Capítulo 28.

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¿Después de todo? Sus ojos intentaron no mirarme.

—Gracias —dije en voz apenas audible. No acostumbraba a agradecer nada, mucho menos a mis enemigos. Bueno, tal vez él no fuera un enemigo, ¿no?

—No hay de qué.

Sentí que Mark se removía junto a mí, despertando. Me volví hacia él y me sonrió.

—Buenos días —dijo, mientas se estiraba como un cachorro que recién se ha levantado, por poco me propina un golpe en el ojo—Perdóname.

Lo miré, despeinado y sonriente. Nunca entendía cómo siempre lograba ponernos a todos de buen humor.

—¿Qué tal descansaste? —le pregunté.

—Bien, supongo. Un poco chueco —movió su cuello mientras hacía un gesto de dolor, al final se encogió de hombros—. Nada que no se arregle.

Frank discutía atrás con Milena, y empecé a prestarles atención.

—¡Devuélvemela! —chilló Milena.

—No, es hora de que dejes estas ñoñadas.

—Frank, no seas grosero —lo reprendió Roberto—. Devuélvele a Milena su muñeca.

—¡No!

Volteé a mirarlos. Frank tomaba la muñeca de Milena muy por arriba de ella, con expresión vacía. Suspiré, ¿qué demonios pasaba por la cabeza de este chico? Me incliné sobre mi asiento y le arranqué la muñeca de un jalón.

—¿Qué demonios te pasa, Ana?

Parecía demasiado encolerizado.

—No puedes quitarle los juguetes a Milena porque se te da la gana.

—Sí puedo. Tendría que dejar esas tonterías para empezar a comportarse como una niña grande, que es lo que es.

¿Una niña grande? Pero si Milena era sólo una niña. Frank tenía una mente muy precoz y eso le estaba causando ciertos problemas.

—Quiero mi muñeca —chilló Milena, con ojos llorosos.

Se la entregué y la abrazó con fuerza. Frank se cruzó de brazos y miró por la ventanilla. Tenía una expresión dura en el rostro y parecía más grande, casi como un adulto en pequeño.

—Frank...

—No molestes, Ana.

Mi corazón se encogió. Era la primera vez que Frank me hablaba de esa forma. Me senté de forma correcta en mi asiento, cerrando los ojos, derrotada. No estaba acostumbrada a lidiar con la frialdad de alguien que siempre había sido tan lindo. La frialdad de la mayoría me mantenía indiferente, pero la de él... me callé, sintiendo las miradas de Mark y Gabriel sobre mí.

Maldito amor irracional, cómo me gustaría no sentirlo, dije para mis adentros. Momentos como ese me dejaban en claro que habría sido mejor ser una desprogramada. Llevaría una vida perfecta: acudiría a un colegio, estaría con mucha gente, podría desarrollar cualquier afición, invertir mí tiempo en cualquier cosa, reír, ser... ser feliz.

Ser signatorum no acarreaba consigo muchas ventajas.

Más horas de carretera, mientras Kate conducía, aunque comenzaba a desubicarme. ¿Dónde estábamos? No recordaba que este fuera el camino a la casa de Renata. No, estaba segura de que no lo era. Sentí que la respiración se me cortaba, ¿íbamos directo a la boca del lobo? Tal vez alguien había decidido traicionarnos y había cambiado los mapas. Apreté los labios, al fin y al cabo Gabriel sí nos había traicionado.

Intenté ser racional y dar tiempo para explicaciones.

—Kate...

—Dime, cariño.

—¿A dónde vamos?

—¡Oh! Disculpa, estabas dormida cuando Daniel y Gabriel hablaron —eso me hizo tragar saliva, no era augurio de nada bueno—. Gabriel tiene un refugio cerca, donde se ocultaba con su familia. Lo ha ofrecido como un hogar temporal, no podemos aventurarnos directo a casa de Renata por ahora.

—¿No es más peligroso mantenernos a la vista de todos tan cerca del lugar del crimen?

No era tan cerca, pero me ponía los nervios de punta. Unas cinco horas más y estaríamos en Piedras rotas, ¿cuán difícil era después de todo lo que ya habíamos recorrido? Entrecerré los ojos.

—El refugio no es por encima, como el de Renata. Es algo así como el túnel que tiene Miguel, según nos dijo Gabriel.

Él sólo asintió.

—Yo digo que es peligroso —la voz de Mildred salió disparada—. ¿Quién puede confiar en este?

—Te salvó la vida, ¡por favor! —Daniel al parecer ya estaba despierto—. No pueden seguir desconfiando ustedes dos de alguien que las sacó de una situación de muerte, sean consideradas.

Puse los ojos en blanco, fastidiada. Ahora Daniel era intercesor de la justicia por el individuo sentado a mi lado izquierdo.

—No, gracias —espetó Mildred.

—Mi amor, tienes que relajarte —susurró Roberto, pero todos lo escuchamos—. No puedes ponerte refunfuñona cada vez que te pones de malas.

—Sí puedo y lo hago.

No escuché más palabras, pero supuse que era por las muestras de cariño mostradas, ¿no notaban la presencia de niños en el auto? Me removí incómoda en mi asiento.

—Es seguro —dijo Gabriel, presuntuoso—. Tiene todavía víveres, supongo. Y también es caliente.

La última frase la dijo mirándome y me quedé pasmada intentando mirar las palmas de mis manos. Este idiota sabía cómo ponerme nerviosa, y eso me desagradaba.

—Nos sentiremos mejor ahí —aseguró Daniel—. Hablé con Renata mientras dormías, dijo que estaba teniendo algunos inconvenientes y que necesita volver a moverse.

Se suponía que ese era mi trabajo: hablar con otros signatorums y dar avisos. Era lo único en lo que me sentía útil y ahora me había sido arrancado de las manos. Hice un mohín para expresar mi desagrado.

Miré a Mark, estaba tan entusiasmado con la idea como yo. Gabriel parecía tan ensimismado que me preocupaba. ¡Cómo habría deseado poder leer sus pensamientos! Descubrir la revelación, el complot... detenerlo.

—¿Falta mucho? —la delgada voz de Milena se hizo presente en la conversación.

—No —contestó Gabriel—. Tendremos que estar a una media hora.

¿Media hora? Bueno, estaba cerca al menos. Miré los ojos negros de Gabriel y sólo me pregunté si sería capaz de mentirnos a todos tan bien, para caer directo. Intenté pensar en otra cosa, sin éxito.


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