Capítulo 26

236 32 3
                                    

La puerta del baño volvió a ser abierta y casi me caí de la impresión, pensando que el gobierno había llegado y ya tendrían al resto de nosotros encerrados; entonces me di cuenta que era Gabriel. Jaló de mi mano y la de Mildred, corrió rápido hacia la camioneta, por poco no me daba oportunidad de tomar mi mochila. Nos empujó a ambas dentro y la camioneta salió disparada por la carretera. Sentí el alfombrado de la camioneta en mi rostro y levanté la mirada. Mildred estaba tirada junto a mi derecha y Gabriel casi estaba encima de mí a la izquierda. Roberto levantó a Mildred inmediatamente, deteniéndose a mirar sus ojos cubiertos de una fina capa de lágrimas. Pero otra vez no se decían nada.

Sentí punzadas en el brazo que Gabriel había jalado. Lo miré y me di cuenta que observaba detenidamente mis piernas, le di un golpe en el pecho.

—¿Qué demonios crees que miras?

Levantó su mirada a mi rostro y sonrió de forma traviesa y estúpida. Volví a asestarle un golpe en el pecho.

—¿Qué, Ana? ¿No me agradecerás que te acabo de salvar la vida?

—¿Qué demonios estabas pensando? —grité, frustrada—. Me he llevado el susto más terrible de mi vida cuando te escuché entrar.

—¡Cállate! —gritó Daniel desde su asiento dirigiéndose a mí, furioso.

Levanté mi mirada del alfombrado de la camioneta y me di cuenta de que nos seguían. Eran dos camionetas blancas idénticas... La sangre se me subió al rostro y esta vez de verdad pensé que el jugo de zanahoria saldría disparado. Mark me hizo un gesto con las manos para que permaneciera en el suelo, pero lo cierto es que quería ver lo que querían esos idiotas.

Estamos perdidos, ese pensamiento pasó por mi cabeza tan pronto como sentí que la camioneta intentaba despistar a esos estúpidos. Escuché gritos afuera, como si nosotros fuéramos una abominación. No los culpaba, el gobierno les estaba haciendo creer eso.

Miré las caras de todos, llenas de preocupación, y no quise adivinar cómo estaría la mía. La camioneta dio una vuelta en curva y terminé pegada al cuerpo de Gabriel. De momento, sentí alivio de no sentirme tan sola. No quería pararme para que me vieran la cara porque ahora tenía la certeza que me querían a mí.

¡Por supuesto que te quieren muerta! Gritó mi subconsciente. Sentí que Gabriel intentaba apartarme de él, sin éxito, los movimientos tan abruptos de Daniel no nos dejaban opción. Hubo un momento en que ambos dejamos de forcejar para aferrarnos el uno al otro. Eso era mejor que impactar contra alguna parte de la camioneta para lastimarnos.

—Kate, quiero que tomes la pistola —gritó Daniel.

¿Pistola? ¿Teníamos una pistola? Cerré los ojos, intentando reprimir mis ganas de gritar.

—¡No puedo! —sollozó Kate.

—¡Haz lo que te digo! —gritó Daniel más fuerte que antes—. No quiero que les dispares, sólo que los asustes.

—Pero...

—¿Nos quieres a todos muertos? ¡Por Dios, Kate! Sabes que puedes.

Abrí los ojos para mirar las manos temblorosas de Kate abrir la guantera. Todo estaba en un silencio que bien podría estar matándonos a todos, de no ser por el motor que estaba siendo sobre forzado por Daniel. Escuché que la ventanilla del lado de Kate bajaba. Con la pistola en mano, dejó que se viera al sacarla del auto.

Contuve la respiración, como si eso evitara que alguien escuchara mi respiración. Las manos de Gabriel me envolvían de modo protector.

—Ahora quiero que cargues hacia atrás la corredora y la liberes... Lo hemos hecho antes. Vamos, Kate.

¿Qué lo han hecho antes? ¿Quiénes son ellos y cómo saben eso? ¿Dónde han practicado? Sentí un nudo en el estómago. Escuché el sonido de la pistola mientras Kate hacía lo que Daniel le ordenaba.

—Quiero que vuelvas a sacar el arma y presiones el gatillo.

—¡Me dijiste que no dispararía! —chilló Kate.

—¡Sólo así se detendrán!

Me aferré a la mano de Gabriel más fuerte, casi cortándole la circulación. Sentía todavía la camioneta sacudiéndose con violencia, debíamos ir a una velocidad peligrosa. Tal vez a 300 km/h.

Miré cómo Kate sacaba lentamente la pistola por la ventanilla y un sonido sordo nos inundó a todos. Pero la camioneta no se detuvo, sino que aceleró aún más, como si eso fuera posible. El disparo fue secundado por un ruido ensordecedor. Nunca antes había estado tan cerca de una bala silenciosa, no hasta ese día.

Su nombre deriva de una ironía. Son balas disparadas que al final activan una bomba que llevan dentro. Explotan en cuestión de quince segundos, los suficientes para huir y que el fuego no te alcancé. Levanté mi rostro, segura de que esta vez no me verían, y observé el desastre detrás de nosotros. Solté la mano de Gabriel.

La hermosa ciudad llena de tiendas estaba en llamas. Veía gente correr por todos lados, algunas quemadas, personas llorando por el dolor. Pero ninguno se detenía a ayudar al otro, no había solidaridad, ¿es que el amor también se había llevado eso? Las camionetas habían desaparecido, pero parecía que todo lo que estaba cerca de ahí lo había hecho. Mi respiración comenzó a entrecortarse, mientras en mi mente sólo rondaba una idea: Somos asesinos.


DesprogramadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora