1:59 pm {Amy}

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Me gustas.

Eso era lo que le quería decir.

Absurdo, ¿no?

Hasta esta mañana no había sido más que un insoportable y maldito director ejecutivo cuyo nombre era sinónimo de terror, pero después de empezar a conocerlo más a fondo me di cuenta que no era nada de lo que esperaba.

Era irritante, molesto y también una persona estresante. Pero también me había demostrado que había otras partes de él que ocultaba detrás de esa imagen tan intimidante que proyectaba ante los demás.

Debo estar loca pensé, intentando mantener mi mejor cara de póquer ante sus ojos azules.

—¿Te agrado? —preguntó muy sorprendido—. ¿Te agrado Amy?

Encogí los hombros.

— Sí ¿Por qué te sorprendes tanto?

—He un total hijo de puta contigo, te he tratado mal, he dicho cosas poco agradables de ti y aun así... ¿ Y aun así te agrado?

Probablemente si lo estaba. Probablemente tendría que estar encerrada en un manicomio porque me esté gustando un tipo como Brenner James.

—Todos tenemos nuestros demonios y fantasmas —Puse una mano en su hombro, sin estar muy segura si me arrepentiría—. Entiendo que utilices tu mal genio como escudo para defenderte de los demás y al menos reconoces que está mal. Pero estoy segura de que debajo de todo eso hay un hombre que necesita ser comprendido que solo necesita un empujoncito para salir de su armadura y poder ser feliz.

Sus ojos se fueron directo a los míos. Al principio me habían parecido el típico azul claro, pero entre más los miraba y les ponía atención, más detalles memorables encontraba. Un toque de ámbar cerca del circulito negro y un azul más oscuro alrededor del iris.

Eran unos de esos ojos que podías pasar todo el día viendo.

—Creo que me estás sobreestimando Amy —dijo sin dejar de verme a los ojos—. Tal vez te estés equivocando.

—Dime tú ¿Me estoy equivocando?

Se acercó más. Y más. Podía sentir su respiración sobre la piel de mi mejilla.

Me. Iba. A. Besar.

Y estaba totalmente claro que no me iba a resistir. Solo me quedé allí. Esperando a que sus labios tocaran los míos y solo sucediera. Pero nada sucedía. Abrí un ojo. Seguía mirándome. O más bien contemplándome. Me observaba de la misma forma en la que uno observa una escultura.

Entonces me quedó claro que no me besaría. Bueno... no por el momento.

—No lo sé Amy —dijo al final acabando con el silencio—. Creo que ni siquiera me conozco lo suficiente como para contestarte.

Tomé un gran riesgo al posar mi mano sobre su mejilla. Es decir, Brenner era muy diferente a los hombres con los que había salido. Esos chicos tenían todo claro, sabían lo que querían.

Brenner no. Brenner era inseguro, tímido y algo cabrón.

—Bueno ¿Cuál es tu color favorito? —le pregunté sin separar mi mano de su cálida y sonrojada mejilla.

—El azul —dijo sin dudarlo—. Pero no el azul del cielo o alguna cursilería así, sino ese azul oscuro, como de uniforme militar... también es el color favorito de Lizzie.

—El mío es el amarillo, pero no el amarillo normal, sino un amarillo alegre, como el que verías en una carita feliz.

Él encogió sus hombros.

—Supongo que es muy tú, no me lo esperaba.

Y eso lo había visto venir. Pasaba muy seguido. En especial con otros chicos.

— ¿Pensabas que era una chica de rosa? —Reí un poco—. Siempre han dicho que me parezco a Ellie de Legalmente Rubia.

—Eres mucho más bonita —dicho esto, levantó su mano y la posó sobre la mía.

Fue algo totalmente extraño. Al principio sentí como si todas mis terminaciones nerviosas explotaran con ese débil gesto. Pero luego, una calma pacífica me hizo sonreír.

Paz total.

—Bueno —eché a un lado mi cabello—. Ya lo sé.

Brenner rio. Intenté grabar ese sonido en mi mente.

—Creo que te di demasiadas alas, Katy Perry es más bonita que tú.

— ¿La has visto sin maquillaje? —le pregunté, sintiendo como la risa quería brotar de mi garganta—. Solo es un poquito menos bonita. 

Brenner rio. Luego vio su mano sobre la mía y sonrió. Por alguna extraña razón sentí mis mejillas cálidas. Pero todo acabó cuando separó su mano. La paz. El sonrojo. Una gran decepción llenó todo.

—Bueno, tú tampoco eres la gran cosa sin maquillaje —ero enseguida pareció arrepentido de lo que dijo—. ¡Espera! Lo siento Amy, eso sonaba mejor en mi cabeza.

Creo que eres lindo cuando te equivocas pensé. Pero no lo dije.

Esto iba muy rápido. Como dije antes, apenas lo había conocido.

Bajaría el ritmo. No iba a lanzármele encima. Probablemente terminaría asustándolo. Iría despacio. Lento pero seguro. Además, hasta ahora dudaba que le gustara de la misma manera en la que me gustaba.

Rebusqué en mi mochila y encontré una barrita energética olvidada. Revisé la fecha de caducidad. Luego la saqué, la partí por la mitad y se la ofrecí con una gran sonrisa. 

El ElevadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora