Capítulo 20.

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Cuando corrí la cortina de la habitación sentí el aire más denso. Mildred lloraba y Roberto la abrazaba.

—¿Por qué? —Susurraba Mildred—. ¿Por qué no puedes dejar de quererla?

Roberto se limitaba a llorar en silencio. La familia de Miguel estaba del otro lado, observándonos a todos. Me parecía una de las escenas más dramáticas que había visto jamás.

—¡Te odio, Roberto! —Mildred lo intentaba golpear aún entre su abrazo—. Deja ya de llorar su muerte, por favor.

—No puedo, no puedo —susurró Roberto mientras le daba un beso en la coronilla de su cabeza.

Avancé a paso decidido entre la multitud de espectadores que estaban de más ahí, sin emitir palabra alguna. África me miró pasar, pero no hizo ningún gesto por detenerme. Necesitaba respirar un poco alejada de todos ellos, de este problema sin solución, de este amor que no hacía más que matarnos.

Me adentré a una de las habitaciones que estaba a oscuras y me detuve en la pared, recargada en ella. Respiraba entrecortadamente, como si se me dificultara. Todos esos signatorums muertos, todos nosotros peligrando. Si Quebec sabía nuestra posición y había sido capaz de matar a sus protegidos, no tenía duda alguna de que pronto el gobierno llegaría por nosotros. Saqué el celular de mi bolsillo y busqué el número de Renata. Esperé tres timbres mientras me intentaba tranquilizar, inhalando y exhalando, al fin una voz me contestó del otro lado.

—¿Sí, diga?

Parecía que de ese lado todo parecía estar más tranquilo.

—¿Renata? Habla Ana, protegida de Daniel.

Un silencio se creó del otro lado, para después volver a hablar.

—¿Qué necesitas, Ana?

Su voz parecía estar tranquila, pero había una nota fría en su voz que me desagradaba.

—Necesitamos saber si nos puedes recibir pronto. Tal vez esta misma semana.

—Sabes que por Daniel hago lo que me pidan. Pero cambiamos de estancia, te mandaré un mapa para que sepan ubicarse. Nuestro hogar anterior ya no es seguro, así que les sugerimos mantenerse lo más alejado posible de los caminos que usamos antes.

—¿Pasó algo?

—No hasta ahora, pero con los recientes hechos será mejor olvidarnos de él un tiempo. Creemos que alguien podría revelar nuestra posición, así que nunca está de más. Nos alegrará su visita, nos sentiremos más seguros.

La familia de Renata era por mucho menos extensa que la de Miguel, apenas eran cinco. Pero me bastaba conocer a una mujer como Renata para asegurarme de que había sido lo suficientemente selectiva para sólo tomar signatorums que pudieran hacer algo por ella. Había pocas mujeres líderes, y ella era de las mejores.

—Llegaremos posiblemente pasado mañana, temprano. Estaré esperando la ubicación.

—Está bien. Hasta entonces, Ana.

Colgué el celular y sentí que alguien me observaba. De entre la oscuridad de la habitación salió el cuerpo de Gabriel. Me miró entre las sombras y sentí que me empequeñecía. Con las manos en la espalda busqué el interruptor y lo encendí. No lo había hecho antes para poder tranquilizarme en la apacible oscuridad, ahora me sentía insegura y tonta por no haberme cerciorado de que la habitación estaba vacía. Gabriel sabría nuestra posición ahora.

Se veía irresistible y atemorizante al mismo tiempo. Sus ojos parecían brillar de emoción y excitación, mientras su piel tan pálida lo hacía lucir como un muerto viviente. El cabello negro se acentuaba más con la cegadora luz de la lámpara que pasaba por encima de nosotros.

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