¿Por qué tienes que ser tan imbécil? pensé cuando vi el cambio de expresión en su rostro.
Lo había jodido. Lo había jodido todo.
Había ido demasiado lejos incluso para mí.
Técnicamente le había dicho fácil en su cara y con tono sarcástico de no me interesa tu vida o su pasado, solo cállate.
—Lo siento Amy... yo no... —Las palabras no lograban sonar lógicas ¿Por qué me pasaba eso? —. Lo siento... a veces no puedo controlar lo que digo, suelo tratar a todos así.
Amy asintió.
—Lo entiendo —respondió con una expresión bastante seria—. Es decir, no es la primera vez que piensan eso de mí, pero...
—Son unos idiotas —dije sin pensar, tal vez guiado por mis experiencias con las suposiciones—. Nadie tiene el derecho a decir esas cosas sobre ti.
—Hablas como si me conocieras.
— ¿Y si quiero hacerlo ahora? —Otra cosa que había salido sin pensar—. ¿Cuidas niños? ¿Por qué?
Amy abrazó sus rodillas y pareció evaluar la situación por unos segundos mientras yo me preguntaba como habían salido tantas palabras de mi boca. No eran mis reacciones habituales, o tal vez lo habían sido en un momento muy pasado de mi vida.
Antes de ese suceso. Tragué saliva y le di una mirada a Amy, quien no pasaba de frotar las palmas de sus manos contra la lisa tela de su falda negra.
—Pues... adoro a los niños, son tan tiernos e inocentes, me gusta enseñarles cosas, jugar con ellos, ver un millón de veces Frozen y cantar a dúo con las niñas y los bebés ¡Son totalmente adorables! —Una sonrisa volvió a dibujarse en sus labios y sentí un pequeño tirón en mi pecho al verla—. Aun los cuido porque amo ese trabajo y me da algo de dinerillo extra.
Niños.
Teníamos algo en común a parte de fobias.
—Niños... no se tanto sobre ellos, pero tengo una sobrina a la que adoro cuidar. —Me lo pensé por un momento. Cathy era algo así como privado. De aquí, los únicos que sabían que tenía una sobrina eran Gabriel, tal vez la novia de Gabriel—. Su nombre es Cathy y hoy cumple siete, me espera para su fiesta por el pastel y el regalo.
—Debe estar emocionada —dijo Amy mientras se recostaba contra la pared de metal—. ¿A qué hora es la fiesta?
Saqué rápidamente mi teléfono del bolsillo. Noté algo extraño. La pantalla estaba algo sucia. Como si alguien...le di una rápida mirada de reojo a Amy. ¿Había tomado mi teléfono sin permiso? ¿Sin siquiera preguntar? A pesar de todo el enojo que se supone, debería estar dirigido hacia la rubia, estaba enojado conmigo mismo por no estar enojado con ella.
Si hubiera sido Gabriel, probablemente lo hubiera despedido. Si hubiera sido mi propio padre, probablemente le hubiera gritado.
Pero era Amy. No podía enojarme con ella. No con su sonrisa. No con las arrugas que se formaban alrededor de sus ojos cuando sonreía. No con sus piernas largas.
No con Amy Branwell.
—Cinco y media. —Devolví el teléfono a su lugar—. Si querías ver el teléfono solo debiste pedírmelo.
Palideció. La había atrapado y por alguna razón una sonrisa se escapó de mis labios.
Generalmente si sonreía era en las reuniones con otros directores ejecutivos. O en incómodas cenas familiares donde se la pasaban preguntando que cuando conseguiría esposa y que si había superado a Kim. Nunca le había sonreído a una total extraña como Amy.
¿Qué me está pasando? Apenas la conozco por Dios...
—Lo siento, solo quería ver la hora y el teléfono se desbloqueó solo... no es que sea una chismosa, pero vi tu fondo de pantalla. —Buscó mi mirada y pareció sorprendida—. ¿Estás enojado?
—La verdad no —admití un poco sorprendido por mí mismo—. Tranquila, fue un accidente. Es mi culpa por no tener contraseña, pero es más fácil que estarle desbloqueando el teléfono a Cathy cada vez que lo usa para jugar.
—Cathy es una niña preciosa, pero... ¿Por qué todos en tu familia son castaños y de ojos azules? Los ojos de colores hacen sentir mal a los ojos cafés comunes.
Reí. Amy tenía unos ojos preciosos. Nada en ellos era normal, estaban llenos de vivacidad, alegría, esa energía que ni siquiera yo tenía a su edad.
—Sí, son los ojos de nuestra madre.
—Debe ser una mujer muy bella —Amy sonrió con tristeza—. Algunas personas dicen que me parezco a mi mamá.
—Entonces tu mamá debe ser una mujer muy bella —dije intentando animarla.
—Debía —me corrigió—. Murió ya hace un par de años.
Brenner James, haciendo sentir mal a las personas desde 1988.
—Lo siento Amy, pues, yo no...
—No lo sabías —su voz no sonaba enojada, lo que era un alivio—. Creo que no conoces tan bien a tus empleados.
Y tenía razón. No era mi obligación conocer a todo el personal, pero al menos tener la amabilidad de conocer a los esenciales como Artie de seguridad o la recepcionista a la que se tomaba la molestia de decirme buenos días todos los días e incluso al encargado de la limpieza.
Ni siquiera sabía que una chica tan encantadora y alegre trabajara en el edificio.
¿Cómo demonios no la había visto antes?
—No me gusta socializar mucho, a menos de que sea necesario —dije secamente—. Nunca me he sido muy bueno en ello.
—Lo estás haciendo ahora, conmigo —señaló la rubia.
Sin levantar la mirada señalé las paredes que aún me causaban pavor. Aun las sentía moverse, presionarme.
—Estamos encerrados Amy, no me dejas otra opción, además utilizaré tu excusa para hablarme.
—¿Excusa?
Rodé los ojos. Ella giró la cabeza de la misma manera en la que lo haría un cachorro de Golden Retriever intentando comprender las órdenes de su amo.
—Ya sabes, de que estás aburrida y todo eso—dije para aclararlo todo.
Ella frunció el ceño. Luego abrió sus ojos marrones y movió sus manos como si quisiera explicarme algo, pero sin las palabras exactas. Hizo esto durante unos cuantos segundos.
—No es porque esté aburrida —dijo en un intento de explicarse—. Me pareces muy interesante Brenner y me gustaría conocerte más, bueno, es decir... creo que me... ¿Agradas?
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El Elevador
Short Story«¿Es posible enamorarse en siete horas?» *** Brenner está estresado, cansado y sin su dosis diaria de cafeína. Lo único que le faltaba era quedar atrapado en un elevador con una total desconocida. ¿Y adivinen que pasó? Lo está. Amy suele tener ma...