CAPÍTULO 30

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Ella se metió en el taxi y su madre se despedía de ella con la mano.

Durante el trayecto no dejó de llorar -y conmovió al taxista, incapaz de soportar verla en aquella situación-, a pesar de que iba a reencontrarse con la persona que le hacía ser la más feliz del mundo. Le costaba mucho despedirse de su madre, de repente y por primera vez, además sin saber cuánto tiempo tardará en volver a verla.

Cuando llegó al puerto tuvo que ponerse un jersey de lana, ya que aquel día hacía un poco de frío.

Fue directamente hacia la puerta de embarque para acceder a aquel transatlántico, que más bien parecía un hotel de cinco estrellas, ya que era inmenso. Allí, en la entrada, había una mujer con algo más de cincuenta años, a la cual tenía que entregarle la documentación necesaria para acceder al barco. Tras unos largos minutos esperando a que aquella señora terminase de revisar toda su documentación, exclamó:

- Perfecto, ya puede acceder a uno de los mejores transatlánticos del mundo en el que dispondrá de [...], esperamos que disfrute del viaje y que su estancia sea una experiencia para recordar. Ah, y me han comunicado que le haga entrega de esta nota, es muy importante.

- Vale, ¡muchas gracias, muy amable! - le respondió Ruth.

Tras oír todo lo que le había contado aquella mujer, cogió su maleta y se dirigió hacia la entrada de aquella inmensa embarcación. Entró y fue directamente a su habitación, la 233. Le echó mano a las llaves de su cuarto, abrió la puerta, dejó la maleta a un lado de la cama y se acostó en la cama. Ya tumbada, accedió a abrir aquella nota que le habían dado en la entrada.

Novela de Ruth LorenzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora