XLVII : Nico

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Nico no estaba seguro si patearse a sí mismo o a Will Solace.


Si no hubiese estado tan distraído discutiendo con el hijo de Apolo, el nunca hubiera permitido que el en-


emigo se acercara tanto.


Mientras los hombres con cabeza de perro marchaban hacia adelante, Nico levantó su espada. Dudaba que


le quedara fuerza suficiente para ganar, pero antes de que pudiera atacarlos, Will dejó salir un silbido desgar-


rador.


Los seis hombres cabeza de perro soltaron sus armas, se taparon los oídos y cayeron en agonía.


-Chico -Cecil abrió la boca para destaparse los oídos-. ¡Por el mismísimo Hades! Una pequeña adver-


tencia a la próxima vendría bien.


-Es aún peor para los perros -Will se encogió de hombros-. Uno de mis pocos talentos musicales.


Hago un espantoso silbido ultrasónico.


Nico no se quejó. Él se metió entro los cabeza de perro, golpeándolos con su espada. Ellos se disolvieron


en sombras.


Octavian y los otros romanos parecían demasiado aturdidos para reaccionar.


-Mi... ¡mi guardia élite! -Octavian miró a su alrededor en busca de simpatía- ¿Vieron lo que le hizo


a mi guardia élite?


-Algunos perros tienen que ser sacrificados -Nico dio un paso adelante-. Como tú.


Por un hermoso segundo, toda la Primera Cohorte dudó. Después recobraron sus sentidos y nivelaron su


pila111.


-¡Ustedes serán destruidos! -Octavian chilló-. Ustedes Griegos andan a escondidas, saboteando nues-


tras armas, atacando a nuestros hombres...


- ¿Te refieres a las armas que estaban a punto de dispararnos? -preguntó Cecil.


- ¿Y los hombres que estaban a punto de quemar nuestro campamento en cenizas? -Añadió Lou Ellen.


-¡Justo como un Griego! -gritó Octavian- ¡Tratando de poner las cosas de cabeza! Bueno, ¡No va a
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111 Arma básica del soldado legionario romano. Es una especie de lanza o jabalina que mide cerca de dos metros.
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funcionar! -Apuntó a los legionarios más cercanos-. Tú, tú, tú y tú. Revisen todos los onagros. Asegúrense


de que estén operacionales. Quiero que sean disparados simultáneamente lo más pronto posible. ¡Vayan!


Los cuatro romanos corrieron.


Nico trató de mantener su expresión neutral.


Por favor que no revisen la trayectoria de disparo -pensó.


Él esperaba que Cecil hubiese hecho bien su trabajo. Dañar una enorme arma era una cosa. Dañarla tan


sutilmente hasta que fuera muy tarde para que alguien se diera cuenta era otra. Pero si alguien tenía esa


habilidad, era un hijo de Hermes, dios del engaño.


Octavian marchó hacia Nico. Para su crédito, el augur no parecía tener miedo, y eso que su única arma era


una daga. Se detuvo tan cerca que Nico podía ver las venas inyectadas en sangre de sus pálidos ojos llorosos.


Su cara estaba demacrada. Su pelo tenía el color de espagueti sobre cocido.

la sangre del olimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora