4:59 pm {Amy}

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No tenía ni la más remota idea de cómo había terminado en la entrada de la casa del hermano de Brenner cargando un gran regalo. Detrás de nosotros estaban Gabriel y Karen cargando un pastel hecho totalmente de chocolate.

Faltaba tan solo un minuto para las cinco. Habíamos llegado a tiempo.

— ¿Qué dirá tu familia si llego con esta ropa sudada y de oficina? —le pregunté mientras observaba mi atuendo.

— ¿Estás nerviosa?

Sí. Aterrada.

Lo normal era conocer a la familia de tu novio luego de al menos cinco meses de salir. Apenas nos habíamos conocido en la mañana.

Sentí los labios de Brenner sobre mi cabello. Eso me sonrojó más de lo que estaba, pero también me tranquilizó, luego tocó la puerta y esperamos.

Justo en el momento en el que la puerta se abrió se hicieron las cinco de la tarde. La hora de la fiesta.

La persona que abrió la puerta no fue nada más ni nada menos que la mismísima Cathy.

Era una niña totalmente preciosa. Su cabello castaño estaba ondulado y enmarcaba perfectamente su rostro y sus ojos azules, idénticos a los de su tío. Traía un vestido lila que se notaba a leguas que costaba más que mi bolso.

—¡Tío Brenner! —se lanzó hacia él y lo abrazó. Este se agachó y la levantó—. Pensé que ya no ibas a venir.

Brenner la besó en la coronilla y sonrió. Por un momento no lo reconocí. Era como ver a alguien totalmente distinto, más lindo. Era mucho más guapo cuando sonreía de esa forma.

— ¿Cómo llegaste a siquiera dudarlo? —le besó la mejilla—. Eres mi niña especial Cathy, además si no venía tu padre me rompería la cara y tu mamá me destriparía.

La chica reparó en nosotros.

—¡Gabriel! ¡Karen!

Ambos saludaron al mismo tiempo. Luego sus ojos azules se posaron en mí. Ella miró a Brenner y preguntó:

— ¿Quién es ella?

Brenner se giró y sonrió.

—Amy Branwell, mi nueva asistente y novia.

Novia, esa palabra no me había derretido nunca. Pero que salieran de la boca de él... no lo sé.

Se sintió, como miles de cosquillas recorriendo todo mi cuerpo.

—Es muy bonita —dijo al final—. Mamá y papá te están esperando y te quieren matar.

—Llegué a tiempo ¿No?

Cathy rió de manera encantadora y todos entramos a la inmensa casa. La mayoría de la decoración era en tonos blancos y lilas. Globos, serpentinas y grandes carteles de ¡Feliz Cumpleaños Cathy! Nos rodeaban.

Y eso que la fiesta era en el patio. Este parecía una de esas grandes fiestas para niños que veía a veces en Discovery Home & Health. Fiestas de más de un millón de dólares.

Pero a pesar de todo Cathy no parecía una niña en exceso consentida. Sino más bien una niña dulce y tierna.

En el patio había tres inflables, carros de palomitas de maíz, algodones de azúcar y manzanas acarameladas. Por suerte no vi ningún corral con conejos cerca. Ese hubiera sido mi fin.

Ayudé a Karen y Gabriel a colocar el pastel en la gran mesa con fuente de chocolate y malvaviscos y al lado el regalo de Brenner.

—Aun no puedo creer que te hayas besado con Brenner James—dijo Karen mientras veía a los niños en el inflable—. Tampoco entiendo como Gabriel y tú lo soportan.

—Es una buena persona —dijo Gabriel mientras nos ofrecía a ambas un vaso con refresco—. Solo tienes que conocerlo a fondo.

Karen le dio un sorbo a su vaso

—Aún no estoy totalmente convencida de que te haya dicho esas cosas Amy, no parecen cosas que diría Brenner James.

—Te juro que tiene alma Karen —dije entre risas.

A lo lejos Brenner estaba rodeado de su familia. Reconocí a Lizzie con un bello vestido verde, a su hermano Ryan y su esposa Jessica. Los mayores debían ser sus padres. Una mujer de hermosos ojos azules y su esposo con porte altivo. Cathy saltaba de un lado a otro con una gran sonrisa, su rostro estaba inexpresivo. Escuchando a las demás personas.

Luego por casualidad sus ojos se encontraron con los míos. Y sonrió.

Pude ver una gran sorpresa en todas las personas que lo rodeaban. Todos esos ojos posados sobre mí. Estaba segura de que parecía un semáforo pero sonreí de vuelta y saludé tímidamente.

Lizzie lo tomó del saco y empezó a sacudirlo bruscamente, tal y como yo lo había hecho en el elevador. Él intento responder, pero entonces todos le cayeron encima con preguntas.

— ¿Acaso Brenner acaba de sonreír? —preguntó Karen anonadada.

Gabriel me dio una mirada y sonrió. Él sabía muy bien lo que significaba eso.

—Me acaba de sonreír a mí —dije sintiéndome como en las nubes.

Brenner logró alejarse de su familia y vino caminando hacia mí. La sonrisa aún estaba en su rostro. Nunca nadie me había parecido tan guapo como en ese momento. Jamás una sola sonrisa me había hecho sentir de esta manera. Y amaba la manera en que me hacía sentir.

—Amy, tenemos que hablar—miró a Gabriel y Karen por un momento—. A solas.

Esa frase significaba desastre inminente. Sea cual sea el contexto en el que fuera utilizada, siempre significaba lo mismo. Pero con la sonrisa que traía en verdad me confundía. Como dije, Brenner era totalmente extraño algunas veces.

Asentí y lo seguí.

Como había dicho antes la casa era inmensa. Y tenía uno de los jardines más preciosos que había visto en mi vida. La vida de los ricos era totalmente envidiable.

Nos detuvimos frente a una pared con rosales.

Brenner tomó mis manos.

—¿De qué quieres hablar?

—¿Recuerdas cuando se desplomó el elevador? —preguntó mientras acariciaba mis manos.

—¿La primera vez o la segunda vez?

—La segunda —especificó—. Te estaba diciendo algo que iba a ser muy importante para los dos...

A veces Brenner arruinaba las cosas con sus palabras. Y decía cosas impertinentes y estúpidas. Como las que había dicho cuando me había conocido en el elevador.

—Solo dilo.

—Te quiero Amy... no sé cómo demonios lograste hacerlo, pero te quiero, amo tus ojos, tu cabello, tu sonrisa y tus piernas son espectaculares.

Miré mis piernas y sonreí.

—Gracias, hago pilates.

—Bien, no quiero desviarme del tema así que agradecería que no hablaras ni me interrumpieras.

—¿Es eso un reto? —pregunté bromeando.

—No Amy, no es un reto... quiero intentarlo contigo Amy Sunny, eres una de las mujeres más extraordinarias y humanas que he conocido, aunque solo te haya conocido por un lapso de siete horas.

—Espera un momento —lo interrumpí—. ¿Me estás diciendo que me amas o me estás invitando a salir?

Encogió los hombros.

—La primera, la segunda, tal vez ambas, pero quiero intentarlo Amy.

Sonreí.

—Ya lo sé tontín—le revolví el cabello—. A mí también me gustaría intentarlo.

Sin ningún aviso Brenner me besó. Y se sintió mil veces mejor que la primera vez. Como mil veces la primera vez.

Desde ese momento supe que esas siete horas en el elevador habían cambiado mi vida para siempre. 



El ElevadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora