-¿TRES DÍAS?
Nico no estaba seguro de haber oído bien la primera docena de veces.
-No podíamos moverte -dijo Reyna-. Digo... literalmente, no podíamos. Casi no tenías corporeidad.
Si no hubiera sido por el entrenador Hedge...
-No fue nada -le aseguró el entrenador-. Una vez en el medio de un juego de eliminatorias tuve que
entablillar la pierna de un mariscal de campo con nada más que tres ramas y cinta adhesiva.
A pesar de su despreocupación, el sátiro tenía bolsas bajo los ojos. Sus mejillas estaban hundidas. Lucía
casi tan mal como se sentía Nico.
Nico no podía creer que había estado inconsciente por tanto tiempo. Hizo un recuento de sus extraños
sueños: los murmullos de Ella la arpía y la visión de Mellie la ninfa nube (lo cual preocupaba al entrenador);
pero Nico sentía que esas visiones habían durado solo segundos. De acuerdo con Reyna, era la tarde del 30 de
julio. Había estado en un coma-sombra por días.
-Los romanos atacarán el Campamento Mestizo pasado mañana. -Nico tomó otro sorbo de Gatorade, el
cual estaba agradable y frío, pero sin sabor. Sus papilas gustativas parecían haberse quedado en el mundo de
las sombras permanentemente-. Debemos darnos prisa. Necesito prepararme.
-No -Reyna presionó su mano en la frente de Nico, haciendo que los vendajes se arrugaran-. Otro viaje
sombra te mataría.
El apretó sus dientes.
-Si me mata, me mata. Debemos llevar la estatua al Campamento Mestizo.
-Oye, chico -dijo el entrenador-. Aprecio tu dedicación, pero, si nos transportas a todos a la oscuridad
eterna junto con la Atenea Partenos, eso no va a ayudar a nadie. Bryce Lawrence tenía razón respecto a eso.
A la mención de Bryce, los perros metálicos de Reyna pararon las orejas y gruñeron.
Reyna miró al túmulo de rocas, sus ojos llenos de tormento, como si más espíritus no gratos pudieran
emerger de la tumba.
Nico inhaló, y su nariz se llenó de la fragancia del remedio casero de Hedge.
-Reyna, yo... yo no pensé. Lo que le hice a Bryce...
-Lo destruiste -dijo Reyna-. Lo convertiste en un fantasma. Y, si, me recordó lo que le sucedió a mi
padre.
-No pretendía asustarte -dijo Nico amargamente-. No pretendía... envenenar otra amistad. Lo siento.
Reyna estudió su rostro.
-Nico, debo admitirlo, el primer día que estuviste inconsciente, no sabía que pensar o sentir. Lo que hi-
ciste fue difícil de ver... difícil de procesar.
El entrenador Hedge masticó un palo.
-Debo coincidir con la chica en esto, niño. Golpear a alguien en la cabeza con un bate de beisbol, eso es
una cosa. Pero, ¿fantasmizar88 a ese tipo? Eso sí fue algo oscuro.
Nico esperaba sentirse enojado, gritarles por intentar juzgarlo. Eso era lo que normalmente hacía.
