JASON ODIABA A LOS BASILISCOS.
Las pequeñas escorias amaban hacer sus madrigueras bajo los templos de Nueva Roma. Antes, cuando
Jason era centurión, a su cohorte siempre se le asignaba la impopular tarea de limpiar los nidos.
Un basilisco no parecía demasiado, solo una serpiente de la longitud de un brazo con ojos amarillos y un
collar blanco óseo, pero se movía rápido y podía matar cualquier cosa que tocara. Jason nunca se había en-
frentado a más de dos al mismo tiempo. Ahora, una docena de ellos estaban nadando alrededor de las piernas
del gigante. Lo único bueno: bajo el agua, los basiliscos no sería capaces de respirar fuego, pero eso no los
hacía parecer menos mortíferos.
Dos de las serpientes se abalanzaron en dirección a Percy. Él las cortó en dos. Las otras diez se arremo-
linaron en torno a él, pero fuera del alcance de la hoja. Se retorcían de adelante hacia atrás en un hipnótico
patrón, buscando un espacio abierto. Una mordida, un solo toque sería todo lo que necesitarían.
-¡Oye! -gritó Jason-. ¿Qué tal un poco de amor por aquí?
Las serpientes lo ignoraron. También el gigante que estaba parado detrás y observaba con una sonrisa en-
greída, aparentemente feliz de que sus mascotas hicieran el trabajo.
-Cimpolea -Jason hizo su mejor esfuerzo por pronunciar el nombre correctamente-. Debes detener
esto.
Ella dirigió a él sus blancos y brillantes ojos.
-¿Por qué lo haría? La Madre Tierra me ha prometido poder ilimitado. ¿Podeis hacerme una mejor oferta?
Una mejor oferta...
Podía sentir una puerta abierta a la negociación. Pero ¿que tenía él que una diosa de la tormenta pudiera
querer?
Los basiliscos se acercaban a Percy. Él los alejaba con corrientes de agua, pero seguían viniendo.
-¡Oigan, basiliscos! -gritó Jason.
Seguían sin reaccionar. Él podría cargar y ayudar, pero incluso juntos, él y Percy, posiblemente no podrían
pelear con diez basiliscos al mismo tiempo. Necesitaba una mejor solución.
Miró hacia arriba. Una tormenta de truenos arreciaba encima, pero ellos estaban cientos de pies debajo.
Posiblemente no podría convocar relámpagos en el fondo del océano, ¿o sí? Incluso si pudiera, el agua con-
duciría la electricidad un poco demasiado bien. Podría freír a Percy.
Pero no podía pensar en una mejor opción. Empuñó su espada. Inmediatamente la hoja brilló rojo.
Una difusa nube de luz amarilla ondeó a través de las profundidades, como si alguien hubiera vertido
líquido neón en el agua. La luz golpeó la espada de Jason y se esparció en diez diferentes tentáculos, dándole
a los basiliscos.
Sus ojos se volvieron negros. Sus collares se desintegraron. Las diez serpientes acabaron volteadas hacia
arriba y flotando muertas en el agua.