Mi cabeza se debatió un poco con mi corazón. ¿Qué estaba haciendo en este auto que me dirigía a un lugar que yo no conocía? ¿Qué hacía con esas tijeras, con ese maquillaje? ¿En qué demonios estaba convirtiendo mi vida?
—No te sientas triunfante, todavía puedo salir corriendo.
—No lo harás. Lo sé.
Una sonrisita de suficiencia apareció en sus labios.
—Nunca estés tan seguro de mí.
—Córtate ese cabello, por favor. Ya casi llegamos a nuestro destino.
Nuestro destino consistía en un motel en medio de la carretera. De la peor calaña, por cierto. Estaba segura de que en ese lugar sólo llegaban las parejas clandestinas en busca de placer, porque eso no había perdido la humanidad: querían seguir teniendo el placer que sólo el sexo es capaz de satisfacer. Si se les habían inculcado valores, todavía tenían el coraje de desobedecer.
La entrada estaba llena de polvo y el vestíbulo nos llevaba hasta una chica de cabello rojo mascando chicle haciendo tanto ruido como su boca le permitiera. Tenía un chongo a medio hacer y ropa de verano, aunque todavía éste no llegaba. Leía una revista de chismes y pasaba las hojas sin si quiera detenerse a mirar quién entraba.
Las paredes eran color café y el piso hacía juego con ésta. La recepción sólo tenía un mostrador de madera roída por el tiempo.
—Buenas tardes —saludó Gabriel, sonriendo de forma simpática.
La chica no se inmutó, sólo se limitó en cumplir su trabajo. Sin embargo, aún en ese deplorable vestíbulo, parecía ser feliz.
—¿Habitación para dos?
—Sí.
Tenía tantas ganas de pedir una con camas separadas, pero no tuve la oportunidad, y no sería normal siendo que "estábamos casados". Maldito fuera el momento en que me metí en esto.
Ahora llevaba el cabello corto, había desaparecido mi preciado cabello castaño. No tenía mucho maquillaje, tan sólo el que supe cómo usar, pero ya me sentía diferente. Llevaba un suéter que cubría mis brazos desnudos, que mejor dicho ocultaba mi marca.
—Aquí está —dijo, entregándole algo que tardé tiempo en entender para qué servía.
Gabriel pagó mientras la chica pasaba su huella digital por una especie de tabla digital.
—¿Quiere que pase la de la chica también?
—No, así está bien. Gracias.
Gabriel jaló de mi mano y ambos nos dirigimos a una habitación del sucio motel. Los pasillos delataban sonidos que estaba segura ninguna adolescente deseaba escuchar; pero Gabriel permaneció tan serio que creí que eran sólo parte de mis alucinaciones. Sentí un alivio casi santificador al llegar a la puerta de nuestra habitación. A la entrada, Gabriel pasó su huella digital por un panel y la puerta se abrió. Me hizo pasar primero y después entró él. Cerró con toda la seguridad que le fue posible, pasando pestillos y poniendo el seguro. Aunque, por ahora, sólo nosotros teníamos el acceso.
La habitación estaba apenas iluminada, tan sólo por un foco ahorrador en el techo. Habían pocos muebles: una cama de dosel que parecía ser muy barata, una mesa de noche y una silla. Tenía una alfombra rojo pasión y unas paredes amarillas descoloridas por el paso del tiempo y de amantes fingiendo ser pudorosos hasta sucumbir al encanto del placer.
Luego, estaba una puerta que conducía a un baño que parecía ya estar iluminado, pero que no estaría en mejores condiciones. Lo miré sin ánimos.
—Quiero que me hagas un favor —me pidió Gabriel con voz segura, buscando algo en la mochila que había sacado del auto, el cual estaba protegido por un sistema de seguridad que Gabriel no se había molestado en explicarme.
—¿Cuál?
De la mochila sacó un pijama rosa con conejos blancos, bastante tierno para mi gusto. También sacó ropa que seguramente estaba destinada para el día siguiente, que era un vestido de flores rosas y tela morada, junto con un suéter lila bastante delgado. Me tendió el pijama.
—Báñate lo mejor que puedas y ponte esto, mañana intentaré ayudarte con todo esto del maquillaje, o hallaremos a alguien que te ayude.
Me sonrió, seguramente agotado por tanto estar en desacuerdo.
—Gracias.
Había dejado ese tono sarcástico y frío y había intentado ser amable, así que existía un buen motivo por lo cual agradecer en ese momento.
Entré en el baño, mucho mejor iluminado que la habitación, y cerré la puerta. Había una pequeña pasta dental en el lavabo desgastado. El mosaico que lo rodeaba estaba lleno de moho en algunas partes y en otras simplemente no se podía distinguir si alguna vez había existido un color absoluto. Había una cortina corrida de flores amarillas junto a una regadera y el excusado estaba en mejor estado de lo que esperaba; lo usé primero que al resto de cosas.
Deposité el pijama en el lavabo y abrí la llave de la regadera, intentando adivinar cuál era la del agua caliente. Probé primero con la derecha, sin éxito, al final con la izquierda comenzó a salir vapor.
El calor del vapor empezó a abochornarme, por lo que inicié la tarea de despojarme de mi ropa. Lo hice con cuidado, preguntándome qué haría Gabriel mientras tanto, ¿permanecería en la habitación?
Tan pronto como entré en el agua caliente, empecé a ver cómo agua negra se desprendía de mi cuerpo. Estos días me había empolvado hasta el cansancio, sin preocuparme por cómo pudiera llegar a encontrarme físicamente. Me sorprendía que la chica de recepción no me hubiese visto extraño, pero en seguida supe que no debía ser lo más espantoso que había visto.
Cuando salí de la regadera y me envolví en la toalla miré que entre el pijama estaba envuelto un top y una pantaleta. Mirarlos me hizo sentir enrojecida al instante, pero me los puse de todas formas. Envuelta en el pijama de conejitos me sentí una niña de cinco años otra vez, envuelta en cobijas dentro de una cama enorme llena de lujos, con juguetes revoloteando a su lado, con niñeras nuevas cada semana, con todo el mundo a su merced. Suspiré y salí por la puerta arrastrando los pies.
Observé hacia ambos lados, hasta que encontré a Gabriel mirando por la ventana. Estaba tan ensimismado que mi presencia lo espantó.
—¿Qué hacías?
Intenté secar mi cabello mientras lo observaba, esperando su respuesta. Él permaneció dubitativo durante un rato, hasta que dejó escapar un suspiro.
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Desprogramados
Fiksi RemajaHabía una vez un cuento que no era de hadas y una chica que no era especial. En este mundo el amor ha sido casi arrebatado por completo de los cuerpos, teniendo por resultado una sociedad feliz. Nadie esperaría la existencia de un grupo de resiste...