XLI : Piper

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Piper no estaba sorprendida cuando los hombres-serpiente llegaron.


Toda la semana había pensado acerca de su encuentro con el bandido Escirón, cuando se paró en la cubi-


erta del Argo II después de escapar de la gigantesca Destructo-Tortuga y cometió el error de decir, "Estamos


a salvo".


En ese mismo instante, una flecha se había clavado en el mástil central, a solo unos centímetros de su nariz.


Piper aprendió una valiosa lección: nunca asumas que estás a salvo, y nunca, nunca tientes a las Moiras


anunciando que crees estar a salvo.


Por lo que, cuando el barco atracó en el puerto de El Pireo, en las afueras de Atenas, Piper resistió la


necesidad de dejar salir un suspiro de alivio. Por supuesto, habían llegado a su destino. En algún lugar cerca-


no -pasando las filas de cruceros, tras esas colinas cargadas de edificios- encontrarían la Acrópolis. Hoy, de


alguna u otra manera, su aventura terminaría.


Pero eso no significaba que pudiera relajarse. En cualquier momento, una desagradable sorpresa podría


aparecer volando de la nada.


Como se venía venir, la sorpresa fueron tres tipos con cola de serpiente en lugar de piernas.


Piper observaba mientras sus amigos se armaban para el combate, revisando sus armas y armaduras, car-


gando la ballesta y las catapultas. Ella divisó a los tipos deslizándose por el muelle, avanzando a través de


grupos de turistas mortales quienes no les ponían atención.


-Hem... ¿Annabeth? -dijo Piper.


Annabeth y Percy se acercaron a ella.


-Oh, genial -dijo Percy-. Dracaenae


Annabeth estrechó sus ojos. -No lo creo. Al menos no son como ninguno que yo haya visto. Las Dracae-


nae tienen dos troncos de serpientes como piernas, estos solo tienen uno.


-Tienes razón -dijo Percy -. Estos se ven más humanos en la parte de arriba. Ni escamosos ni verdes,


ni nada por el estilo. ¿Qué dices? ¿Hablamos o peleamos?


Piper estaba tentada a decir peleamos. No podía dejar de pensar en la historia que le contó a Jason, sobre


el cazador Cherokee que rompió su taboo y se convirtió en serpiente. Estos tres parecían haber comido de masiada carne de ardilla.


Extrañamente, el que lideraba le recordaba a su padre cuando se dejó la barba para filmar Rey de Esparta.


El hombre serpiente mantenía su cabeza en alto. Su cara estaba cincelada en bronce, sus ojos negros como


basalto, su pelo, oscuro y rizado, aceitoso y brillante. Su tronco se veía ondulado por los músculos, cubierto


solo por un chlamys104 griego, una capa blanca de lana envuelta flojamente y sujetada en el hombro. De la


cadera para abajo, su cuerpo era un enorme tronco de serpiente -unos 2.5 metros de cola verde que ondulaba


mientras se movía.


En una mano llevaba un báculo con una gema verde y brillante. En la otra, un plato cubierto con un domo

la sangre del olimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora