12:15 pm {Amy}

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—Bien —dijo Brenner al fin rindiéndose ante mi mirada—. Sí, tienes razón, era un nerd que amaba Star Wars más que cualquier cosa y soñaba con casarme con Leia o Padme.

—¡Lo sabía! —Realmente amaba acertar—. Todo tu aspecto me lo dice.

Brenner rodó los ojos, pero parecía dispuesto a colabora y no iba a desaprovechar la oportunidad que se me presentaba.

—Bien, tú confesaste algo sobre ti y ahora es mi turno —dije dispuesta a conocerlo mejor—. Con respecto a los miedos... bueno, les tengo miedo... bueno, no, mejor dicho, pánico a los conejos.

Brenner alzó una ceja y casi pude ver las comisuras de sus labios elevándose. O tal vez el aire dentro del elevador empezaba a acabarse y ya me estaba imaginando cosas.

—¿Estás bromeando? ¿Conejos? Pero si son las cosas más adorables del mundo, tan peluditos y con esas orejas largas...

—Y con esos dientes grandes y las garritas y sus ojos rojos casi inyectados de sangre —dije defendiéndome, casi sintiendo un escalofrío subiendo por mi espalda—. Cuando era niña, como a los cinco años, mi prima tuvo una fiesta con temática y había un corral con un montón de conejos y mis primos me lanzaron y... los conejos se acercaron para morderme.

Por un momento creí que se iba a burlar, la mayoría lo hacía cuando contaba esa historia, pero Brenner parecía impresionado por el suceso.

De hecho, hasta el entrenador de los conejos también parecía impresionado de que esas malditas bolas de pelo me atacaran. Y desde ese momento no habían parado de hacerlo.

El conejo de mi hermana menor siempre se me lanzaba encima. Los conejos de la tienda de mascotas de mi primer trabajo en secundaria intentaban morderme cuando los alimentaba, pero no le iba a contar eso.

Decidí quedarme con lo que dije al principio, un súbito ataque de conejos carnívoros. No eran ataques como los de Brenner (solo me quedaba paralizada), pero era una fobia, al fin y al cabo.

—Debió ser muy traumatizante —Fue lo único que pudo decir.

Y lo decía en serio. Era la primera vez que mi estúpida fobia no era recibida por risas burlonas o incredulidad y el hecho de que esa reacción tan comprensiva viniera del que había sido nombrado como el peor director ejecutivo daba mucho que pensar.

—Es tu turno ahora —murmuré, aun sin saber cómo tomarme sus palabras—. Nárrame con lujo de detalle el porqué de tu claustrofobia.

Él negó. Yo abrí los ojos de manera desmesurada.

Le había contado mi estúpida fobia y...

—Te conté mi fobia, no me dejes como una idiota y cuéntame la tuya.

Brenner pareció pensárselo por un momento. Pero su vista se desvió a las paredes recubiertas de espejo y noté como sus ojos se pupilas se dilataron. Tomó la bolsa y empezó a respirar otra vez.

Por un momento me pareció que iba a ahogarse de verdad y me asusté.

Uno. Porque no quería estar atrapada en un elevador con un cadáver.

Dos. Porque no quería ver morir a una persona.

Pero pronto recuperó su ritmo respiratorio normal y dejó la bolsa a un lado. Su rostro estaba pálido y sus mejillas totalmente rojas. También sudaba manchando su supuesta camisa de diseñador.

Con ese saco y esa corbata en definitiva se iba a asfixiar.

Rápidamente me acerqué a él y tomé el cuello de su saco.

Él me dio una mirada, con sus labios entreabiertos y el pecho aun agitado por el ataque. Fue allí cuando me di cuenta de lo peligrosamente cerca que estaban nuestros rostros, tanto que podía sentir el calor de sus mejillas cerca de las mías.

Tragué saliva y me obligué a no pensar mucho en ello.

—Te vas a agobiar más si sigues con ese maldito saco Tom Ford —le dije mientras se lo quitaba.

—Es Brioni —susurró con la poca voz que tenía.

Pero aparte de eso, no dijo nada más.

Me ayudó cuando llegó el momento de levantar los abrazos y lanzarlo a un lado. Luego me puse en frente de él y empecé a desatar el nudo de su corbata de aspecto fino.

Durante esa fracción de segundos, noté como Brenner no paraba de mirarme. Sus ojos azules pasaban de mi rostro a los mechones de mi cabello, de mis labios a mi nariz, de mi cuello a mis cejas.

Puede que pensara que yo no lo notaba, pero la verdad era bastante obvio.

Cuando por fin pude desatar el intrincado nudo abrí un poco los botones de su camisa. Él seguía sin decir nada.

Luego nuestras miradas se encontraron. Se sintió como si una fuerte atracción nos conectara a ambos e hizo de esos los dos minutos más intensos que tuve en mi vida. Pero rápidamente apartó la mirada y yo me regresé a mi esquina.

—Tienes unos ojos muy bonitos —murmuró casi de forma inaudible. O por lo menos lo intentó

Pero sin la musiquita del elevador todo se escuchaba. Para ayudarlo fingí no haber escuchado eso. Él solo cerró los ojos y empezó a murmurar otras cosas.

Como: Uno. Dos. Tres. Respira.

Tal vez para controlar su respiración y no volver a hiperventilarse. Tal vez porque había sentido lo mismo cuando estuvimos tan cerca.

Y yo volví a sentirme sola. A-BU-RRI-DA. 

El ElevadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora