NO TUVO TIEMPO PARA DISFRUTAR SU VICTORIA SOBRE ORIÓN.
Del hocico de Blackjack brotaba espuma. Sus piernas temblaban. Sangre corría de la herida de la flecha
en su flanco.
Reyna rebuscó a través de la bolsa de abastecimiento que Phoebe le había dado. Limpio la herida con po-
ción de sanación. Ella colocó un calado de unicornio sobre el filo de la navaja de plata.
Por favor, por favor, se murmuro a sí misma.
En verdad, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero limpió la herida lo mejor que pudo y se tomo
el eje de la flecha. Si tenía una punta de púas, tirarlo hacia fuera podía causar más daño. Pero, si estaba en-
venenada, no podía dejarla ahí. Tampoco ella podría empujar a través, puesto que estaba incrustada en medio
de su cuerpo. Tenía que elegir el mal menor.
-Esto va a doler, mi amigo -le dijo a Blackjack.
El sopló, como si dijera "Dime algo que no sé"
Con su cuchillo, cortó una rendija a ambos lados de la herida. Sacó la flecha. Blackjack chilló, pero la
flecha salió limpiamente. La punta no era de púas. Podía estar envenenada, pero no podía estar segura. Un
problema la vez.
Reyna vertió más poción curativa sobre la herida y la vendó. Aplicó presión, conteniendo su aliento. La
exudación parecía disminuir.
Ella colocó el calado de unicornio dentro de la boca de Blackjack.
Perdió la noción del tiempo. El pulso del caballo llegó a ser más fuerte y más estable. Sus ojos se libraron
del dolor. Su respiración se alivió.
Cuando Reyna se puso de pie, estaba temblando de miedo y agotamiento, pero Blackjack todavía estaba vivo.
-Vas a estar bien -prometió-. Te iré a buscar ayuda en el Campamento Mestizo.
Blackjack emitió un sonido de queja. Reyna podría jurar que intentó decir donas. Ella debe haber estado
delirando.
Con retraso, se dio cuenta de cuánto el cielo se había aligerando. La Atenea Pártenos brillaba bajo el sol.
Guido y los otros caballos alados golpearon la cubierta con impaciencia.
-La batalla... -Reyna se volvió hacia la orilla pero no vio ninguna señal de combate. Un trirreme griego
se balanceaba perezosamente en la marea de la mañana. Las colinas se veían verdes y pacíficas.
Por un momento, se preguntó si los romanos habían decidido no atacar.
Tal vez Octavian había recuperado sus sentidos. Tal vez Nico y los otros habían logrado conquistar la
Legión.
Entonces un resplandor naranja iluminó las cimas de las colinas. Múltiples líneas de fuego subieron hacia
el cielo como dedos siendo quemados.
Los onarios habían disparado su primera andanada.
