrico.

—Estamos en el elevador —repliqué—. Esas reglas no aplican aquí y te puedo mirar de la forma en la que quiera, tiernamente, despreciativamente, amorosamente y muchos más adjetivos terminados en mente.

No dijo nada más. Había ganado la discusión o lo que sea que haya sido. Aunque estaba totalmente segura de que Brenner no siguió discutiendo más porque le gustaba la forma en la que lo miraba. Era demasiado orgulloso como para admitirlo.

—Entonces creo que deberíamos tener algunas reglas.

¿Él quería reglas? Bueno, como director ejecutivo estaba acostumbrado a controlar todo y tener reglas. Si él quería poner reglas, yo también podía.

—Regla número uno: Debes contestar todas mis preguntas—me apresuré a decir—. Regla número dos...

—Un momento —interrumpió—. Las reglas las...

—¿Las pondrás tú? —reí—. No impondrás tu dictadura en este elevador, sugiero que sea algo así como una democracia...

—Somos solo dos personas Amy—me recordó.

Demonios. Era verdad.

—Entonces...—tomé mi bolso barato de Canal Street y busqué hasta que sentí sus bordes y la saqué alzándola como si fuera Simba—. Echémoslo a la suerte.

Brenner no pareció estar muy seguro del asunto. Tal vez no le gustaba que invadiera su privacidad. O tal vez no le gustara hablar de su pasado.

—Bien—masculló con los brazos cruzados—. Pero...—tomó la moneda de mis manos—. Yo la lanzaré, no confío en tus manos Amy.

Puse mi palma su mejilla

—¿Por qué? ¿Acaso no son muy suaves?

No dijo nada. Sus mejillas estaban cálidas y sonrosadas, podía sentir los cortos vellos de una barba casi invisible. Me gustaba, era agradable al tacto. Y de alguna manera lo hacía ver más guapo.

—S-sí lo son—pero siguió sin alejarse—. Bien, aquí vamos, cara y hacemos la cosa de las preguntas, cruz y yo pongo las reglas.

Asentí. Brenner también hizo un leve asentimiento. Inhaló y lanzó la moneda al aire. 


El ElevadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora