XXXIV : Leo

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-Una negociación -Los dedos de Leo se movieron nerviosamente-. Claro. Absolutamente.
Sus manos se pusieron a trabajar antes de que su mente supiera lo que hacía. Empezó a sacar cosas de los
bolsillos de su cinturón de herramientas mágico: cables de cobre, algunos pernos, un embudo de latón,...
Por meses había estado juntando pedazos y cosas de maquinarias, porque nunca sabía lo que iba a necesitar.
Y mientras más usaba el cinturón, mas intuitivo se volvía este. Metería la mano dentro y el artículo correcto
simplemente aparecía.
-Bueno, la cosa es... -dijo Leo mientras sus manos doblaban el cable- que Zeus ya está enojado con-
tigo, ¿cierto? Si nos ayudas a derrotar a Gea, podrías arreglar las cosas con él.
Apolo arrugó la nariz.
-Supongo que es posible. Pero sería más fácil destruiros.
-¿Pero qué tipo de balada haría eso? -Las manos de Leo trabajaban furiosamente, colocando palancas,
fijando el embudo de metal a un viejo eje de engranaje-. Eres el dios de la música, ¿cierto? ¿Escucharías una
canción llamada 'Apolo destruye a un pequeño semidiós enclenque '? Yo no. Pero 'Apolo vence a la Madre
Tierra y salva al jodido universo'... ¡Eso suena como algo que quedaría en primera posición en el ranking
Billboard!
Apolo miro al aire, como visionando una marquesina con su nombre.
-¿Qué es exactamente lo que quereis? ¿Y que gano yo con ello?
-Lo primero que necesito: consejos -Leo ensartó algunos cables a través de la boca del embudo-. Qui-
ero saber si uno de mis planes funcionará.
Leo le explicó lo que tenía en mente. Había estado rumiando acerca de esa idea por días, desde que Jason
volvió del fondo del mar y Leo comenzó a hablar con Niké.
Un dios primordial ya ha sido derrotado una vez, le dijo Kympoleia a Jason Ya sabes de quién hablo.
La conversación de Leo con Niké le ayudo a afinar los detalles del plan, pero igualmente quería una segun-
da opinión de otro dios. Ya que, una vez que Leo se comprometía con algo, no había vuelta atrás.
Por un momento medio deseó que Apolo se riera y le dijera que lo olvidara.
En vez de eso, el dios asintió pensativamente.
-Os daré este consejo gratis. Quizás podais derrotar a Gea de la manera que describes, que es similar a
la manera que Urano fue derrotado hace eones. Pero, cualquier mortal que estuviera completamente... -A
Apolo le falló la voz-. ¿Qué es eso que has hecho?
Leo miró hacia abajo, hacia el artefacto en sus manos. Capas de cables de cobre, como múltiples juegos
de cuerdas de guitarras entrecruzados dentro del embudo. Filas de llamativos alfileres eran controlados por
palancas fuera del cono, que estaba asegurado a una base cuadrada de metal con un montón de manivelas
giratorias.
-Oh, ¿esto? -La mente de Leo trabajaba furiosamente.
La cosa parecía una caja de música fusionada con un fonógrafo, pero ¿qué era?
Una pieza de negociación
Artemisa le había dicho que hiciera un trato con Apolo.
Leo recordó una historia de la que los chicos en la Cabina Once gustaban de jactarse: como su padre, Her-
mes, había evitado ser castigado por robar las vacas sagradas de Apolo. Cuando Hermes fue atrapado, hizo un
instrumento musical, la primera lira, y la intercambió con Apolo, quien inmediatamente lo perdonó.
Hace un par de días, Piper mencionó haber visto en Pylos la cabaña donde Hermes escondió esas vacas.
Eso debió haber provocado que el subconsciente de Leo se pusiera en funcionamiento. Sin quererlo, había
construido un instrumento musical, lo cual le sorprendió bastante, ya que no sabía nada de música.
-Em, bueno -dijo Leo-. ¡Es simplemente el mejor instrumento musical que existe!
-¿Cómo funciona? -preguntó el dios.
Buena pregunta, pensó Leo.
Giró las manivelas, esperando que esa cosa no le explotase en la cara. Un par de sonidos claros salieron,
metálicos pero aun así cálidos. Leo manipuló las palancas y engranajes. Reconoció la canción que surgió,
la misma melancólica melodía que Calipso cantó para él en Ogigia sobre anhelo y nostalgia. Pero, entre las
cuerdas del embudo de latón, la tonada sonaba incluso más triste, como una maquina con el corazón roto, la
manera en que Festus sonaría si pudiera cantar.
Leo se olvidó que Apolo estaba ahí. Tocó la canción hasta el final. Cuando terminó, le ardían los ojos. Casi
podía sentir el aroma del pan recién horneado de la cocina de Calipso. Podía saborear el único beso que ella
le había dado.
Apolo tenía la vista fija en el instrumento, mirándolo con admiración.
-Debo tenerlo. ¿Como se llama? ¿Qué queréis por él?
De repente Leo tuvo el instinto de esconder el instrumento y quedárselo para sí. Pero se tragó su melancolía. Tenía una tarea que completar.
Calipso... Calipso necesitaba que triunfase.
-¡Es el Valdezinador, por supuesto! -Infló el pecho-. Funciona, em, traduciendo tus sentimientos a
música a medida que manipulas los engranajes. Sin embargo está hecho para que yo, un hijo de Hefesto, lo
use. Así que no sé si podrías...
-¡Soy el dios de la música! -bramó Apolo-. ¡Puedo, sin duda, dominar el Valdezinador! ¡Debo! ¡Es
mi deber!
-Entonces, preparémonos, Músico -Leo dijo-. Te doy esto, me das la cura.
-Oh... -Apolo se mordió su labio divino-. Bueno, de hecho no tengo la cura.
-Creí que eras el dios de la medicina.
-¡Si, pero soy el dios de muchísimas cosas! Poesía, Música, el Oráculo de Delfos... -Rompió en llanto
y cubrió su boca con su puño-. Lo siento. Estoy bien, estoy bien. Como decía, tengo demasiadas esferas de
influencia. Luego, por supuesto, tengo la cosa del 'Dios del Sol', que heredé de Helios. El punto es, soy como
un médico general. Para la cura, necesitarías ver a un especialista; el único que ha satisfactoriamente curado
la muerte: mi hijo Asclepio, el dios de los sanadores.
A Leo se le cayó el corazón a los pies. Lo último que necesitaban era otra misión para encontrar a otro dios
que probablemente demandaría su propia camiseta conmemorativa o Valdezinador.
-Es una lástima Apolo. Pensé que podríamos llegar a un acuerdo. -Leo movió las manivelas del Valdez-
inador, sacándole una melodía aun más triste
-¡Deteneos! -Apolo lloriqueó-. ¡Es demasiado hermoso! Os daré direcciones para llegar a Asclepio.
¡Está realmente cerca!
-¿Como sabemos que nos ayudará? Tenemos solo dos días hasta que Gea despierte.
-¡Ayudará! -prometió Apolo-. Mi hijo es muy solícito. Solo pedídselo en mi nombre. Lo encontrarán
en su viejo templo en Epidaurus.
-¿Cual es la trampa?
-Ah... Bueno, nada. Excepto, por supuesto, que está vigilado.
-¿Qué lo vigila?
-¡No lo sé! -Apolo extendió sus manos, con impotencia-. Solo sé que Zeus mantiene a Asclepio vig-
ilado par que no vaya por el mundo resucitando gente. La primera vez que Asclepio levantó a los muertos...
Bueno, causó bastante alboroto. Es una larga historia. Pero estoy seguro que podéis convencerlo para que ayude.
-No suena a un muy buen trato -dijo Leo-. Acerca del último ingrediente, la maldición de Delos ¿Qué
es?
Apolo miró al Valdezinador con avaricia. A Leo le preocupó que el dios simplemente lo tomase y ¿cómo
podría Leo detenerlo? Dispararle al dios del sol con fuego seguramente no sería muy bueno.
-Puedo daros el último ingrediente -dijo Apolo-. Entonces tendreis todo lo que necesitais para que
Asclepio prepare la poción.
Leo tocó otro verso.
-No lo sé... Intercambiar este hermoso Valdezinador por alguna maldición de Delos...
-¡No es exactamente una maldición! Mira.... -Apolo corrió hacia el montón flores silvestres más cer-
cana y tomo una amarilla de las grietas entre las piedras-. Esto es la maldición de Delos.
Leo miró la flor fijamente.
-¿Una margarita maldita?
Apolo suspiró exasperado.
-Es solo un apodo. Cuando mi madre, Leto, estaba lista para darnos a luz a Artemisa y a mí, Hera esta-
ba enojada, ya que Zeus la había engañado de nuevo. Así que recorrió cada pieza de tierra del planeta. Hizo
prometer a los espíritus de la naturaleza que no dejarían a mi madre quedarse allí así no podría dar a luz en
ningún lado.
-Suena como algo que Hera haría.
-¿Veis? De cualquier manera, Hera les exigió la misma promesa a todos los terrenos que estuvieran ar-
raigados a la tierra... pero no de Delos, por que entonces era una isla flotante. Los espíritus de la naturaleza
de Delos le dieron la bienvenida a mi madre. Ella dio a luz a mi hermana y a mí, y la isla estaba tan feliz de
ser nuestro hogar sagrado que se cubrió a sí misma en estas flores amarillas. Las flores son una bendición,
ya que somos geniales. Pero al mismo tiempo, simbolizan una maldición, porque ni bien nacimos, Delos fue
arraigada a la tierra y no pudo volver a dar vueltas por el mar. Por eso es que las margaritas amarillas son
llamadas la maldición de Delos.
-Así que podría haber simplemente tomado una margarita y haberme ido.
-¡No, no! No para la poción que tienes en mente. La flor debería de haber sido tomada por mi hermana o
por mí. Así que, ¿qué dices, semidiós? Direcciones de cómo llegar a Asclepio y el último ingrediente mágico
a cambio de ese nuevo instrumento musical. ¿Tenemos un trato?
Leo odiaba tener que dar un perfectamente bueno Valdezinador por una flor silvestre, pero no tenía otra opción.
-Eres un fuerte negociador, Músico.
Hicieron el intercambio
-¡Excelente! -Apolo movió las manivelas del Valdezinador, el cual solo hizo un ruido como el motor
de un auto en una mañana fría-. Mmm... Quizás necesitaré práctica, pero lo conseguiré. Ahora, busquemos
a vuestros amigos. ¡Mientras más rápido os vayáis, mejor!
Hazel y Frank esperaban en el muelle de Delos.
Artemisa no se veía por ningún lado.
Cuando Leo se dio la vuelta para despedirse de Apolo, el dios también se había ido.
-Hombre -murmuró Leo-. Estaba realmente ansioso por practicar con su Valdezinador.
-¿Su qué?- preguntó Hazel.
Leo les contó a ambos sobre su nueva afición como genio inventor de embudos musicales.
Frank se rascó la cabeza.
-¿Y a cambio te dieron una margarita?
-¡Es el ingrediente final para curar la muerte, Zhang. ¡Es una súper margarita! ¿Y ustedes, chicos?
¿Aprendieron algo de Artemisa?
-Desafortunadamente, sí. -Hazel dirigió la mirada a través del agua, donde el Argo II se mecía, ancla-
do-. Artemisa sabe mucho sobre misiles balísticos. Nos dijo que Octavian ordenó algunas... sorpresas para
el Campamento Mestizo. Ha usado la mayor parte del tesoro de la legión para comprar onagros construidos
por cíclopes.
-¡Oh no, onagros no! -dijo Leo-. A todo esto, ¿qué es un onagro?
Frank frunció el ceño.
-Construyes máquinas. ¿Cómo no sabes lo que es un onagro? Simplemente es la más grande y temible
catapulta de todos los tiempos usada por la armada romana.
-Bien. -dijo Leo-. Pero onagro es un nombre estúpido. Deberían haberlas llamado Valdezapultas.
Hazel rodó los ojos.
-Leo, esto es serio. Si Artemisa tiene razón, seis de esas maquinas rodarán hacia Long Island mañana en
la noche. Eso es lo que Octavian estaba esperando. Al atardecer del primero de agosto tendrá suficiente poten-
cia de fuego para destruir el Campamento Mestizo sin una sola baja romana. El cree que eso lo hará un héroe.
Frank murmuró una maldición en latín.
-Excepto que convocó tantos 'aliados' monstruosos que la legión está completamente rodeada de cen-
tauros salvajes, tribus de cynocephali de cabezas de perro y quien sabe que más. Tan pronto como la legión
destruya el campamento mestizo, las bestias se rebelarán contra Octavian y destruirán a la legión.
-Y entonces Gea se levanta -dijo Leo-. Y cosas malas suceden.
En su cabeza, los engranajes se movieron hasta que la nueva información quedó en su lugar.
-Está bien... esto solo hace mi plan mucho más importante. Una vez tengamos la cura, voy a necesitar
ayuda. De los dos.
Frank miró nerviosamente a la margarita amarilla maldita.
-¿Qué tipo de ayuda?
Leo les dijo su plan. Mientras más hablaba, mas sorprendidos lucían, pero cuando terminó ninguno de ellos
le dijo que estaba loco. Una lágrima brilló en la mejilla de Hazel.
-Tiene que ser de esta forma -dijo Leo-. Niké lo confirmó. Apolo lo confirmó. Los otros nunca lo
aceptarían pero ustedes chicos... ustedes son romanos. Por eso necesitaba que vinieran a Delos conmigo.
Ustedes entienden eso del sacrificio: cumplir su deber, saltar en su espada...
Frank se sorbió la nariz.
-Creo que quisiste decir inmolarse.
-Lo que sea -contestó Leo-. Sabes que esta tiene que ser la forma.
-Leo... -dijo Frank con un nudo en la garganta.
El mismo Leo quería llorar como un Valdezinador, pero mantuvo la compostura.
-Ey, grandote, cuento contigo. ¿Recuerdas cuando me dijiste acerca de esa conversación con Marte? Di-
jiste que tu padre te dijo que tendrías que crecer, ¿cierto? Que tendrías que dar la orden que nadie más querría
hacer.
-O la guerra podría ir mal -recordó Frank-. Pero aun así...
-Y Hazel -dijo Leo-. Hazel de la loca Niebla mágica, tienes que cubrirme. Eres la única que puede. Mi
tatarabuelo Sammy vio lo especial que eras. Me bendijo cuando era un bebé, porque creo que sabía que ibas a volver e ibas a ayudarme. Todo en nuestras vidas, mi amiga93, nos han conducido a esto.
-Oh, Leo... -Ella se echó a llorar en ese momento. Lo agarró y lo abrazó, lo cual fue dulce hasta que
Frank se puso a llorar también y los envolvió a ambos en sus brazos.
Eso se puso un poco raro.
-Está bien, entonces... -Leo se liberó gentilmente-. ¿Tenemos un acuerdo?
-Odio este plan -dijo Frank.
-Lo detesto -comentó Hazel.
-Imagínense como me siento yo -respondió Leo-. Pero saben que es nuestra mejor oportunidad.
Ninguno le discutió. Leo medio quiso que lo hubieran hecho.
-Volvamos al barco -dijo-. Tenemos un dios sanador que encontrar.
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93 Español en el original.
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la sangre del olimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora